41 Ya no existen

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En los días siguientes Jack le consiguió la excusa perfecta a Elsa para justificar su viaje. La llevó con los Northuldras, el pueblo de su madre. Conocerlo, investigar y reafirmar su amistad con Arendelle no sólo le sería beneficioso para su reinado, también para las dudas de la gente tras casi un mes de ausencia.

Elsa creyó que podrían ponerse agresivos con ella, a la defensiva, después de todo su madre le había contado la negación por lo mágico con la que creció, el esfuerzo hecho para evitar que hablara sobre magia. No sabían a quién desposó la querida Iduna en realidad.

—Tú por eso no te preocupes. No es más que una farsa —le dijo Jack al dejarla a la entrada de la tribu—. Tú sonríe.

Aunque no entendía del todo esas afirmaciones, Elsa siguió el consejo y se presentó disculpándose por no haber avisado. Los nativos la recibieron con gran sorpresa. Habían escuchado poco sobre Arendelle desde la muerte de los antiguos reyes, y poco menos sobre la magia de la nueva reina. Sin embargo, en contra de todo pronóstico, cuando Elsa mostró prueba de su poder, no lucieron temerosos ni extrañados. Al contrario, los viejos le sonrieron, los jóvenes se encantaron y los niños se arremolinaron a su alrededor.

—¡Enséñanos más!

—¿Puedes hacer un muñeco de nieve?

—¿No te da frío?

—Yo quiero un helado.

Elsa tardó un poco en librarse de sus pequeños admiradores. Les congeló una pequeña charca para que pudieran patinar y dejó una buena cantidad de nieve alrededor para que jugaran. Después se acercó a ella Yelena, una mujer mayor, canosa, baja y con mirada estricta, una de los jefes del pueblo del sol. La invitó a tomar el té y discutir sus asuntos reales en privado.

—Me disculpo por los niños, hablaré con ellos más tarde —le dijo Yelena al entrar en su tienda.

—Oh, no han sido ningún problema. Es lindo hacerlos felices —dijo Elsa con una sonrisa sincera.

—Tienen fascinación por la nieve últimamente. Han aparecido unas cuantas heladas cerca del río y no dejan de gritar que se trata de Santa Claus. Ahora dirán que era una señal de tu llegada.

Elsa reprimió una risita.

—Dígame, su alteza, ¿qué la trae al pueblo del sol?

Elsa tomó aire, insegura. Apenas se lo mencionó a Jack y él, apenas la hubo escuchado, la llevó ahí. Insistió en que sería útil para su investigación, e incluso le entregó sus preguntas escritas en un cuadernillo viejo para evitar que olvidara algo. Aun no compartía con Elsa las razones de su ausencia y su estadía en el Bosque Encantado, pero le prometió contarle todo en cuanto las respuestas fueran claras.

—Bueno —comenzó a decir la reina, metiéndose en el papel del monarca responsable de su reino—. He venido a presentarme formalmente. Y a supervisar que el acuerdo de amistad entre nuestros pueblos siga en pie exactamente como se acordó en un principio. Han brindado los recursos que pedimos y han recibido los que pidieron.

—Sí. Tu padre sintió fascinación por nuestra vegetación desde la primera vez que nos visitó. Cuando es temporada vienen por su parte de los cultivos y cazan en las zonas designadas. A cambio tenemos protección. Ningún reino ha venido a intentar conquistarnos desde entonces. También nos han brindado servicio médico para lo que no podemos curar aquí. Son pocas las veces, pero son apreciadas.

Elsa sonrió. Durante su reinado en las sombras junto con Kai pusieron especial atención en el hogar de su madre. Si no se equivocaba, incluso debía haber soldados de Arendelle viviendo por temporadas en el bosque, haciendo relevos cada cambio de estación.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora