39 - Esa capa

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— ¡Detente!

Un grito desgarrador provocó que las miradas de todos se posaran en los ojos llorosos de un niño, era el mismo infante al que Galas le había regalado una manzana al entrar a la ciudad. Al ver a su hijo, el guerrero, humillado, soltó la espada y cayó hincándose en el suelo. Repleto de pesar y vergüenza, el hombre se desplomó herido y lleno de un dolor más emocional que físico.

— ¡Papá, ¿estás bien?! — decía sollozante el niño quien se acercó corriendo junto al gran e imponente cuerpo ensangrentado de su padre — Por favor no le lastimen más, ya ha sufrido mucho — defendió suplicando entre lágrimas mientras se colocaba entre Aisac y el caído.

— ¿Alteza, está bien? — Galas llego junto al príncipe quien miraba con admiración al hombre.

— Él lo hacía por su familia — habló mientras veía al niño intentar, con todas sus fuerzas, levantar en vano el pesado cuerpo de su padre —, siempre pensó en su familia.

— Alteza, no es seguro estar aquí, debemos irnos — replicó Sable, pero Aisac mirando como el niño intentaba mover sin éxito a su padre, se acercó a ellos y los ayudó.

— Hay que llevarlo a tu casa, llévanos — pidió al niño quien, al ver el cambio de su actitud, confió con inocencia, se limpió las lágrimas y comenzó a correr para guiarlos —. Sable, ayúdame.

A su pesar y lleno de contradicciones, el guardián pasó el brazo del herido por su espalda con cuidado de no tocar ninguna de las flechas. Entre los dos, seguidos por el bufón quien vigilaba que nadie los siguiera, llevaron al hombre a lo más recóndito de la ciudad, a una pequeña, sola y descuidada casa donde una pequeña vela aclaraba toda la penumbra. Al entrar, se desconcertaron al ver a una mujer demacrada, agonizando en una mísera cama y a su lado una niña sollozante cuidando de ella. Por último, frente a ellos, en el suelo, junto a la pared, se encontraba el anciano de la fuente, inerte.

El hambre, la enfermedad y la muerte habían arrasado con los miembros de la casa.

Al ver que no había otro lugar para colocar al herido, Galas salió corriendo y regresó rápidamente con paja, e improvisando, hizo una cama donde recostaron al hombre. Sable, con semblante serio se hincó y con sumo cuidado comenzó a retirar las flechas una a una.

— A pesar de los ataques, ninguna de ellas atravesó algún órgano vital ni músculo importante. No hay duda que el príncipe es diestro con el arco — pensaba mientras limpiaba la sangre de las heridas y hacía todo lo posible por detener la hemorragia.

— ¿Cómo está el anciano? — preguntó el príncipe al niño. 

— Ha muerto hoy — respondió temblando.

— ¿Y esa mujer es tu madre? — el niño asintió —, ¿qué le pasa?

— Se encuentra muy grave y la medicina es demasiado cara.

— ¿Es fácil de conseguir? 

— Es vendida en el norte de la ciudad — la pequeña niña habló —, pero no nos dejan pasar por nuestro aspecto.

— Galas, llévate al niño, toma dinero y no regreses sin la medicina.

— Como ordenéis, príncipe — llevando una mano extendida a su frente, el bufón sonrió al pequeño infante y ambos salieron del lugar.

— ¿Por qué nos ayuda? — habló el hombre entre su dolor.

— Es mi deber — comprendió —. Solo descanse, pronto todo estará mejor — respondió el príncipe con voz calmada. 

— Niña — habló Sable sin descuidar su tarea — ¿ya han comido?

— No, no hemos comido en días — al oírla, el guardián tragó saliva y de su armadura tomó una moneda de oro, llamó a la niña y le dio la moneda — Id a comprar algo, nosotros cuidaremos de tus padres por ahora — obediente, la niña salió corriendo del lugar.

Erasus DrakoneWhere stories live. Discover now