84 - Por nuestra fe

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Día 18 del mes de Opalios.

Camino a Noremberc, cercanías de Damasco, región de Slava.

— Hasta aquí llego — anunció el conductor a los cuatro. 

Bajando de la pila de heno, Galas, Sable, Silver y el príncipe Aisac descendieron de la carreta, llegando a las cercanías de Damasco. Sable pagó al conductor mientras que Galas ajustaba la capucha a su Alteza de tal manera que cubriera su rostro. Una vez que el conductor se hubo alejado, Norte recobró su forma y admiró, frente a él, un enorme campo de flores.

— Es hermoso — exclamó el dragón, inclinándose para ver de cerca la flora —, la fragancia de estas flores es muy dulce amo — comentó con la nariz llena de polen.

Silver imitó a su dragón. 

— Tienes toda la razón — Aceptó su amo con la nariz manchada.

Sable, mirando al rededor, no pudo evitar sonreír al ver un dragón admirar, con interés infinito, unas cuantas flores.

— Debemos darnos prisa — instó Aisac comenzando a caminar.

— ¿Tenemos prisa? — cuestionó el dragón.

— No del todo — explicó Sable mientras se ajustaba la capa — estamos a un día de llegar al puerto de Cartago y desde ahí podremos tomar el barco que nos llevará hasta Bórea, estamos en buen tiempo.

— Hay que cantar mientras caminamos — propuso Galas empezando a entonar.

— Dudo que su alteza tenga ganas de cantar — negó Sable.

— Vamos, alteza, yo empiezo — Galas respiró hondo empezando a llevar el compás en su mano.

«Erase una vez, un bufón feliz,

un príncipe fiel,

un dragón vetusto

y un soldadito con estrés.»


Sable devoraba a Galas con la mirada mientras que los demás escuchaban con interés.

«Valientes caminaban

hacia el mar a zarpar.

Soldadito se quejaba,

quería descansar.»


Aquella improvisada canción animaba sus corazones, incluso el dragón del hielo, no ocultaba su sonrisa al ver como Sable controlaba su temperamento.

«Muchos peligros aguardan,

no lo voy a negar.

Por ello, valientes entonan

esta canción al andar:

No hay guerrero, ni criatura

Que contra mí ha de ganar.

Si nos esforzamos cada día,

al reino podremos salvar.»


— ¡Entone, príncipe, entone! — pedía el bufón, invitándoles a cantar.

«Guiados por su alteza,

a Bórea llegarán.

Guardados por dragones,

ellos vencerán."


«Caminando, caminando,

no importando el ayer,

adelante, caminantes,

hay mucho por hacer.»


— De nuevo el coro – sonreía Galas — esta vez con más sentimiento.

Aisac sin tardanza, comenzó a cantar al unísono con su bufón. Envuelto en la situación, Silver se incorporó a su canto, Sable, por su parte, soportaba las palmadas en su espalda por parte del bufón mientras llegaban a Damasco.

Poco a poco, su canto comenzó a acallarse cuando, gente vestida de gris y negro, marchaban en procesión, saliendo de la ciudad con sus pertenencias a cuestas. Hombres, mujeres, niños y ancianos, tenían un semblante decaído incluso algunos lloraban. Norte se unió a su amo para no ser visto, sin dejar de mirar a detalle lo que ocurría. 

La escena era tan extraña y enigmática que Galas no pudo evitar acercarse a una anciana que caminaba tan rápido como sus viejos pies le permitían, una falda negra y una camisa gris era todo lo que tenía.

— Disculpe, abuela ¿a dónde os dirigís vestidos de esa manera?

La anciana se detuvo, respiró profundo, miró a sus compañeros avanzar, como si quisiere tomar un momento para descansar y con voz cansada respondió.

— Nosotros somos desterrados de Damasco.

Silver y Aisac se acercaron mientras Sable contaba a las personas que abandonaban la ciudad.

— ¿Por qué motivo se les destierra? — cuestionó Silver.

La anciana miró al joven con sus cansados ojos llenos de duda y desesperanza.


— Por nuestra fe — respondió confundiéndolos —, pertenecemos al credo de los dragones.

La declaración llamó la atención de Norte.

— No lo entiendo — Aisac intentaba comprender — ¿Qué tiene eso que ver?

— Habéis estado viajando, ¿cierto? — ellos asintieron con la cabeza.

— Madre, debemos darnos prisa — un hombre de ropas similares se acercó a la anciana tomándola del brazo con mucho cuidado.

— Lo sé — respondió a su hijo—. Perdonen jóvenes, debo irme, si quieren saber más pueden visitar la capilla de los dragones en Damasco, ahí entenderán todo.

 La anciana se despidió de ellos mientras era guiada por su hijo a un destino incierto. Por su parte Sable terminaba de hablar con un hombre de aquella multitud de ropa negra y gris. Conteniendo su ira, se despidió de él, sin embargo, se notaba ofendido, enojado en sumo grado. Galas, inquieto, llegó con él.

— ¿Qué te ha contado? ¿No hay baños en Damasco? — Aisac y Silver llegaron tras de él.

— Fue Gladius — explicó el guardián cerrando con fuerza los puños — ese bastardo ha ordenado el destierro de todos los fieles drakones.

Aisac se sorprendió.

— ¿Drakones? — preguntó el dragón del hielo desde el yelmo.

— Así se les llama a los miembros del credo de los dragones — explicó Silver.

— Eso es cruel — Galas cruzó los brazos e hizo muecas con la cara.

— Eso no es todo — continuó Sable alzando su tono de voz al tiempo que intentaba contenerse —, ese maldito decretó que tomaría el trono de WindRose en un mes — sus palabras turbaron a sus compañeros, en especial al príncipe —. Alteza — habló con resolución —, démonos prisa.

La gente seguía su andar pesado, lento, deprimido sin siquiera percatarse en ellos, todos por igual, niños, hombres y ancianos desconocían las causas exactas por las cuales se les había despedido de sus trabajos, sacado de sus casas bajo amenazas de muerte, o expulsados de sus tierras como si ellos fuesen las más baja escoria. Lo único que sabían era que mientras más se quedaran en sus iglesias y hogares, más serian tratados con desprecio. 


Erasus DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora