110 - Unos decretos

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En medio del remanente de Mecator, de la destrucción y el asecho, Exilio, Ark y Bravo se preparaban para emprender un largo viaje. Ark, cada vez más habituado a su incómodo acompañante, devoraba con gusto la comida compartida. 

— Esto está sabroso — reconoció disfrutando cada bocado. 

— Es solo un poco de carne, especies y verduras — despreció Exilio —, no es la gran cosa. 

— No olvide tomar agua, amo — aconsejó Bravo. 

Ark asintió y, frente a su arrogante acompañante, estiró la mano y una pequeña luz de color azul salió de su gema, posándose sobre su mano. Apenas lo hubo echo, la partícula comenzó a adquirir forma hasta transformarse en un pequeño vaso de madera que Ark, con anterioridad, había guardado en su gema. Exilio miraba con atención y curiosidad como Ark, colocando la palma de su mano en la orilla del vaso, comenzó a llenar el recipiente con agua cristalina y tras llenarlo lo suficiente, bebió de él. Bravo miraba complacido el progreso de su amo usando su corazón.

— Interesante, concentras el agua del ambiente en un solo lugar, según la humedad y pureza del aire depende la calidad del líquido que puedas formar. Algo parecido podía hacer mi padre con su gema.

— Espero que podamos encontrarlo para hablar con él — se sinceró Ark —, quizá pueda darnos luz sobre lo que ocurrió en Astilon — consideró. 

Sin avisar, Exilio se puso de pie, generó una pequeña esfera de energía en su mano y con malicia la arrojó tras un pequeño montón de tierra, provocando un trueno que hizo gritar a algunos asechadores, ahuyentándolos y dejando a otros con un zumbido en sus oídos. 

— Mejor que nos movamos, esa gente muerta de hambre no dudará en atacarnos si les damos la menor oportunidad — en la cara de Exilio una sonrisa sínica se dibujó — ¿Sabes? Mecator comenzaba a aburrirme, siempre era lo mismo, la misma gente, los mismos comercios, los mismos esclavos, el mismo paisaje, me alegra que todo eso terminase.

Amo y dragón se miraron al mismo tiempo negando juntos con la cabeza.

— Eres afortunado sin duda — declaró Ark con sarcasmo.

— Lo sé — suspiró de satisfacción —, ¿y tú? ahora que Waterfall no existe, ¿dónde pensabas volver? 

Ark sorbió del vaso y lo colocó sobre de su rodilla.

— Quizá mi padre esté camino a Inker — consideró mirando al suelo —. Tenía la ingenua idea de llegar a Risent, pero...

— ¿Tu? ¿De gladiador? — se burló Exilio — Quizá Bravo te ayude, pero si usas magia ten por seguro que te matarán.

— ¿De qué habla? — cuestionó Bravo, confuso.

— Sí, lo último que oí es que Gladius está organizando un torneo de gladiadores para celebrar su coronación y al ganador se le otorgará una fuerte cantidad de oro — explicó mientras se rascaba la nuca —. Lo malo es que Risent está demasiado lejos, quizá a más de una semana. Es una lástima, me hubiera gustado ver como esos guerreros se mataban entre sí — se lamentó mientras suspiraba.

— Un evento así llamará la atención de decenas de miles de personas — consideró Bravo —, aliados y enemigos incluso. Con algo de suerte podrían llegar dragones.

Ark guardó silencio y reflexionó sobre los hechos.

— Waterfall está a cinco días de camino, considerando que viajemos todo el día y toda la noche, incluso si llegáramos en cuatro días, se requieren cinco más para llegar a Risent viajando en las mismas condiciones, eso sin considerar comida, el descanso o seguridad... — explicaba Ark — No sería prudente, además, tú me preocupas más Bravo — reveló su posición.

— Lo único que me preocupa, son los decretos — añadió su compañero.

— ¿Decretos? — Exilio levantó una ceja.

— Si te preocuparas en verdad, tomarías mi cuchillo para sanar tus heridas.

Bravo y Ark se miraron con seriedad cuando, detrás de unos escombros, un hombre fornido sujetó a Exilio por la espalda y colocó un cuchillo sobre su garganta. Ark y su dragón apenas alcanzaron a reaccionar.

— ¡Dame toda tu comida y ropa o tu amigo morirá! — exigió de inmediato el hombre.

— Yo no lo llamaría «amigo» — musito el dragón.

De mala gana, Ark se controló para no reaccionar de manera brusca sin que sus ojos se aparataran de la hoja del arma que rozaba cada vez más la piel del cuello de Exilio.

— ¡¿Es que estás sordo?! ¡Dame todo...!

Exilio, concentrándose, expulsó una violenta descarga de energía por todo su cuerpo. Al instante la quijada del hombre se trabó, sus músculos se engarrotaron y el golpe lo arrojó al suelo donde comenzó a convulsionándose.

— Decías algo de unos decretos — retomó Exilio sacudiendo su ropa donde aquel hombre lo había sujetado e ignorándole por completo.

— Te explicaré en el camino — aseguró Ark —, salgamos de aquí o tendremos a toda la ciudad sobre nosotros.

Bravo miró con cierto asombro al joven, cuestionándose sobre su potencial, por su parte, Ark miraba alrededor, percatándose de gente hambrienta y necesitada, espiándolos y escondida entre los escombros.

Erasus DrakoneNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ