CAPÍTULO 21

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Los gritos rebotaban contra las paredes, los reclamos se enredaban en las cortinas y las críticas luchaban para no ahogarse en la jarra de vino. Todo fue un caos al principio, la paz y tranquilidad abandonó a madre e hijo en el mismo instante que la primera objeción salió a la luz.

Aegon estaba cansado, los ojos le picaban y la garganta era un solo nudo de nervios y saña. Las lágrimas amenazaban con salir pero él se empeñó en no mostrar debilidad alguna frente a su madre. Mentiría si dijera que no quería huir, alejarse de ella y correr en busca de los brazos amorosos de Rhaenyra o las palabras gentiles de Helaena, hasta los gestos ásperos de Aemond le parecían mejor opción.

Pero le haría frente, encararía la situación sin miramientos porque ya estaba agotado de todo. Harto de ser el blanco de los descargos de su madre, exhausto de no ser reconocido, hastiado de ser ignorado. Tenía la necesidad de terminar con todo, no importaba si era para bien o si su propia madre lo ignoraba por el resto de su vida.

—¿No te das cuenta, no es así? — estaban cara a cara y el silencio los había cubierto dejando un espacio libre a Aegon para hablar. Intentó emplear la serenidad en su tono de voz, como también ejercer la paciencia, daba todo de sí mismo— Puede que seas la viva imagen de tu madre como dicen algunos, pero solo eres una simple copia de Otto. Menosprecias a tu progenie y eres amable cuando te conviene; si el agua no corre hacia tu molino te enfureces y te desquitas con quien no tiene la culpa... que por justa casualidad soy yo.

—Aegon...

—¡Es una tortura ser tu hijo!—se rompió un poco al confesar eso—, preferiría haber nacido de Rhaenyra o de la reina Aemma, antes que de tí. Y no te atrevas a decir que soy insolente porque solo estoy exponiendo lo obvio, me trajiste al mundo pero tal parece que aborreces mi existencia en él.

—Te traje al mundo porque ese era mi deber, pero no quiere decir que no te ame. Hijo...

—Tu forma de amar es un tanto peculiar. Eres amable, dulce y amorosa ¿Y sabes cómo sé eso? Porque veo como abrazas a Aemond, como le sonríes a Daeron o como acaricias el pelo de Helaena cuando te deja hacerlo, sé que eres buena pero no porque lo viva en carne propia. Te cuesta ser equitativa, pero no comprendo las razones.

—Debo ser exigente contigo...

—No tiene nada que ver una cosa con la otra ¿Quieres ir por ese lado? De acuerdo — Alicent se acomodó en su asiento, en ningún momento dio indicios de querer levantarse para evitar lo que tenía que decir, ella también afrontaba las criticas cara a cara— Cumplo con todos mis deberes tanto como príncipe como hermano e hijo, soy pupilo de Jasper, estudio tres idiomas, fundé la fuerza especial real y también vuelo a controlar Dragonstone cuando Rhaenyra no puede. Tal vez solo ves al chiquillo de catorce que se emborrachaba en las cocinas, pero ahora mismo soy un hombre hecho y derecho, no llegaré a gobernar como Otto desea o como tú querías hace años, pero tengo toda la madera para ser la segunda cabeza de este maldito reino. Tus exigencias son inútiles porque todo lo que he logrado lo hice gracias al apoyo de mis hermanos, tú no has hecho nada más que gritarme por nimiedades.

Alicent tenía el rostro hecho roca. No pestañó o hizo alguna mueca, solo se mantuvo inerte; como si el monólogo de Aegon la hubiese congelado en el mismo instante que dijo la última palabra. Él quería sacudirla, tomarla de los hombros y exigirle una respuesta, una excusa, lo que sea, porque si algo odiaba Aegon era ser ignorado directamente en su cara.

La reina, sumida en un silencio mortal, se levantó de la silla y se dirigió al balcón sin darle ni siquiera una mirada a su hijo. Por una fracción de segundo Aegon creyó que se arrojaría al vacío, pero sabía que ella no era tan valiente como para hacerlo ni tan tonta como para abandonar la vida terrenal a causa de una discusión.

Warrior, Mother and MaidenWhere stories live. Discover now