27 Cuida de mi hermana

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Hans había llevado a Elsa en su propio caballo, todos los demás le tenían demasiado miedo, pero él intuyó que inconsciente no tenían por qué temerle. Le preocupaba mucho más el monstruo de nieve que protegía el castillo, habían logrado derribarlo y su caída al vacío parecía mortal, pero mientras se alejaban aun podían escucharlo rugir.

Los guardias de Weselton habían sido salvados y arrestados por intentar asesinar a la reina. Eso significaba otra preocupación para Hans, quien estaba seguro de que ambos hombres seguían órdenes directas del viejo enano duque. Ese señor no le daba buena espina, y sabía que negaría haber tenido que ver en las acciones de sus hombres, aunque fuera obvio y tuviera todas sus palabrerías públicas contra Arendelle como pruebas. No serían suficientes, por ahora sólo podía considerarlo un aliado, después de todo querían lograr lo mismo, aunque sus acciones hubieran sido imprudentes. Hans no necesitaba más enemigos, ya tenía demasiados en casa. En Arendelle estaba empezando de nuevo.

Debía tener vigilado a ese viejo, era capaz de arruinarle todos sus planes.

Su última preocupación estaba puesta en su prometida desaparecida. No encontraron rastros de ella en el camino de ida ni de regreso. No tenía sentido. Incluso si fuera el terrible caso su muerte algo tendrían que haber visto. Pero no, se había evaporado en ese frío infernal. Tendrían que ir de nuevo en su búsqueda pronto, cuando los hombres recuperaran sus fuerzas, su convicción, y hubieran hecho algo respecto a la situación del reino. Respecto a Elsa.

Al volver al castillo de Arendelle hubo un gran debate sobre dónde encerrarla. La primera idea era el calabozo que estaba vacío, pero a nadie le parecía seguro dejar a la mujer sola en una habitación, con la libertad de hacer con sus manos lo que le placiera. Nadie propuso una mejor idea, no la querían en el salón con las cabezas de los reinos vecinos tampoco; les inspiraba demasiada desconfianza, y argumentaron que sus cabezas eran demasiado valiosas como para arriesgarlas. Por suerte no se tuvo que discutir mucho tiempo, cuando el Duque de Weselton volvió de encerrar a sus hombres les anunció que había una celda con justo lo que necesitaban: un par de esposas de metal encadenadas al suelo. Lo extraño de ellas era su forma, cubrían las manos en su totalidad, con un hoyo en la parte de abajo para las muñecas. Aquello debía ser para impedir que Elsa usara sus poderes.

—Sus padres sabían lo que estaban criando —dijo el Duque a Hans cuando se las mostró. Debía ser cierto, nadie más necesitaría de ellas.

Él se encargó de cargar a Elsa hasta su celda. Con ayuda de Gerda le puso las esposas, con la mínima esperanza de acabar con el invierno. No funcionó. Antes de salir dejó que Gerda la cubriera con una manta y le acariciara el cabello a Elsa. La miraba con mucha pena y mucho cariño. La vieja mujer era la única además de él que no temía a la reina.

—No es una mala persona—le dijo mientras subían las escaleras—. Jamás nos hizo daño antes, debe de estar asustada.

Hans asintió en silencio.

—Debería hablar con ella cuando despierte, seguro que así levantará el invierno sin necesidad de... Debemos darle otra oportunidad.

Hans le sonrió con pena. Quería salvar a Arendelle, pero no quería ser el responsable si no lo lograba. Estaba pensando qué responder cuando escucharon las cadenas. Gerda empujó a Hans para que fuera de inmediato, él no tuvo otro remedio que hacerlo.

Caminó con lentitud, escuchó un quejido y el metal removiéndose. Respiró profundo y abrió la puerta. Ahora que Elsa estaba despierta, la celda se sentía más fría. Dejó la lámpara a un lado y miro a la reina, esperando verla confundida y aterrada, pero Elsa tenía la misma cara que en su castillo. Seguía enojada.

—¿Por qué me trajiste aquí? —le preguntó con toda la dignidad que su encierro y sus manos encerradas le dejaban.

—No podía dejar que la mataran —contestó con calma, acercándose a ella.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora