44 Creo que lo arruiné todo

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Elsa se despertó varias veces hasta darse por vencida y decidirse a levantarse. Afuera seguía oscuro. En su mano todavía descansaba la de Jack, floja y entreabierta, él sentado en el suelo con la cabeza contra el colchón. Dormía. Le había contado a Elsa que no le era necesario a menos que tuviera cansancio mental, después de lo de anoche parecía exhausto.

Elsa se sintió avergonzada por su dramatismo y lágrimas, tenía que mantener la compostura, en especial cuando el problema era su responsabilidad. Además, era la reina, no tenía que olvidarlo, aunque le fuera difícil actuar como tal frente a su amigo. Apretó la mano de Jack y se la llevó a los labios. Cuando la vergüenza creció lo soltó con cuidado y salió de la cama. Se peinó el cabello en un moño bajo y del cajón de su madre sacó una pañoleta para envolverse la cabeza. Aprovechó que la tina seguía llena para lavarse la cara y las manos, le dio vuelta a la cobija y a la ropa interior extendidas junto a la ventana, seguían mojadas y heladas. Demasiado. Las hizo bola, decidió llevarlas con ella afuera.

Salió de la habitación con sumo cuidado para no despertar a su amigo. No contaba con que otro la esperaba fuera y la vio fijamente hasta que se percató de su presencia. Elsa dio un respingo al ser descubierta.

—Olaf, ¿qué haces aquí? —le preguntó en voz baja.

—Me preguntaba si dormías bien.

—No puedo dormir.

—¿Pesadillas otra vez?

Lo mismo preguntó Malvavisco.

—¿Tienes pesadillas, Olaf?

—Yo no. Hablaba de ti.

—¿Cómo sabes que las tengo?

El muñeco se puso de pie soltando un bostezo y extendió sus brazos de madera para ayudarla a cargar. Elsa le sonrió y le tendió la camisola y juntos caminaron por el pasillo.

—A veces te siento despertar —dijo el muñeco mientras bajaban las escaleras—. No sé cómo sé que son pesadillas, pero no se me ocurre algo más que te pueda tener tan agitada en la noche.

—¿Sientes todo lo que siento? —le preguntó su creadora nerviosa.

—Nop. Sólo algunas veces y cuando estamos cerca. Estas últimas semanas que no estuviste no sentí nada en absoluto. Estaba preocupado hasta que recordé que tampoco sentí nada cuando conocí a Anna y a Kristoff. Cuando llegamos a tu castillo de hielo sí sentí cosas, por eso subí. Kristoff me retrasó, trataba de detenerme y por eso no pudimos impedir que le congelaras su corazón a Anna. Aunque no sabíamos que ibas a hacer eso.

Elsa le abrió la puerta de la cocina. Tardó en seguirlo afuera, digiriendo esa información. Sus fuertes emociones no sólo hacían a sus poderes actuar en contra de su voluntad, su instinto la protegía y eso incluía alertar a los seres vivos que nacían de ella.

Bajó los escalones y estiró la cobija y las prendas colgando de un árbol.

—¿Volviste a sentir algo hoy? —preguntó al terminar.

—No. Por eso fui a dormir al pasillo, por si algo pasaba.

—¿Quién se quedó con Anna?

Olaf le sonrió.

—Anna me tuvo todos estos días y tiene muchos más amigos que tú. Ahora toca cuidar de ti.

Elsa se rio conmovida.

—Tú y Anna no me creen muy popular.

—Eres mala para socializar, Elsa, cuesta creer que hayas sido capaz de crearme a mí, un experto en las personas.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora