CAPÍTULO 2

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Lucerys se encontró de cara con la culpa y a la vez con la adrenalina. No sintió que era correcto el haber ido al Gran Septo y precisamente después llevar a cabo la broma del cerdo. Pensó que en cierto modo estaba fallado a sus oraciones.

Claro que fue por los primeros minutos, ya cuando vio a lo lejos al cerdo, todo tipo de culpabilidad desapareció.

Le gustaba estar con su tío la mayoría de las veces, cuando no insistía en golpearlo con la espada de práctica o salpicarle la cara con el vino del almuerzo.

Los hermanos Velaryon tomaron por años a Aegon como un amigo cercano. Sus bromas como de costumbre fueron legendarias, pero en la mayoría de las ocasiones siempre eran ellos quienes ejecutaban sus planes.

La broma del día no fue la excepción.

-Date prisa, no tengo todo el día- Aegon sostuvo el cerdo con todas sus fuerzas mientras Jace le colocó unas alas hechas de papel - ¿Me tomas por tu padre? No soy tan fuerte.

Aquel comentario no fue entendido por ninguno de los niños, y en sus adentros Aegon rió maliciosamente. Ni ellos mismos se daban cuenta de las cosas que sucedidan fuera de su visita periférica.

Cuando consiguieron por fin disfrazar al gordo animal, con sumo cuidado lo llevaron a la fosa de dragones. La intención era hacerle una broma a Aemond esa misma tarde, pero todos sus planes se arruinaron cuando el susodicho nunca apareció a las prácticas. Al parecer el muchacho decidió ahorrarse la vergüenza de ser el único sin un dragón.

Ya en la fosa, Aegon sacó a relucir la ausencia de Aemond y conjuró sus propias hipótesis esperando que su hermana le diera la razón.

-Algún día tendrá uno, lo sé -susurró Helaena a su lado-, solo debe caer la noche.

Helaena fue la única niña en el grupo por mucho tiempo. Siempre tuvo la costumbre de balbucear cosas cuando rondaban el hábitat de los dragones, parecía que sólo ella, y tal vez Dreamfyre, entendían.

Simples oraciones que estaban lejos de tener un significado.

Cuando eran más pequeños eso no sucedía, fue de un día para otro que las palabras incomprensibles aparecieron. Y fue de un día para el otro que Aegon pudo leer bien la situación, o al menos la parte menos interesante.

El palabrerío de Helaena comenzó a sus doce años, una semana después de que sangró por primera vez. El sangrado de su hermana no era un tema que le agradara a Aegon, pero se involucró en el tema cuando años atrás escucharon una conversación de los adultos acerca de casar a la niña en cuanto su primera luna de sangre apareciera. La pobre Helaena estuvo tan asustada que rogó por ayuda a su hermano mayor; él no tuvo otra mejor idea que mentir acerca del asunto, retrasar lo más posible la aparición del sangrado.

Cuando por fin sucedió, él mismo se encargó de limpiar las sábanas y dejar la cama como si no hubiese pasado nada. Los años pasaron y nunca nadie sospechó, inclusive hasta el día de la fecha.

A la Reina se le hacia extraño, pero haciendo memoria de su juventud, recordó que ella misma se retrasó hasta los quince.

El hecho es que desde entonces su hermana menor no volvió a ser la misma. Constantemente tenía comportamientos erráticos, sueños diurnos y terrores nocturnos.

Como hermano mayor tuvo la buena intención de estudiar el caso de su hermana, así ofrecerle una solución, era su obligación al fin y al cabo, pero se resignó luego de que nadie le haya dado una respuesta segura. Ni siquiera Rhaenyra como la primogénita se interesó en aquello, entonces se preguntó a sí mismo si era necesario tanto esfuerzo.
El asunto quedó en el olvido y ahora solo se dedicaba a ignorar los susurros que yacían casualmente a su lado.

Warrior, Mother and MaidenWhere stories live. Discover now