103 - Algo que podamos hacer

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— Baronesa — Azfel intentaba animar a Aura —, debemos buscar un lugar donde dormir.

— Fue mi culpa — decía la joven aun sentada a la orilla del muelle, limpiándose las lágrimas mientras contemplaba la sortija de Aisac en sus manos —. Fue mi culpa.

Azfel miró alrededor, la gente lloraba por la pérdida de sus casas, de sus negocios y, los más desafortunados, de sus seres queridos. Azfel, con respeto, palpó las cartas entre sus ropas, ya era un hombre libre, pero algo más allá de su comprensión lo encadenaba. 

— Debe haber algo que podamos hacer.

— ¡Venganza! — declaró la baronesa, levantándose de golpe — ¡Vamos, guardián! Tenemos que encontrar a ese infeliz de Escauro y salvar al príncipe.  


* * * * *

La canción se tornó violenta mientras que los dedos de Samec recorrían las cuerdas de arriba abajo y a todo lo ancho, desatando una canción llena de pesar y congoja. Sin sorprenderse, los decretos contemplaron como aquellas notas comenzaban a cuartear los edificios, muros, paredes, puertas, casas, iglesias, negocios, todos y cada uno, se estremecían hasta romperse con aquella infernal canción.


* * * * *

— Solo unas puntadas más, amo.

Conato alentaba a Ryu, viendo cómo, a pesar del dolor y la sangre, el joven galeno daba unas puntadas sobre su propio brazo, intentando cerrar una herida abierta y alarmante. Ryu, sudando del dolor, mordía con fuerza un pedazo de madera en su boca, gimiendo mientras terminaba de coser su brazo. Cerca de él, dormitando, Roger, Silver y los dragones dormían junto a un fuego improvisado.


* * * * *

Samec cerró sus ojos y, al momento, la canción cambió, ahora era triste, amarga, lenta, provocando que toda construcción sucumbiera ante la melodía, las casas se desplomaron, los muros cayeron, las iglesias se derrumbaron e incluso algunas de las personas que llegaron a oír tal melodía, se entregaron a una aguda depresión, perdiendo todo deseo de vivir.


* * * * *

Lejos, Paris y Cerro escucharon estremecer a Nínive. El dragón de la tierra, con semblante pesado, miró a su amo, quien guardaba silencio y respeto por el sacrificio de Baldwin. A mitad del bosque, el par sabía que debía continuar su huida, liderada por Estruendo.

Por su parte, el dragón del trueno caminaba sin detenerse mientras entonaba una melodía triste y derramaba lágrimas en su camino. En más de una ocasión se limpió la cara, pero el llanto no se detuvo, en su lugar, continuó cantando. Caminando y cantando, hasta que cayó de rodillas al suelo, de inmediato Paris y Cerro se acercaron a él. 

— Estruendo, ¿qué ocurre? — al tocarlo Paris se alertó —. ¡Hierves en fiebre!

Cerro vió como el dragón del Trueno se llevó una mano al pecho y de repente comenzó a toser con fuerza, como si se estuviese ahogando, al poco tiempo la tos se volvió violenta y apartando a Paris, Estruendo ladeó la cara y mientras tosía sangre, expulsó un pedazo de cristal amarillo, desconcertando a Paris y a Cerro. 

— Eso es... — el dragón de la tierra se llevó una mano al corazón. 

Estruendo dejó de toser y Paris, desconcertado, tomó esa pequeña piedra.

— Una esquirla.


* * * * *

Samec terminó su canción, la última nota cruzó el aire y el silencio se apoderó de Nínive. 


Erasus DrakoneWhere stories live. Discover now