1 Tengo que intentarlo

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Cuando usó el portal no esperaba que pasara nada fuera de lo normal, y eso es porque no esperaba que yo interfiriera en ese momento. Él esperaba llegar al otro lado del mundo y repartir regalos en las casas como hacía cada madrugada del veinticinco de diciembre. Esperaba, que todo saliera bien como en todos los años, que quizás podría tener algún pequeño contratiempo. Pero nada de lo que esperaba sucedió. O al menos, no en la medida que él creía. Y tenía razón para creer eso, porque no era a él a quien yo quería mandar para allá.

Llamarlo un "pequeño contratiempo" podría describir perfectamente la situación, si sólo habláramos del tiempo.  Pero la definición de contratiempo viene con un "accidente" o un "suceso", y la palabra pequeño no era la correcta para describirlo. El castillo era prueba de ello.

Se quedó mirándolo por un par de segundos tratando de adivinar qué es lo que veía tan diferente. O lo que lo hacía sentir tan fuera de lugar. Conocía ese castillo, lo visitaba cada año y, sin embargo, pareciera que no hubiera estado allí hace mucho, mucho tiempo.

—Van a regañarnos si nos ven aquí afuera—escuchó de pronto el hombre proviniendo de detrás del muro—, y va a ser culpa tuya.

—Sí, sí. Será mi culpa. Ahora, ¡relájate! —dijo una segunda voz más cerca. Ambas pertenecientes a niñas.

—¡No! Porque me culparán a mí.

La segunda voz río. Después se escuchó como algo se removía entre los arbustos, primero dentro y luego fuera de los límites del castillo hasta que por un pequeño hoyo tapado por un rosal marchito salieron un par de niñas arrastrándose por la nieve. Se detuvieron y vieron al hombre grande y gordo parado frente a ellas, y él las vio. Se miraron los tres sin decir ni una palabra, cada uno más confundido que el otro. Y no hicieron nada más, sólo mirarse.

Pero el portal no lo quería a él, yo no lo quería a él.

Un rayo de luz rosado interrumpió su sesión de silencio, y, como si se tratara de una aspiradora, se llevó al hombre de vuelta al lugar del que había salido. Se perdió entre vueltas de colores y recuerdos hasta que volvió a donde había estado en un principio: su lugar de trabajo.

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Se encontraba jugando videojuegos con Jamie cuando vio las luces. Era el llamado de Norte, significaba que algo había sucedido y que los necesitaba. Tuvo que obligarse a recordar que debía irse en ese momento, así que se apresuró a terminar el juego causando su derrota. Se paró de mala gana, se despidió del niño y salió volando por la ventana con ayuda del viento que lo guiaba a su destino.

Era mitad de invierno, el aire soplaba y la nieve adornaba las ciudades por las que pasó. Él ayudó un poco. A cada lugar al que iba lo cubría con una tormenta amistosa que suspendía las clases, cerraba las fábricas y bloqueaba las calles. De esa manera los niños salían a jugar, los adultos descansaban y lo único que se escuchaban eran las risas de la gente y una maldición de vez en cuando de algún amargado. Y todo causado por alguien a quién les gustaba referirse como Jack Frost. Una expresión. Un cuento para niños, tal y como decían de sus amigos con los que estaba a punto de reunirse.

Al llegar al Polo se dio cuenta de que era el último en llegar, ya todos estaban ahí, y, a juzgar por sus miradas impacientes, lo esperaban desde hace ya tiempo. Pero como siempre, se pasó las preocupaciones y entró con una sonrisa a saludar a todos como si no hubiera hecho nada malo.

El guardián del asombro, el viejo Norte, mejor conocido como Santa Claus, lo vio mientras aterrizaba en el centro del salón, escaleras abajo. Le dedicó una mirada de desaprobación mientas meneaba la cabeza de lado a lado. Bajó murmurando entre dientes dispuesto a regañar a su compañero por su tardanza, pero al verlo sonreír hacia él, con su característica simpatía, decidió dejarlo pasar.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora