4 Es imposible

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No pudo dejar el reino. Tras un minuto de vuelo tuvo que reconocer que no podía ubicarse, a pesar de que normalmente no le costaba trabajo. Era extraño, todo le parecía diferente: El mar, los bosques... incluso la luna. Al mismo tiempo, todo resultaba familiar.

Pensó que seguro se debía a su reciente discusión con el viejo troll. Aun no podía dejar de darle vueltas a todo lo que le había dicho, al extraño secreto, a la mirada triste de la pequeña Elsa. Seguro era sólo eso. Necesitaba despejarse antes de empezar su viaje. Así que se rindió, dio media vuelta y volvió. Pero no al castillo ni a los trolls. Decidió visitar el pueblo. De ese modo descubriría si era tan misterioso como todo lo demás y tendría un informe completo para los guardianes cuando le preguntaran dónde había estado.

Aterrizó en la oscuridad y el silencio.

No había luces en las ventanas, o el rastro de ellas detrás de las cortinas, decorando un árbol navideño. No había personas en las calles tomando fotos de los arreglos de la ciudad. Porque no había arreglos. Quizá ahí no les gustaba celebrar navidad. Quizá ahí no vivía nadie. Era normal que la gente durmiera a esas horas, pero ni siquiera pudo divisar un faro que alumbrara las aceras en caso de que un alma anduviera o manejara en la madrugada. No vio un solo coche estacionado tampoco.

Inhaló profundamente por la nariz, escondiendo los labios dentro de su boca hasta que sus pulmones se llenaron. Luego soltó el aire formando una pequeña nube blanca con el aliento. No había cables de luz sobre los que pudiera caminar y los techos triangulares no se lo permitirían. Aunque no le encantaba la idea, no tenía otra que andar a pie por las calles, en medio de ese misterio, buscando cualquier señal navideña o de vida.

Con la poca luz que le brindaba la luna se fijó en las casas, todas de tamaños similares con los mismos incómodos techos triangulares de diversos colores, protegidos por gruesas capas de nieve.  Estaban agrupadas, sin ser parte de algún condominio, sin seguir un orden específico. Parecía un pueblo más que una ciudad, y por ello resultaba extraño que estuviera rodeado de mar. Normalmente en esas zonas era donde habría más hoteles o restaurantes. Pero tal y cómo había notado antes, no se veía un solo edificio. Todo era demasiado clásico e igual. Toda la arquitectura combinaba y estaba pintada con una curiosa paleta de colores alegres. De día, seguro que uno se sentiría en otra época, y podía ser por eso que se habían encargado de mantener un ambiente de antigüedad que no arruinarían con un par de postes y una calle lo suficientemente extensa para que cruzaran dos carros.

El pueblecillo tenía su encanto, y el gran castillo era la cereza del pastel. Lo más probable es que se encontrara en zona turística y que no fuera tan extraño como parecía el no tener una sola cámara de seguridad tan cerca del palacio.

No, no. Todo estaba perfectamente normal.

Ignorando las pequeñas sospechas que seguían persiguiendo sus pensamientos fue admirando el mar cuando notó porque todo era como era. Anticuado. 

Lo que vio varado en el hielo fue un barco. Nada parecido a un crucero o un yate. Era un barco como los que dibujaban los niños, como los que usaban los piratas en las películas. Como el que había visto alguna vez cuando estaba vivo. Un barco de vela.

Antes de poder permitirle a su mente sugerirle un pensamiento que no podía ser verdad, voló hasta el navío y se situó en el centro, buscando con la mirada cualquier señal de modernidad o explicación que le confirmara que se encontraba en medio de un centro turístico ambientado en el siglo pasado o antepasado.

Vio las ralladuras en los costados, las marcas de tierra en el suelo, astillas en el mástil. Si fuera un barco clásico y no común, lo tendrían mejor conservado. No estaba encontrando lo que buscaba.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora