33 Tengo que encontrarlo

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Elsa fue sentada en la parte de atrás del trineo y Kristoff en la delantera. Fue un viaje silencioso y mucho más rápido de lo que la reina deseaba. Al reconocer el alrededor sintió una conocida molestia en el estómago y no pudo evitar frotarse las manos. Aquel lugar significaba el inicio de los peores años de su vida. Sí. El accidente con Anna podría haber pasado a ser tan sólo lo que había sido, un accidente, si los trolls no hubieran sembrado el miedo en el corazón de sus padres y en el de ella. Si bien, las amenazas y el pasado exigían la precaución, su pueblo le enseñó que las personas cambiaban y ahora resentía el jamás haberlo intentado. El que se lo hubieran prohibido. Sufría por ella, por Anna, por sus padres, por sus abuelos. Por todos los que fueron condenados a una vida de depresión y soledad. Y, para evitar sumirse de nuevo en un pensamiento profundo que aún se colaba en sus sueños de vez en cuando redirigía todo ese rencor a los trolls. A Pabbie. 

—¿Quieres verlo a solas?

La voz de Kristoff la sacó de sus pensamientos. Estaban por llegar.

—Si fuera posible. Por favor.

—Entonces espera aquí, si te ven los demás estoy seguro de que no podrán aguantarse las ganas de involucrarse. Verás, son un poco encimosos, pero son buenos.

Elsa fingió su mejor sonrisa. Vio al hombre alejarse entre el humo de las fumarolas y bajó del trineo. Para calmar sus manos acarició a Sven con largos y lentos movimientos. Poco a poco logró concentrarse en la textura de su pelaje y en los ojos llenos de cariño del animal. Kristoff no tardó en volver.

—Tendrás que dar la vuelta para que no te vean y subir una pequeña colina, te verá en mi casa. Es una cueva, pero es acogedora, será fácil de reconocer. Mientras iré con los demás.

—Muy bien.

—Si quieres puede llevarte Sven, aunque levantará sospechas. Tendrían que ser muy silenciosos.

—No te preocupes, iré sola. Gracias, Kristoff.

—¿Sabes cuánto tardarás? Podemos vernos aquí de nuevo y te llevaré de regreso.

—Oh, no te preocupes. Veré la forma de avisarte, tú ve a descansar.

El hombre asintió. Abrió la boca para decir algo más, al final no lo hizo. Le indicó la dirección a Elsa y se fue con Sven a ver a su familia. La reina tomó aire y se encaminó por donde le indicó, sintiendo el nerviosismo apoderándose de sus latidos, resonando en sus oídos como si tuviera el corazón en la cabeza.

—No sientas, Elsa —se dijo sin darse cuenta, llegando a la cima. Ni siquiera tuvo que buscar la cueva, en la cima frente a ella estaba Pabbie, esperándola.

Pabbie. El que le dijo a una niña que el miedo era su enemigo, quien le enseño su muerte, gritos de espanto, rojo consumiéndola. El que permitió durante años y años que se ocultarán. Él sembró el miedo en ellos, una y otra y otra y otra vez. Su padre había muerto sin saber la verdad, sin verse aceptado. Y ella había muerto a los ocho años al ver un futuro que hasta hace un año parecía inevitable.

—Elsa, intenta respirar.

Su visión volvió a la normalidad, las memorias desaparecieron. Frente a ella estaba Pabbie, pequeño, viejo, inofensivo, rodeado de picos de hielo color dorado. Elsa lanzó una exclamación y movió las manos, recordando a Anna y a Kristoff, con quienes siempre había sido bueno. El hielo desapareció, la tensión permaneció.

—Entiendo que estés enojada, pero quizá antes de pelear podamos tomar una taza de té.

Algo en ella le suplicaba salir corriendo, seguir la colina y seguir al mar. Congelarlo y cruzarlo como hace un año, sin mirar atrás. Soltó el aire y lo siguió con calma hasta la cueva de Kristoff, tomó asiento frente al troll y, tras aceptar una taza caliente fue directo al punto.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora