40 Para mí no es suficiente

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La vida en el castillo regresó unos días después. Anna se despertaba temprano con una sonrisa, saludaba a todo el mundo y atendía las responsabilidades de Elsa con nuevo entusiasmo e interés. Se involucró profundamente en los problemas del reino, en los pedidos de su pueblo y en las relaciones con los jefes de cada aspecto real. Volvía a dormir con gran gusto, a reírse con ganas y a ver a Kristoff, con quien se disculpó por su distanciamiento y explicó en pocas palabras lo mal que la pasó con el abandono de su hermana. Él, al verla tan alegre, decidió no indagar más en el tema y la perdonó. Aun así, se aventuró a hacerle la pregunta del millón:

—¿Qué te tiene tan contenta? Normalmente lo único que te hace actuar de este modo tiene que ver con Elsa.

—Tú me haces feliz.

—Sí, pero de un modo diferente. Anda, suéltalo.

La princesa le sonrió como una niña y se le acercó para susurrarle la respuesta a aquel misterio:

—He hecho una amiga.

—¿Qué? —preguntó confundido—. ¿Eso es todo?

—No lo entiendes, nunca he tenido amigas. Quiero decir, claro, Elsa es mi mejor amiga en todo el mundo, pero es mi hermana. Jamás tuve relaciones con alguien externo a mi familia, alguien a quien conocer desde cero y a quien contarle toda mi vida.

—¿Y yo?

—Eres hombre, es diferente. Además, eres mi novio. Hay cosas que no puedo hablar contigo.

—¿Cómo qué? —preguntó ligeramente ofendido.

—Por ejemplo, sobre ti. Si quiero hablar de cómo te conocí, o si dijiste alguna imprudencia que me hizo reír, o te equivocaste en algo o nos molestamos lo hablo con mi amiga.

—¿Como nuestro distanciamiento?

—¡Exacto! Hablar sobre mi novio con alguien es nuevo para mí.

—¿No hablabas de eso con Elsa?

—No. Elsa no tiene mucho interés en el romance, además de que siempre busca la oportunidad de convertir las anécdotas en lecciones. Muy de hermana mayor. También hablo de ella con mi amiga, porque si a ti te cuento cada cosa de Elsa ella se sentiría incómoda.

Kristoff asintió despacio. Una parte de él se revolvía de emoción al saber que Anna disfrutaba traerlo a conversaciones con otras personas. Otra parte sentía un poco de celos al no ser su mayor confidente. Aunque podía entenderlo. Ahora que convivía con más personas y se involucraba con el pueblo, veía que entre mujeres les encantaba hablar, hablar, hablar y hablar. Existía una intimidad distinta entre amigas, una burbuja se formaba alrededor de ellas al juntarse. Se notaba la alegría, como la que adornaba el rostro de Anna.

—Me alegra que estés mejor —dijo por fin, abrazándola por los hombros—. Espero que sepas que también puedes contarme cualquier cosa.

—Gracias —le susurró ella en el cuello, rodeándolo en un abrazo fuerte—. Te la presentaré pronto.

—¿Dónde vive?

—En el castillo. Está trabajando como... Bueno, no trabaja mucho. Gerda accedió a contratarla como criada, pero siempre que puede se escapa y pasa el rato conmigo.

—¿Cómo se llama?

—No me lo ha dicho, no le gusta su nombre. Se autonombró mi madrina y la llamó así.

—¿Tu madrina? ¿Es vieja?

—No. No es mucho mayor que yo, sigue en sus buenos años. Aunque a veces luce antigua, en un buen sentido. Te caerá bien, es muy dulce. Es... justo lo que necesitaba.




Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora