18 Hans de las Islas del Sur

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Durante los tres años siguientes Arendelle se rigió bajo las reglas y dictámenes que habían mantenido los fallecidos reyes, Agnarr e Iduna. Las negociaciones con países vecinos, la administración del capital y las puertas del castillo se mantuvieron sin ningún cambio significativo, y aquello que necesitaba de observación constante o algún arreglo quedó en manos de Elsa.

Elsa no había querido asumir el título de reina a los dieciocho años por varias razones. No se sentía lista, emocionalmente no estaba preparada, y no quería que su reinado empezara cuando sentía que su vida se había terminado. Así que esperó a la fecha predeterminada, no la movió ni un solo día. Poco a poco fue tomando más de sus tareas reales, nada importante cambiaría, estaba confiada en eso. Lo más grande sería volver a abrir las puertas para presentarse a su pueblo.

Cumplió veintiuno en diciembre y a mediados de la primavera se dio inicio a su coronación.

A pesar de la increíble emoción y de creer no poder dormir en toda la noche, Anna no se despertó a tiempo. Estaba tan sumergida en su descanso que casi no oyó el llamado que se repetía una y otra vez en su puerta. Con gran pesar logró sentarse, estirarse un poco y entreabrir los ojos.

—¿Sí? —Preguntó con sus pocas fuerzas, deseando que la dejaran dormir más tiempo. Era sábado. No tenía que llegar a ninguna lección ese día. ¿Cuál era la prisa?

—Lamento mucho despertarla, princesa.

—No, no, no lo hiciste—dijo en un bostezo—. Desperté hace horas.

Su último cabeceo lo detuvo con su mano sobre su rodilla. Una vez en una posición estable volvió a roncar hasta que su cabeza volvió a desbalancearse y ella a despertar.

—¡¿Quién es?!

—Sigo siendo yo, princesa. Pronto abrirán las puertas. Tiene que arreglarse.

—¡Por supuesto! —Respondió Anna estirándose con placer, incapaz de pensar en lo que le decía el mayordomo—. ¿Arreglarme para qué?

—La coronación de su hermana... ¿Princesa?

Anna entonces abrió los ojos un poco más y visualizo su vestido al frente, de torso negro decorado con la flor de Arendelle, y la falda de tablones verdes. Un precioso vestido para...

—¡Hoy es la coronación! —Gritó emocionada antes de saltar de la cama. En muy poco tiempo se vistió, se calzó, se peinó en un moño bajo y elaborado, se maquilló levemente y salió volando del cuarto. Gerda pasaba por el pasillo, llevándole su desayuno. Anna, incapaz de mantener su alegría le tomó una mano y la hizo girar—. ¡Hoy es la coronación!

Gerda casi perdió el equilibrio cuando Anna la soltó y siguió corriendo. Por una vez en la vida la mujer no rodó los ojos, ella también estaba emocionada.

Las ventanas se abrían, la luz entraba, por donde pasaba Anna veía gente y más gente, tanta como nunca recordaba haber visto en el castillo. Llevaban cientos de platos, telas, arreglos florales. Tenían poco tiempo para preparar todo el espacio, pues Elsa había insistido en que no se necesitaba preparar su ceremonia con días de anticipación. Y Anna estaba encantada viéndolo todo, la comida, los postres, las cortinas, los colores, la libertad. Hoy era su día.

De su hermana, claro. Pero estaba segura de que Elsa consideraba eso una molestia. Si pudiera, habría hecho una ceremonia privada y ella misma se hubiera puesto la corona, sin la necesidad de invitar a nadie. Ni al sacerdote o si quiera a Anna. Por eso, aquel era el día de la menor. Tenía 24 horas para conocer a su pueblo, a gente, hacer amigos, correr por las calles, saltar las bardas, bailar con todo quien quisiera, probar manjares nunca antes probados, hablar con todo quien tuviera boca, meterse al mar hasta que todo su cuerpo se arrugara y disfrutar de una noche normal en Arendelle rodeada de todo tipo de personas, acompañada.

Trilogía: A Través Del TiempoOnde as histórias ganham vida. Descobre agora