72 - Ojos inmundos

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Fuera de la casa, Ark estaba sentado a la orilla de la calle, recordando todo lo vivido en Waterfall. Intentaba en vano pensar en cualquier otra cosa esperando concentrarse lo suficiente como para soportarlo, pero con un escenario como el que presenciaba, era imposible hacerlo. A su lado, estaba Azul mirando a la gente vivir. A pesar de todo, Ark aún no comprendía como la gente no miraba a su dragón. 

— ¿Por qué no pueden verte? — le cuestionó. 

— No estoy seguro, pero parte de mi cree que la gente no quiere verme — consideró Bravo.

— ¿No quieren? — preguntó Ark extrañado.

— Creo que las personas pasan la mayor parte de su vida ignorando lo que les rodea, lo que no comprenden, lo que no quieren aceptar y yo no soy la excepción.

— Pero yo te veo.

— Usted quiso verme por voluntad, creyó en la posibilidad y venció sus prejuicios, eso permitió que sus ojos e incluso su persona hayan logrado verme — resolvió Bravo.

— Espera... — consideró el joven — ¿Ahora puedo ver fantasmas?

Bravo soltó un par de risas.

— No lo creo — el dragón recordó el espíritu de aquel niño que le regaló una rosa —, al final todo depende de usted. Si busca ver dragones, verá dragones — sonrió Bravo, tras lo cual, adquirió seriedad—, pero tenga cuidado, ojos puros verán cosas puras, ojos inmundos... verán cualquier cosa.

Ark guardó silencio. 

— Entonces, mis ojos solo se han habituado a ver dragones.

— No lo hubiera podido decir mejor.

— Pero... — consideró Ark — ¿Tú, como espíritu, ves a otros espíritus?

— Nosotros... 

La puerta se abrió, Roger salió apesadumbrado y Fulgore rompió el silencio. 

— ¿Cómo pudo ser tan descuidado? — regañaba Fulgore conteniéndose para no gritar. 

— Yo... yo... — Roger no sabía que decir. 

— ¿Qué ocurre? — preguntó Azul.

— ¿Están bien? — se extrañó Ark.

— ¿Cómo es posible que haya olvidado algo tan importante como eso, amo? — ladraba Fulgore.

— Perdona... es que la joven... su dolor... no pensé.

Ambos estaban más que alterados.

— Fulgore, ¿qué ocurre? — cuestionó Bravo. 

El dragón blanco gruñó y pensando bien sus palabras respondió.

— Mi amo prometió detener a los decretos.

Ark y Bravo se miraron confundidos, sin entender la molestia de Fulgore, cosa que notó.

— Cuando prometemos algo o cuando alguien promete y estamos presentes, nuestra gema se activa y obliga a la persona a realizar tal promesa, lo quiera o no — explicaba Fulgore.

— ¿Y no puede no cumplir su promesa? — consideró Ark —. ¿Romperla? 

— Si mi amo la rompe...

— Viviré menos — explicó Roger —, mi vida se acortará tanto como la importancia o severidad de la promesa, un día, un mes...

— Varios años — Fulgore suspiró con decepción —. Quiero creer, amo, que igual íbamos a enfrentar a los decretos.

— Lo sé... Fulgore, yo...

— Debemos apresurarnos, hemos perdido mucho tiempo — cortó el dragón, enojado.

Roger no dijo nada más, tomó el casco de su dragón y comenzó a caminar con Ark. A su andar, la gente ya no los veía con odio, sino que, preocupados por sus problemas, los ignoraban por completo. Ark no insistió en hablar y se limitó a seguirlos en silencio junto a Bravo. La cruel escena de muerte y destrucción se repetía a lo largo de las calles de San Desiré, por si fuera poco, frente a ellos, comenzaron a circular carretas repletas de cadáveres tanto de templarios como de ciudadanos. Todos ellos muertos de las peores maneras posibles, tanto, que la magnitud de las muertes los obligaron a voltear la vista para continuar. Sus pasos resonaban ante el luto de la ciudad. Toda alegría se había extinguido y solo quedaba el recuerdo de un ayer glorioso ahora distante por la tragedia, el dolor y la sangre. 

— Amo, si llegase a cumplir su promesa, haría un gran favor a mucha gente — declaró Fulgore, asombrado por la enorme cantidad de víctimas y carretas que a cada momento pasaban. 

Por su parte, Ark, con respiración agitada, comenzó a sentir una abrumadora ansiedad al recordar las escenas de Waterfall. Estaba inquieto y solo buscaba con desesperación una salida.

— ¿Amo, se encuentra bien? — detectó Bravo. 

— Estás pálido — reconoció Roger —, quizá debamos descansar.

— Solo necesito salir de aquí — respondió nervioso y al divisar la puerta de la ciudad comenzó a caminar más aprisa, tanto como su herido cuerpo se lo permitía, alejándose con rapidez.

— ¡Espera, por ahí no! — advirtió Fulgore alertando a Bravo. 

Pero Ark no escuchó la advertencia, por lo que, al llegar la salida de la ciudad se topó con una siniestra escena. Su voz se perdió y sus ojos no pudieron apartar la mirada de aquellas figuras alzadas en lo alto de maderos, caras y lenguas moradas, así como cuervos alimentándose de cuencas y órganos, dejando caer algunos trozos de carne, culminaban aquel maldito paisaje. De la impresión y del esfuerzo hecho, Ark cayó de rodillas, respirando con dificultad.

Sin tardanza, el dragón Azul llegó junto a su amo para contemplar con él aquel horrible paisaje. Frente a ellos, al lado del arco que anunciaba el adiós a la ciudad, se encontraban alzados en horcas cinco cuerpos negros, sucios, quemados, pudriéndose, llenos de moscas y gusanos, mostrando los gestos más grotescos que jamás hayan podido contemplar.

— Pero... ¿Qué es eso? — exclamó Bravo, impresionado.

— Parece que son los cuerpos de aquellos que, según la gente y los templarios, usaron magia — respondió Fulgore llegando con su amo.

— ¿Magia? ¿Tan penada está? — Bravo estaba ofendido e indignado.

— Mucho más de lo que piensas, debemos de ser precavidos — Roger se acercó a Ark y con cuidado, lo ayudó a levantarse.

— Esto es una muestra de lo que Winkel, las órdenes y sus seguidores podrían hacernos si descubren que nuestros amos usan nuestros poderes — aclaró Fulgore mirando a Bravo — y si alguna vez intentan hacer algo con mi amo, recordarán qué mató a Winkel, el grande.

Bravo estaba lleno de preguntas, Roger, agotado, ayudó a Ark a levantarse, y así, atravesaron en silencio aquella puerta infernal saliendo de aquella ciudad olvidada por Winkel, el grande.

Erasus DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora