Me giré hacia Lucrecia.

—Empezaré a ir con un psicólogo —determiné. Ella sonrió y le bajó a la canción.

—Te diría que mi hermana puede ayudarte, pero te volvería más loca con los pocos conocimientos que tiene.

Corro hacia ella para abrazarla y lo único que hace es rodearme con sus brazos y reír.

—Gracias por ser una buena amiga —le digo—. La única que tengo.

—Gracias a ti por dejarme entrar.



:= Adán =:

Estiro mi espalda esperando a que alguna vértebra truene, pero no lo hace y eso provoca que me siga doliendo. No sé cómo Amanda podía dormir bien en ese colchón tan duro; con las copas encima, uno diría que me fue fácil conciliar el sueño, pero solo pensaba en los dos niños que veían felizmente una película. Daniel no paraba de hablar —o balbucear— en cada parte de la película y Camila cantaba demasiado fuerte para un cerebro borracho como el mío.

Bárbara solo se terminaba la botella, tal vez lamentándose de la vida que le estaba dando a sus hijos y no lo notaba. O quizás sí lo sabía, pero no decía nada por miedo a llevarle la contraria a su marido.

Saqué del sartén el tercer hot-cake cuando la puerta de mi habitación se abrió y un bebé salió con paso tambaleante, soltando un bostezo y tallándose uno de sus ojos.

—Buenos días, Daniel —saludé y él se fue al piso, supongo que es más sencillo gatear hasta donde estoy que caminar—. ¿Tienes sed? —le pregunto cuando se sienta cerca del refrigerador. Asintió—. ¿Quieres leche? —volvió a asentir.

Sus ojos marrones tenían motas de otro color que no lograba identificar, mucho menos cuando los cierra a causa de un bostezo. Me pregunto cómo se bajó de la cama sin que su madre lo notara. Da igual, una vez pasó por el umbral de la puerta, ya es mi responsabilidad al ser el único adulto despierto.

—¿Tú mamá te la da caliente o fría? —Me agacho para estar a su altura, notando que las motas de diferente color solo eran porque estaban llorosos.

¡Aente! —exclama intentado ponerse de pie. De todas formas no tenía fría; se acabó en la mezcla para los hotcakes. De la alacena saqué otro cartón de leche y lo vertí en un vaso con una pajilla y tapa que anduvieron de moda un tiempo.

—¿Sola o con chocolate? —Ya está de pie a mi lado, con sus pies descalzos tocando el frío azulejo, ¿eso le hará daño?

Tototate. —Obedezco y me causa gracia el idioma de los bebés cuando no solo las cosas son balbuceos e intenta decir la palabra que le mencionamos. Los padres no saben el entretenimiento que tienen con ellos.

—Puedo decir 'trasero' y quizás la gente tarde en entender. Maravilla —murmuré pasándole el vaso y regresando a mi labor de preparar el desayuno.

Tlaselo. —Me giré hacia Daniel.

—No digas eso. —Se ceño se frunció.

¡Tlaselo! —exclama con más fuerza; me arrodillo frente a él, cubriendo su boquita y mirando hacia la puerta de mi habitación.

Te propongo un deslizWhere stories live. Discover now