12 Un castigo para el reino

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Pabbie no se sorprendió cuando escuchó que el muchacho había regresado.

Desde su primera y última discusión había esperado por ese momento, en el que el chico buscara respuestas. Más tiempo del calculado esperó, pero finalmente había llegado, y los trolls corrieron al rincón donde descansaba a decirle que reclamaba su presencia. No se hizo de esperar.

Rodó con rapidez hasta el mismo lugar dónde se reunió con la familia real semanas atrás. Ahí en el centro, de pie, estaba el muchacho. Joven, desconocido, con evidente poder emanando de él. Se miraron. Pabbie sintió de nuevo el enojo del chico hacia él.

—¿Cómo te llamas? —Le preguntó primero, tal y como la última vez.

—Necesito que me expliques todo.

—Entiendo. Y estoy dispuesto a explicarte, traté de hacerlo antes, pero te fuiste muy pronto.

Silencio. El muchacho miró a su alrededor, a las decenas y decenas de trolls que lo observaban con atención. Ninguno hizo un solo ruido.

—¿Bien? —demandó—. No tengo toda la vida.

Pabbie suspiró con paciencia y volvió a preguntar:

—¿Cómo te llamas?

Silencio de nuevo. El chico lo rompió, soltando también un fuerte suspiro. Por fin relajó los hombros y se acuclillo frente al jefe troll, agachando la cabeza.

—Lo siento. Es solo que ya no sé qué está pasando. Y en nuestro primer encuentro tampoco lo sabía. Creo que nunca he estado seguro.

El troll le sonrió y él le devolvió la sonrisa.

—Me llamo Jack. Jack Frost.

—Yo me llamo Pabbie, te presentaría a toda mi familia, pero dudo que recuerdes todos sus nombres-dijo dirigiéndose al resto de los trolls, que rieron y saludaron con la mano. Jack los saludó de vuelta y dijo con sinceridad:

—Me gustaría conocerlos a todos, después de hablar no me importaría quedarme a escuchar sus nombres. Aunque no prometo recordarlos —bromeó.

Con aquel comentario terminó de ganarse la confianza completa de todos. Incluso algunas miradas coquetas de algunas trolls mujeres, y una de uno hombre. Jack rio halagado y siguió a Pabbie, que con un movimiento de cabeza le indicó que se moverían.

Llegaron hasta una pequeña cueva, apartada unos cuantos metros del cráter rodeado de fumarolas y de donde descansaban todas las criaturas del lugar. Estaba sola, silenciosa. Dentro había un baúl pequeño, un saco de dormir pequeño hecho de pieles y los rastros de una fogata. Pabbie no parecía ser el dueño de ninguna de esas cosas, por lo que Jack dudó en entrar.

—¿Seguro que podemos entrar aquí? —Era una pregunta estúpida. Pabbie sabía perfectamente que podía y no hacer, pero fue la única forma que llegó a la mente de Jack para averiguar quién era el dueño sin delatar el pánico que sentía al imaginar que había alguien allí. Alguien tan pequeño como sus propiedades.

—Oh, no te preocupes. Kristoff no se molestará mientras no agarremos sus cosas.

—¿Kristoff?

—Un pequeño que recientemente se ha unido a la familia. Bulda, mi hija, lo adoptó la misma noche en que nos conocimos.

—¿Está aquí? —Los nervios se revelaron en su voz. Pabbie alzó una ceja divertido.

—Creí que te gustaban los niños, Jack Frost.

—La mayoría del tiempo, sí. Pero ahora encontrarme con uno generaría varias preguntas que preferiría no responder.

Pabbie rio con ganas.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora