34 Suena como un estúpido

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Anna estaba de muy buen humor esa mañana. En realidad, el buen humor la llevaba acompañando por más de una temporada. Jamás se imaginó que podría ser tan feliz, que la felicidad pudiera ser constante. Algunas veces, si se ponía a analizarlo, todo aquello parecía más un sueño que la realidad. Cuando el pensamiento la consumía se iba a dormir y se despedía de sus bellos sentimientos lista para despertar de nuevo en medio de un montón de soledad. Nunca dejaba de sorprenderse al verse otra vez en ese mundo feliz a la mañana siguiente; un mundo donde desayunaba con Elsa, salía al pueblo y tenía gente que la amaba y a quienes amaba de vuelta. Si aquello era un sueño quizá lo mejor fuera no despertar nunca. Nunca, nunca. ¡Jamás!

—¿Por qué estás empacando?

—Necesito irme de Arendelle, quedarás a cargo.

¡Jamás!

—¿De qué estás hablando, Elsa?

La voz le salió temblorosa y su buen humor cayó al suelo. No era la primera vez que pasaba, desde que tenía a Elsa de vuelta todas las maravillas de la hermandad se habían hecho presentes, al igual que los horrores, charlas incómodas, peleas sin sentido y días de malhumor. Sin embargo, ahí estaba siempre Elsa, eso siempre sería un consuelo y algo bueno. Esa maleta a medio llenar sobre su cama y la atención de su hermana en todo menos en ella no era aceptable.

—¡Elsa! —le gritó antes de poder contenerse. La mayor se sobresaltó y se giró a verla, notando por fin el ambiente recién formado.

—No grites, Anna. Ya te lo dije, tengo que salir. Serán sólo unos días.

—¿A dónde? ¿Para qué? ¿Con quién? Y no menos importante, ¿por qué no yo?

—Yo soy la reina.

—Una reina mágica, no se te olvide. No puedes sólo llevar tu magia a todos lados, aun puede haber gente que quiera lastimarte.

—Si alguien quiere lastimarme puede venir aquí en cualquier momento. Deja de preocuparte, mi magia ha llamado la atención en el mejor de los sentidos, no tienes que seguir temiendo por mí. Además, no voy a seguir ocultándome, y esa fue tu recomendación —le dijo pasándole a un lado para tomar algo de su tocador.

Anna se pensó bien lo siguiente que iba a decir. Sí, ya sabía que sus padres la habían ocultado al exterior por temor a que el miedo de la gente pusiera en riesgo a Elsa; y sí, ella fue la que le prohibió usar guantes desde el incidente, argumentando que fuera cual fuera la dificultad la afrontarían juntas. Sí, sí. Ese no era su temor en realidad, pero no sabía explicarse porqué se sentía tan aterrada.

—¿Con quién? —repitió.

Elsa volvió a rozarle el brazo y guardo un par de objetos en su maleta.

—Voy yo sola. Es un viaje corto y no necesito ninguna protección.

Se estaba defendiendo, explicándose sin preguntas.

—¿A dónde?

—Al norte.

Respuesta vaga. Anna alcanzó a ver que Elsa se frotaba los dedos. Además, seguía removiendo cosas en su maleta para poder darle la espalda.

—¿Para qué?

—Asuntos reales.

Jah.

—Yo voy contigo.

—Anna, no.

—Anna, sí. ¿Por qué tengo que quedarme?

—Es sólo un viaje, estaré de vuelta en-

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora