142 - Suerte entonces

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Aisac caminaba solo, inquieto, preocupado y con prisa. El menor ruido o movimiento alertaba sus nervios, temía no solo por su vida, si no por la de sus compañeros, pero estaba decidido a acabar con Gladius y ponerle fin a todo. Sin embargo, la última pelea resonaba en su mente. 

— ¿Lograré hacerlo yo solo? — se cuestionaba — sin Eiron o la ayuda de los demás, no hubiera logrado vencer al alfil. ¿Tendré la fuerza suficiente para acabar con Gladius? No, no debo dudar. Muchos confían en mí — decía para animarse —, puede que encuentre a alguien en el camino. Solo debo seguir adelante. 

El príncipe siguió adelante, poco faltaba para el salón principal, solo un par de pasillos más. Al girar sobre un acceso, vió a lo lejos, a una figura. El príncipe se inquietó y a punto de lanzar una flecha, reconoció el casco de los dragones. Ark, con sumo cuidado, colocaba a su padre sobre un sofá maltratado y polvoso, el padre apenas lograba estar despierto y su hijo luchaba por mantener su armadura.

Aliviado, Aisac no pudo estar más feliz y corrió a su alcance.

— Me da gusto verte, dragón — Ark, tomó su espada al escuchar los pasos y al girar el rostro, reconoció al príncipe de todo WindRose —. Estamos muy cerca de nuestra meta, Gladius no está muy lejos, deja aquí a tus heridos y vayamos a la batalla para poner fin a todo esto.

El príncipe extendió su mano a Ark, pero este, la ignoró con desprecio, rechazándole. 

— Lo siento, alteza, pero poco me interesa su causa — explicó desconcertándolo —. He venido para apoyar a mis compañeros, pero ahora debo sacar a mi padre de aquí. ¿Dónde está la salida? 

— ¿Cómo puedes decir eso? — exclamó el príncipe, ofendido —. Gladius es nuestra prioridad, si no acabamos con él, nadie podrá...

— No es nuestra pelea — secundó Bravo sin que Aisac lo oyera — ya hemos ayudado todo lo posible.

— Suerte entonces — replicó Ark preparándose para levantar a su padre de nuevo —, ¿dónde está la salida? 

Aisac guardó silencio, intentando comprender todo lo posible y mantener la calma. 

— Gente está arriesgando su vida allá afuera — Aisac apretaba con fuerza los puños —, incluso dentro de las paredes de este castillo se está luchando a muerte. ¿Cómo puedes...?

El príncipe calló al ver a Ark levantar su cuchillo contra el príncipe. 

— Gente ha sufrido en el reinado de los Victorius, hay hambre, muerte y violencia — evidenciaba Ark.

— Si Gladius toma el control, puede que ayude a hacer una diferencia — consideró Bravo. 

— Ningún reinado es perfecto — reconoció Aisac.

— ¿Y el suyo lo será, príncipe? — reprochó Ark.

— No, no lo será — aceptó dando un paso al frente y desafiando la amenaza de Ark, sin embargo, el Sicario no bajó su cuchillo —, pero es mi deber intentarlo, mi familia se ha esforzado por generaciones por traer la paz. Incluso hemos sobrevivido a intentos de asesinato, pero aquí estamos, velando por el pueblo, por la justicia y la paz — declaró con convicción —, pero no puedo hacerlo solo, necesito ayuda. La ayuda de todos. Tu ayuda.

— ¡Alteza!

Sable apareció corriendo, y saltando sobre Ark, lo tacleó, derribándolo con él al suelo. 

— ¡Sabía que eras una amenaza! — exclamó furioso mientras rodaba con él y le lanzaba golpes a la cara — No dejaré que lastimes al príncipe — luchaba con Ark —, no dejaré que dañes a nadie — sentenciaba mientras giraban en el suelo —, no podrás...

Sable sobre Ark, guardó silencio de golpe. Aisac se acercó y se aterró al ver el cuchillo de Ark enterrado en el vientre del guardián. 

— Un accidente innecesario — replicó Bravo.

Sable cayó de lado, dejando a Ark atónito por la situación. 

— ¡Sable! — gritó Aisac llegando con prisa con su guardián. 

— Alteza... ¿está... bien? — Sable hablaba con dolor y con una mano sobre su herida sangrante.  

Aisac acudió de inmediato a su guardián, alarmándose por la cantidad de sangre que brotaba de él. Ark, levantándose, notó a Aisac, abrumado y con una preocupación sincera por su guardián, sintiendo pena por ellos.

— No quise... — musitó el joven. 

— No fue su culpa, amo — reconoció Bravo.

Apenado, Ark consideró ayudar cuando escucharon al fondo del pasillo el relinchar de un caballo. 

— Oh no... — exclamó Bravo.

— ¡Tienen que escapar! — alertó Ark, pero el príncipe no le escuchó.

— Acabarán matándolos — consideró el dragón de agua. 

Ark acudió a su padre y a lo lejos, al final del pasillo, vió los ojos rojos del segundo caballo. Miró a Aisac, luchando por levantar y ayudar a su guardián, eran blanco fácil para el trebejo, por lo que, sin pensarlo demasiado, levantó una de sus manos hacia el príncipe y su guardián y, con un torrente, los arrojó fuera de la vista del trebejo, tras lo cual, sujetó a su padre y comenzó a escapar con el trebejo tras él. 

— Es demasiado rápido, amo, va a alcanzarnos — alertó Bravo. 

Ark no desistió, siguió corriendo y aferrándose a su padre pese a su agotamiento. El caballo tomó velocidad y, antes de alcanzarle, Irideo se liberó de su hijo y lo empujó para ponerlo a salvo. Ark, sin palabras, vió como su padre fue embestido por el caballo y era arrojado sobre la percudida alfombra. 

El amo del agua miró como el caballo frenó y resopló sobre el cuerpo inmóvil de su padre, tras lo cual, giró para mirarle. De inmediato, el trebejo golpeó el suelo con una de sus patas delanteras y, relinchando, cargó contra Ark. Levantándose, lleno de ira y sin contenerse más, la gema de Ark destelló, el joven guerrero extendió sus dos brazos hacia el suelo y como si levantase algo pesado, los dirigió con fuerza contra el caballo, golpeándolo con dos inmensos torrentes en la cabeza, haciéndolo perder el equilibrio y cayendo contra el suelo.

La gema brilló más y Ark levantó los brazos, levantando al trebejo con una poderosa corriente e impactándole con el techo con tal fuerza que logró perforarlo. El guerrero movió los brazos, el agua liberó al trebejo, dejándolo caer al suelo y a capricho de Ark, se dividió en multitud de pilares que cayeron sobre el caballo, despedazándolo hasta hundirlo y hacerlo uno con el suelo de piedra del castillo.   

La gema del agua dejó de brillar, la armadura de Ark se desvaneció y, perdiendo el sentido por toda la energía utilizada, el joven amo cayó de rodillas, desplomándose en el suelo. Bravo, agotado, se desplomó en el suelo, aunque preocupado por su amo, estaba complacido por lo que había logrado.

Siguiendo el sonido de la batalla, Silver, Norte, Paris, Cerro y Galas llegaron apresurados al lugar, al instante, los dragones reconocieron el ataque final que se había efectuado. Paris acudió con Ark, mientras que Silver ayudó a traer a su padre.

— Hay un trebejo menos — reportó Bravo sin fuerza. 

— No hables, descansa — aconsejó Norte.

 Cerro miró con detenimiento todo el daño ocasionado, asombrado del poder del agua. Galas miraba a Paris curar a Irideo y a Ark cuando escuchó un grito a lo lejos que le heló la sangre. 

— Esa voz... — reconoció el bufón.

Galas corrió hacia un pasillo y para su terror solo encontró a Sable, en el suelo, sobre un charco de sangre, apoyado en una pared mientras la golpeaba con suplica. 

— Ábrete — exigía entre suplicas, tras lo cual, reconoció al bufón —, se ha cerrado, se lo ha llevado — tras lo cual, mareado, dejó de golpear y cayó al suelo. 


Erasus DrakoneWhere stories live. Discover now