73 - Una llama muy pequeña

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— Deje de mirarlo, no va a explotar o algo parecido — refunfuñó Conato a su amo que no despegaba la mirada de Edgar.

El dragón Conato, Ryu y el niño viajaban sobre una carreta entre paquetes de heno, verduras y frutas. Edgár estaba ensimismado, con la mirada al suelo, la muerte de su madre lo había afectado. Ahora, ellos estaban de camino a San Desiré tras un lago tiempo de camino a pie. Por fortuna, en su camino habían encontrado a un mercader que se dirigía con su carreta a la presa de Corza, a pocos días de San Desiré. Tras pagar treinta monedas de bronce por el viaje, el mercader aceptó llevarlos en la parte trasera de la carreta, entre el heno y algunas cajas. 

En el trayecto, el ambiente comenzaba a volverse húmedo, permitiendo que verdes llanuras se presentaran a sus anchas que, al mecerlas el viento, creaba olas verdes movidas al unísono donde nubes blancas de ovejas ayudaban a crear un efecto de ensueño.

Ryu estaba preocupado por Edgár ya que no había comido ni dormido bien y su dragón poca paciencia mostraba. 

— Debe recuperarse por sí solo — despreció Conato llevando sus manos tras la cabeza y disfrutando de la vista —. Le ayudará a madurar. Se hará fuerte.

— Es fuerte — recalcó Ryu.

— ¿Él está hablando? — preguntó Edgár, a lo que Ryu asintió — ¿Qué dice?

— Está preocupado por ti.

— No de la manera en que él piensa — replicó el dragón en tono burlón.

— Él es muy amable — agradeció el niño —, intentaré no preocuparlo tanto. 

Conato gruñó con desagrado y giró sobre sí dándole la espalda al pequeño.

— Hasta aquí llegamos — les anunció el mercader.

Ellos bajaron de la carreta y se encontraron frente a una bifurcación marcada con un letrero.

— A la derecha está San Desiré, aunque sigo insistiendo que, de ser ustedes, no me acercaría en lo más mínimo a aquel matadero — les advirtió el mercader.

— Lo tendremos presente, gracias — despidió Ryu asintiendo con la cabeza.

Sin más que decir, el mercader arrió sus caballos y tomó el camino de la izquierda a la presa de Corza, perdiéndose en la vegetación y dejándolos a su suerte. Algunas aves cantaban sus arias, el viento silbaba y sus estómagos gruñían. Sonriente, Ryu tomó su gema y de ella sacó dos trozos de pan que aparecieron en sus manos. 

Edgár aún no acababa de acostumbrarse a la magia de la gema o a la idea de un dragón junto a Ryu, pero no se quejaba, sino que lo aceptaba interesado y con inocencia. Al notar la mirada del preocupado galeno sobre él, dio una gran mordida al pan y sonrió para demostrar que estaba mejorando.

— Estaremos en San Desiré mañana — aseguró Ryu mordiendo su pan — espero que encontremos a los otros — se sinceró con su dragón.

Interesado, Edgár preguntó. 

— ¿Los demás dragones son como usted? — Conato escuchó interesado.

— Pues ellos... — Ryu recordó a sus amigos, su seriedad, su alegría, su determinación — No — logró responder con una sonrisa —. Uno es muy serio, pero sabe bastante de todo. Otro es muy pequeño, pero tiene una energía inagotable y el último es un tanto intrépido, pero... — el semblante del galeno se entristeció — no duda en sacrificarse por otros.

Conato grabó esas palabras tras lo cual, miró el amplio horizonte. Tras salir de los tonos marrones de Tylo, la nueva área, con sus cielos nublados, sus árboles frondosos y abundantes flores, lo tenían cautivado.

Erasus DrakoneWhere stories live. Discover now