8 El frío no le molestaba

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La reina terminó de vestir a Anna en silencio, por petición de la pequeña. Habían estado sin hacer el mínimo ruido desde el pasillo que guiaba hacia su habitación. Incluso el respirar se estaba volviendo un inconveniente para la princesita, que no dejaba de mirar con amenaza y miedo su propia cama.

—Anna...

Su hija se volvió a su madre y le indicó con pánico que no hablara, posándole ambas manos en la boca. La mujer asintió con paciencia y le indicó con una mirada que se calzara las zapatillas. Anna lo hizo con sumo cuidado, lo único que le faltaba por arreglar de su aspecto eran sus cabellos alborotados. Su madre volvió a abrir la boca, pero decidió callar cuando la cara de la niña mostró alerta total.

—Gerda—moduló la reina con los labios, señalándole la cabeza, la pequeña asintió y salió de su habitación de puntillas. Se le escuchó salir corriendo cuando consideró estar lo suficientemente alejada.

La reina por fin soltó un sonoro suspiro. Se puso de pie, se alisó el vestido, caminó hasta la cama y le quitó las cobijas a su esposo de un jalón. El rey parpadeó varias veces antes de volver a cerrar los ojos.

—Despierta, Agdar—dijo su mujer—. El rey tiene asuntos que atender.

—¿Qué día es hoy? —preguntó entre sueños.

—Jueves. —Día de reunirse con el pueblo. La tercera mañana desde el accidente—. Y el desayuno ya está servido.

El rey se incorporó de un salto, comprendiendo que se le había hecho tarde. Vio a su mujer vestida y lista, miró a su alrededor confundido, recordando porqué estaba ahí, durmiendo en una cama individual rodeado de peluches, vestido con las ropas que había utilizado el día anterior.

—Necesito cambiarme—se dijo en voz alta.

—Tu traje está listo. Está en el cuarto.

—Sí—soltó en respuesta, y con la misma rapidez que su hija menor, salió de la habitación. La reina lo siguió. Al alcanzarlo lo sostuvo del brazo para que la mirara por un momento.

—¿Qué pasó ayer? —le preguntó directamente—. Anna estaba destrozada.

El rey se pasó la mano por el cuello, apartando la vista. Entonces la reina notó marcas rojas en sus nudillos. Líneas largas y marcas de uñitas en los dedos.

—¿Ella te hizo eso?

El rey tuvo que volverse para que su esposa no le tomara tanta importancia. Por el tono de voz que había utilizado sabía que se había enojado, pero no sabía si con él o con Anna.

—Idún. —La llamó con calma, separando con delicadeza la mano que lo agarraba del brazo—. Está bien. Elsa y ella querían salir ayer y las sorprendí. Está enojada conmigo por eso.

—No tiene por qué ser agresiva. Hablaré con ella.

—No. Estuvo mal, sí, pero regañarla sólo servirá para que todo esto le afecte más de lo que debe. No entiende, y se enoja por eso. Debemos ser pacientes con ella, se vienen muchos cambios que no le podremos justificar.

Idún bajó la mirada a sus manos, le acarició las heridas con pena, tal y como había hecho en la noche con la cabeza de su hija, sin poder hacer mucho más al respecto.

—Además, va a estar irritable por un tiempo, hoy viene la primera candidata a institutriz.

—Cierto—susurró. Ya más tranquila, dejó libre a su esposo para que pudiera ir a arreglarse lo más rápido que pudiera. Él le sonrió, aunque no lo mirara, y, también con más calma, comenzó a caminar hacia su habitación. Se encontraba por doblar el pasillo cuando ambos decidieron tocar el segundo tema, sabiendo que tenían que enfrentarlo.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora