7 Y sus ojos se encontraron

Börja om från början
                                    

En contra de todo su miedo la princesa alzó la vista, temiendo molestar más al rey con su cobardía.

—Si le quitamos los recuerdos a Anna, —explicó él con la última gota de su paciencia— fue para que tú puedas aprender sin su presión. Para que no te afecten las ideas que ella pueda tener de ti y tus poderes. Sabes bien que hay una razón por la cual esto es un secreto.

Elsa volvía a mirar el suelo. Oh no. Iba a llorar.

—No podemos correr ningún riesgo, y menos después de lo que pasó. —Siguió su padre—. Sabes bien que Anna te vuelve vulnerable. Tienes que deshacerte de ese punto débil. Por eso ella nunca debe de saberlo.

Elsa no volvió a replicar, aquellas afirmaciones le pegaban en el corazón, porque todo era cierto. Siempre que Anna estuviera de su lado ella seguiría intentando cumplir con sus expectativas; y siempre que ella estuviera con Anna, la pequeña haría lo posible por estar involucrada con todo ese gran problema. Si quería protegerla, tenía que apartarla de ese lado de sí misma.

—¿Entiendes como tienen que ser las cosas? —le preguntó su padre, suavizando su tono por primera vez en toda la noche.

Elsa lo miró un segundo y asintió con la cabeza. Esperaba que su pequeño fleco bloqueara su rostro de los ojos de su padre, de modo que no se diera cuenta de la primera lágrima que viajaba por su mejilla.

El silencio duró poco. Sin que ninguno de los dos supiera que hacer a continuación, lo único que quedaba es que el rey la dejara sola. Pero él no quería sólo irse sin más.

Dio un paso hacia ella, con la intención de abrazarla o acariciarle la cabeza. Con el acercamiento notó como Elsa se encogía y se echaba ligeramente hacia atrás. Ambos notaron el hielo que comenzaba a cubrir el suelo.

Agdar suspiró y retrocedió. No estaba seguro de que fuera la decisión correcta, pero la princesa quería estar sola y lo necesitaba.

—Descansa, Elsa—le dijo abriendo la puerta. Antes de cerrar tras él se volvió y la observó un segundo, su pequeña silueta iluminada por la luz de su ventana. El hielo brillando y extendiéndose a su alrededor—. Te quiero, hija—susurró y se fue. Esa noche durmió en el cuarto de la segunda princesa, porque ya no quería enfrentarla ni a ella, ni a su esposa.

Elsa permaneció de pie en el centro de su habitación por más de media hora, enfocada en que su poder no se extendiera a más de un metro de ella. A pesar de su esfuerzo, la princesa sólo lograba alentarlo considerablemente.

Casi no parpadeaba, tenía sus ojos bien abiertos y dejaba que las lágrimas corrieran por su cara en silencio y libertad. Dejaba que se le escurriera el moco y que sus puñitos se cerraran y abrieran con agresividad, marcándose las uñas en las palmas de sus pequeñas y poderosas manos. Todo en silencio y en aparente calma.

No como su interior, que era un caos. Sentimientos se encontraban con virtudes que debía de tener y se atacaban, tratando de hacerla fuerte. La culpa con la responsabilidad, la tristeza contra la obediencia, la desesperanza contra la calma. La voz de Anna contra la de su padre. Sus lloriqueos y gritos contra aquella voz imponente y esos ojos penetrantes. Una niñita contra su padre. Y Elsa podría haberlo impedido si no hubiera sido tan ingenua.

Cuando su vestido comenzó a cubrirse de escarcha, explotó. Pero no en ira, como haría Anna; ni en un golpe fuerte a la pared, como hacía su padre a veces, una vez que estaba solo. No. Se desplomó en el suelo y comenzó a llorar sin control, cubriendo su cara con sus manos lastimadas, tratando de liberar a su corazón del dolor que le causaba la soledad y el deseo. Un deseo que se le presentaba por primera vez, y que la acompañaría por muchos, muchos años.

Trilogía: A Través Del TiempoDär berättelser lever. Upptäck nu