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Ese día se cumplían dos semanas desde que dejó Arendelle. Después de su encuentro con aquel pequeño ser de piedra Elsa había dejado de escuchar al Viento, parecía haber sido ahuyentado. Elsa no se animó a moverse de donde estaban hasta tres días después de lo sucedido. Sabía que iban hacia el Norte y no existían razones para cambiar el rumbo. Se convenció, lo consultó con Malvavisco quien no tenía mucho que opinar al respecto y siguieron. Sin embargo, se movieron más despacio, tomaron más descansos. La inseguridad le impedía seguir como hasta entonces. Por esos retrasos fue hasta cumplidos los catorce días que se encontró frente al Bosque Encantado. Hogar de los Northuldra. Hogar de su madre. 

Durante su infancia escuchó las historias del bosque, sus maravillas, su belleza. Antes del accidente con Anna, tenían pensado visitarlo alguna vez. Después de cerrar las puertas jamás volvió a mencionarse. Elsa sintió tristeza, parada ante los árboles que le bloqueaban el lugar y dividían la pradera del bosque. No se imaginaba el dolor de nunca volver a casa teniéndola tan cerca. En barco no debería tardar más de un par de días llegar. Una escapada. Todos los días recordaba cosas sacrificadas por su causa, por su bienestar y el de su padre. Aquello le intensificaba el nudo del estómago. Ni siquiera sabía si tenía abuelos. 

—¿Llegamos? —Preguntó Malvavisco detrás de ella.

Más allá del bosque se extendía el Mar Oscuro. Si el Viento la guio hacia el Norte esa era la última parada. Aunque no sabía cuánto se extendía exactamente. Era tan grande que incluso sería difícil encontrarse con el pueblo de su madre. Encontrar a un solo hombre no iba a ser tarea fácil.

—Llegamos —contestó a pesar de todo, reanudando el paso. Malvavisco no la siguió. —¿Qué pasa? —volteó a verlo, preocupada.

—No caber.

Oh.

Oh.

Elsa miró la barrera de árboles como si fuera la primera vez. Parecían haber sido plantados estratégicamente, de forma que pudiera impedirse el paso sin tantos hombres protegiendo el interior, usando lo árboles de protección y cómo mitad de las fuerzas. Los caminos eran angostos, en zigzag. Apenas alcanzaría a cruzar entre ellos un caballo o un reno. Miró hacia los lados, el límite del bosque era largo y parecía terminar cuando iniciaban las colinas y montañas. Si iban por ahí no podía saber cuánto tardarían en cruzar o si sería posible. Malvavisco era enorme y pesado, sobre piedras y tierra mojada podría llegar a tener grandes accidentes. Quién sabe si era capaz de escalar.

Elsa estaba considerando construir unas escaleras gigantes de hielo cuando el gólem le empujó la espalda. Se volteó a verlo confundida.

—Ve. Buscaré camino.

—Estoy pensando. Quizá si hago un puente gigante- Aunque no quiero alertar a nadie de que estamos aquí... Tal vez sí-

—Ve —repitió—. Buscaré camino.

—¿Y si te ve alguien? Lo matarás del susto.

—Nadie me verá. Camuflaje.

—Ajá. Pero no hay más nieve.

—Sí habrá.

—Estamos en verano, no habrá-

Claro que sí. Si él estaba ahí tendría que haber.

Elsa volvió a mirar al bosque.

—Ve —insistió Malvavisco.

Lo miró apretando los labios, conmovida. Sintió ganas de llorar. Se tragó las ganas y le abrazó la pierna una vez más.

—No hagas nada peligroso —le ordenó mirando hacia arriba, a su cara—. Si no encuentras el camino perfecto ruge, vendré por ti.

—¿Rawr?

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora