50 - Eder Codex

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Sin tardanza, siguieron al hombre entre las laberínticas calles de San Desiré hasta la entrada de una especie de edificación de piedra, parecía una iglesia, sin embargo, no mostraba símbolos, imágenes o figuras talladas, confundiendo al espectador al no mostrar detalles que revelaran aquella fe. Con el caer de la tarde, el hombre entró y tras de él, Necro, Ark y sus dragones.

Dentro, la sobriedad se repetía, sin mostrar nada que mostrase pistas de aquel lugar, solo había largas bancas de madera barnizadas de color café que formaban filas dirigidas a una especie de pulpito. Varios candelabros colocados sobre gruesas columnas hacían danzar las sombras del lugar. El piso gris era de lo más sencillo y, sobresaliendo entre todo, un piano negro de pared se hallaba arrinconado y abrigado con polvo. No había coloridos vitrales, solo sencillas ventanas cubiertas de bellas cortinas blancas hechas a mano.

Al fondo, tres personas estaban sentadas, una de ellas parecía estar comiendo cuando el hombre con el niño en brazos acudió a él.

— ¿Puedes ayudarlo? — le preguntó mostrándole a aquella agonizante criatura haciendo que la recostara en una de las bancas al tiempo que tomaba sus signos.

— Haré todo lo posible — contestó el galeno.

— Esa cara... — sorprendido, Ark se acercó para distinguir mejor — ¡Señor Theron!

Al escuchar su nombre, el galeno giró el rostro.

— ¿Ark? ¿En verdad eres tú? ¿Pero...? — el angustiado padre recordó su deber, la vida de un paciente era más importante en ese momento — Tengo mucho que preguntarte, muchacho, pero debo atender esto primero, no te vayas — tras esto, tomó al niño en brazos y salió guiado por otros dos individuos del lugar.

— Aquí estaré — le aseguró.

— ¿Lo conoces? — preguntó Necro.

— Es el padre de uno de mis amigos, también es cofrade de los galenos.

— Comprendo, un doctor.

Tras dejar al niño en buenas manos, el hombre que lo había traído, manchado de sangre, se acercó a los jóvenes.

— Perdonen mi descortesía — se disculpó inclinándose — soy Eder Codex, si ustedes no hubieran llegado a tiempo con esa pobre alma, lo más probable es que estuviera muerta ahora.

El dragón negro reparó en el hombre, debía tener alrededor de unos cincuenta años, sus cejas pobladas no ocultaban la franqueza de su mirada. Sus ojos, de color castaño claro, combinaban con su piel trigueña y su cabello café. Sus ropas eran sencillas y bien cuidadas pero las manchas de sangre no permitían verlo a simple vista.

— Mi nombre es Ark, él es Necro — respondió el joven — ¿dónde estamos?

— Se encuentran en una de las iglesias del credo de los dragones en San Desiré.

— ¿Un credo a los dragones? — se interesó Bravo.

— ¿Le molesta si nos sentamos? estamos un poco fatigados — pidió Necro.

— Adelante, ¿han comido? ¿Les apetece un bocado? — preguntó Eder.

— Tenemos un poco de pan — señaló Necro una bolsa pequeña.

— Quizá disfruten algo más consistente, permítanme un momento. ¡Edmond! — llamó Eder, tras lo cual, un joven vestido con una especie de uniforme para el campo llegó presuroso. Era sano, robusto, de tes obscura y ojos despiertos.

— Diga, patriarca — se reportó el joven.

— ¿Patriarca? — se sorprendió Bravo.

— Con gusto hablaré con ustedes a detalle más tarde. Por ahora tengo asuntos que requieren mi presencia. Edmond, encárgate de ver que estos dos jóvenes coman y descansen. Son nuestros invitados por esta noche.

— Como diga, patriarca — Edmond asintió con la cabeza.

— Espero que puedan disfrutar su estadía. Los veré después — tras despedirse de mano de ellos, se fue cruzando por una pequeña puerta negra al fondo de aquel lugar.

— Tenemos una habitación para huéspedes, síganme por favor.

Guiados por Edmond, Ark y Necro salieron de la iglesia por una puerta que daba a un gran tragaluz mostrando un largo y sencillo pasillo amplio. Al salir al exterior, se mostraban enormes extensiones de tierras siendo cultivadas por una gran cantidad de gente. Al fondo, un gran silo resguardado por varios guardias, se alzaba imponente. 


— ¿El credo se especializa en la siembra? — preguntó Ark.

— No, el señor Gladius de Risent nos ha obligado a ceder todas tierras a la siembra — explicó Edmon con tono triste —. Aunque lo hacemos de buen modo, muchos de nosotros no aguantamos las largas horas de trabajo que nos obligan a hacer.

Mirando más a fondo, Bravo observó cómo mujeres, niños y ancianos ayudaban a la faena.

— El hambre se está propagando, será solo cuestión de tiempo antes que la mitad de la población muera por falta de alimentos — explicó Necro.

— ¿Tanta comida falta? — se sorprendió Ark.

— Waterfall se encargaba de una buena parte de la producción, pero ahora... — Edmond suspiró — estamos obligados a llevar la responsabilidad de impedir el hambre. Lo hacemos de la mejor manera, pero estamos agotados y se nos exigen cuentas de nuestros avances sin siquiera pagarnos nada, es desgastante — explicó mientras apretaba con fuerza los puños.

Conforme avanzaban, Ark pudo contemplar un bello y cristalino río. Era aquel mismo río que pasaba por Waterfall y que pudo ver cerca de la casa en el campo de Dutro. Varias personas iban y venían cargando pesadas tinajas de agua para regar las cosechas. Ark cayó en cuenta.

— ¿Ese es el río Sper?

— El mismo – aseguró Edmond.

— ¿Tiene algo de especial? — preguntó Bravo con curiosidad.

— Sper cruza por todo WindRose, se dice que lleva esperanza donde que se le vea — con la mirada, Necro alertó a Ark que estaba hablando con su dragón sin darse cuenta.

— Solo es agua — añadió Edmon, desanimado.

Tras cruzar el campo, llegaron frente a una puerta que Edmond abrió al instante, mostrando un pequeño cuarto sin nada más que un par de camas, una silla y una pequeña mesa, sobre la cual, descansaba una pequeña lámpara. La oscuridad que no podía combatir aquella diminuta fuente de luz, era repelida por una ventana que mostraba gran parte del paisaje que proporcionaba el río Sper. La luz de la tarde se había agotado y ahora, la cálida noche los envolvía.

— Pueden descansar aquí mientras traigo un poco de comida — así, Edmond salió dejándolos con sus dragones.

Al cerrar la puerta y cerciorarse de que no pudieran verle, el dragón negro recobró su color, sentándose tras la entrada. 

— Vaya que ha sido un día agotador — comentó Necro recostándose en una de las camas.

— Ya lo creo — afirmó Ark acostándose sobre la otra con cuidado de no rozar su pie mientras su dragón reflexionaba. 

— ¿Quieres un poco de pan? — ofreció Necro a su dragón, este, tomó la bolsa, sacó uno y de un solo bocado se lo tragó.

Bravo miró a su amo y notó que estaba quedándose dormido, todo lo vivido había sido demasiado.

Erasus DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora