32 Siempre lo pensé como un cuento

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Se cumplía casi un año desde la catástrofe que casi hunde a Arendelle en un invierno eterno. Elsa llevaba la cuenta de los días. Pasado ya el cumpleaños de su hermana y un horrible catarro que casi les arruinó la celebración, podía volver sus pensamientos a los planes que tenía en la cabeza desde hace meses. Quería ir en busca de Jack Frost.

Cuando despertó después de la segunda fiesta de coronación no sólo la acompañó un terrible dolor de cabeza y poca tolerancia a la luz, aun podía sentir entre sus dedos la mano de su antiguo amigo y en su corazón la alegría de que hubiera vuelto. Pero duró apenas un momento. Entre sus dedos no había nada, no volvió a ver al muchacho y en su pecho quedó un pequeño vacío. El primer día lo tomó como la última visión de su infancia, como un cierre a los años de soledad y rechazó. Se llenó con Anna, con Olaf, con conocer a Sven y a Kristoff. A la semana se encontró a sí misma viendo por su ventana todas las noches, registrando los cambios de la Luna, esperando a que estuviera llena. Al mes su itinerario se llenó de asuntos reales, de responsabilidades para con el pueblo, de pláticas incómodas con Anna sobre días antiguos. Al ver que su alegre princesa estaba tan rota y herida en el fondo como ella apartó los pensamientos que la llevaban al muchacho ausente, a sus poderes o a sí misma y se centró solamente en complacer a su hermana.

Iba con ella a donde la invitara, salía todos los días del castillo a pasear por el pueblo, organizaban bailes y festividades de fechas antes olvidadas. Dejó de sentirse una líder con un gran peso en su espalda, comenzó a ser parte de Arendelle y de su propia familia. Aceptó la relación entre Kristoff y Anna e incluso le tomó afecto a ese nuevo hombre y a su reino. Elsa comenzó a vivir en el presente. Y, sin embargo, al pasar su cumpleaños en diciembre y el de Anna en primavera volvió a mirar la Luna y se dio cuenta de que aun quería verlo.

Lo quería en serio. Y quizá fue por eso que un día soleado, mirando hacia el océano y recordando su infancia volvió a escucharla:

La canción del viento.


❆❆❆


—¡Ven, ven, ven, ven!

—Sí, sí, ya voy-

Sintió el golpe en todo el rostro. Era su culpa, estaba confiando en Anna para guiarlo con los ojos vendados.

—Poste —gruñó alegre.

—¡Ups! Lo siento.

Lo movió y volvió a jalarlo y a correr. Estaba muy emocionada por enseñarle lo que fuera que la tenía tan ansiosa desde temprano. Una semana había pasado desde el incidente y desde entonces Anna desbordaba felicidad y amor todo el tiempo. Kristoff no podía evitar que se le contagiara, después de todo ver a la persona que más quería feliz era razón suficiente para serlo.

—¡Muy bien, muy bien! —Gritó la princesa contenta—. ¡Aquí es! ¡Uy!

Le sacó la venda y apenas Kristoff pudo ver de nuevo abrió la boca asombrado. Frente a él se encontraba el trineo más bello, moderno, reluciente y elegante que jamás hubiera visto.

—Te debía un trineo.

Sven estaba a un lado, modelando junto a su nuevo vehículo con una medalla adornándole el pecho.

—¿Es en serio?

—¡Síii! —chilló la princesa sin poder seguir conteniendo su emoción—. ¡Y es el último modelo!

—No, no, no puedo aceptarlo.

—¡Tienes que! ¡Sin quejas ni devoluciones! Ordenes de la reina —le dijo apuntándolo con el dedo—. Te nombró maestro y proveedor oficial de hielo de Arendelle.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora