102 - Sabe que va a ganar

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La tarde había llegado a Nínive y, con ella, cuatro decretos se mostraban impacientes en el zócalo de la ciudad tal como Alpheo lo había dicho. El decreto Shin, un poco recuperado, estaba sentado en el suelo mientras que Beth, a su lado y de pie, contemplaba el clima. Alpheo miraba a lo lejos a las personas alejarse mientras Samec acariciaba con ansiedad las cuerdas de su arpa.

— Fueron alertados — reconoció el músico mirando a su compañero con cierta arrogancia.

— Nos ensuciaremos menos las manos — Alpheo se encogió de hombros, despreciando el comentario. 

— Sin público no es tan divertido — reprochó Samec cuando vió a Shin bostezar —, ¿cómo sigues, muchacho?

— Un poco cansado y mareado — se sinceró.

— No hay problema — Beth sacó su pistola de entre sus ropas y miró hacia donde la gente escapaba —, estoy seguro que puedo tener un blanco limpio aún desde aquí.

— La paciencia no es lo suyo, ¿verdad?

Baldwin apareció caminando entre las casas, deteniéndose a una distancia segura, delante de los decretos. Pese a su valor, un cansancio abismal se reflejaba en sus ojos, en su cuerpo y en su semblante, como si acabara de salir de una batalla.

— ¿Y este borracho? — se burló Samec.

— ¿Sin mis escamas amarillas no son capaces de reconocerme, decretos? — se burló Baldwin haciendo que los decretos se afianzaran a sus armas.

— Es el dragón que casi me mata — declaro Samec con odio en su voz.

— Interesante... — contempló Beth — Si no portas tu armadura quiere decir que tu dragón intenta escapar con la gema y con el otro guerrero que controla la tierra. 

— Supón lo que quieras, decreto, pero no obtendrán lo que desean — Baldwin blandió una lanza frente a ellos, colocándose en pose de ataque.

— ¿En verdad piensas que podrás hacernos frente con una vulgar arma, dragón? — Alpheo sujetó su espada ancha con fuerza —. Quiero ver que puedes hacer contra mi espada, Runic.

— Quiero ver que lo intentes — se burló Baldwin.

Alpheo fue el primero en atacar, corrió hacia Baldwin y, con todo su peso, saltó dejándose caer sobre el enemigo. Las armas chocaron y pese a la diferencia de tamaños, Baldwin detuvo el ataque de Alpheo, golpeando y desviando cada ataque del decreto, sacando chispas en cada golpe. Dispuesto a ganar todo el tiempo posible, Baldwin dio un paso hacia atrás y pasó una de sus manos sobre su arma, brindándole un brillo amarillo. Alpheo no se percató y cuando atacó de nuevo al hombre un gran estruendo emergió de la lanza de Baldwin, lanzando a su portador y a su oponente lejos por tal trueno.

— A pesar de no tener su gema, el sujeto aún puede ocupar su magia, interesante — Beth de sus ropas tomó una pequeña libreta y comenzó a apuntar sus descubrimientos —. La reacción de la espada Runic de Alpheo y la lanza influida con magia ha sido inesperada.

Desconcertado por la reacción, Baldwin aún no se ponía de pie cuando tuvo que esquivar una estocada del decreto Shin, quien blandía su arma con suma destreza. El hombre retrocedía tan rápido como sus pies en falso se lo permitían, hasta que pudo afianzar su cuerpo y contraatacó chocando su arma brillante con la del decreto, en esta ocasión el resultado fue el correcto y tras un estruendo que resonó a lo lejos, Shin fue lanzado contra el suelo con una descarga de energía visible recorriéndole el cuerpo.

— Ante un arma carente de oricalco, la energía del arma del dragón del trueno se transmite sin restricciones, provocando un estallido sonoro y causando entumecimiento y confusión a su enemigo — Beth seguía escribiendo, absorto a lo demás —. Dime Shin — le gritó —, ¿sientes algún otro síntoma?

Erasus DrakoneKde žijí příběhy. Začni objevovat