150 - Mejor que yo

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— ¿Por qué lloras?

— No encuentro el manantial. Mi hijo morirá por mi culpa y no puedo hacer nada para salvarlo.

— Dime, ¿qué interés tienes en criar a esa alma? Tu corazón es frio, cruel, colérico, orgulloso, codicioso, violento, incluso asesino. Dime pues, ¿qué aprendería este niño de ti?

— He tratado de dejar mi pasado atrás, he cambiado cuanto he podido por cuidar a mi familia, he derramado mi propia sangre con tal de socorrerlos. No importa lo que haga, nunca parece ser suficiente.

Irídeo, despegó su rostro del cuerpo tibio de su hijo, entre su llanto, buscó el origen de la voz, sin encontrarlo, solo piedras y tierra en el paraje seco y desolado del volcán Astilon.  

— Palabras, palabras, no son más que suplicas efímeras que carecen de sentido, incluso para ti, palabras como «cambiar, perdonar o arrepentirse» son extrañas a tu persona, solo te aferras a ellas en este momento de angustia. Una vez que muera tu hijo, no tendrás por qué engañarte más con aquello en lo que no crees ni vives.

— ¿Quién eres tú, voz? ¿Eres un ángel acaso para efectuar un milagro, o más bien eres un demonio que busca un beneficio a cambio?

El dragón rio por el comentario, apenas podía ver a Irideo desde un recóndito agujero minúsculo de su cámara. 

— No soy ni uno ni otro, tampoco tengo interés en ayudarte — se sinceró mientras colocaba la mano en su pecho, palpando el vacío de su corazón. 

Irideo buscaba desesperado el origen de la voz, llegando incluso considerar que había perdido la cordura. 

— Te lo suplico, sálvalo — Irideo colocó una manta sobre el suelo y, abriéndola, mostró a su hijo, lívido.

— Si ese niño crece según tu manera, no tendrá sentido dejarlo vivir, se corromperá, amará lo vulgar, será ignorante, resentido, amargado — las palabras del dragón herían el corazón de Irideo.

— Por favor, di tu precio, cualquier cosa a mi alcance o fuera de él por la vida de mi hijo, no quiero que muera.

El dragón escuchó con claridad llorar a Irideo, era un llanto suave y constante, lleno de frustración e impotencia. El viento sopló y el agujero comenzó a cubrirse de tierra. 

— Puedo sentir un pequeño manantial al este, no muy lejos de ti. No durará mucho, pero si eso es lo que buscas, no tardes más. 

Irideo, levantó el rostro, tomó a su hijo de inmediato y aunque sangraba de los pies, recorrió la distancia en la dirección señalada. A lo lejos, encontró un pequeño cuerpo de agua, la poca vegetación ya comenzaba a marchitarse y el agua era escasa. Irídeo se cercó con cuidado, tomo un poco de agua con su mano y la dio de beber a su hijo. La primera ocasión, el infante derramó todo el líquido, Irideo volvió a insistir y en esta ocasión, su hijo tragó y comenzó a succionar más. Llorando de felicidad, Irídeo dio de beber más agua a su hijo observando como recuperaba su salud por completo.

— ¡Voz! Está bebiendo, ¡vivirá! — celebró, pero la voz ya no respondió — Vivirás, crecerás y serás mejor que yo — sonrió el padre —. Ark...

— Acaba de irse, padre — respondió una voz infantil.

Irídeo fue arrebatado de sus sueños, su cuerpo aún estaba agotado, pero logró abrir sus ojos con cuidado. El hombre estaba en una habitación pequeña, de techo gris, se encontraba recostado sobre una cama vieja y descuidada, giró con cuidado su cabeza y ahí observó a su hijo mejor, Berlioz.

— ¿Hijo? — reconoció confuso —, ¿cómo he llegado aquí?

— Mi hermano te ha traído — respondió su hijo preocupado —, pero se fue.

— ¡¿Qué?! — Irídeo se intentó levantar, pero el dolor se lo impidió.

— No se ha quedado, ni siquiera fue a ver a mamá. Llegaron en la noche, estábamos dormidos y no nos dimos cuenta de su llegada, solo yo me desperté. Él va a regresar, ¿verdad?

— Ese inútil — Irídeo cerró los ojos y, sin evitarlo, volvió a dormir.


Erasus DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora