24 Por una vez trata de confiar

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—¡Bingo!

Ahí estaba su cayado. En medio de trapeadores viejos y escobas mugrientas. Jack lo tomó entre sus dedos y sintió como los últimos síntomas del sueño se esfumaban de su cuerpo. Salió volando a la entrada principal para ir por Anna de una vez por todas, pero los murmullos de la gente pronto le contaron lo que acababa de suceder. Hans había ido en busca no sólo de la princesa, también de la reina. Aquello le brindo un poco de paz al muchacho, pero algo en ese tal príncipe no terminaba de convencerlo. Y aun no sabía que había pasado para que Elsa se hubiera desenmascarado ante todos. Más importante, ¿por qué no había despertado antes?

Miró al cielo. La luna estaba oculta de nuevo, el sol apenas iluminaba el triste cielo gris. A su alrededor reinaba el miedo y la incertidumbre. Vio entrar al viejo flacucho al castillo, sobándose la mejilla hinchada y susurrando entre dientes maldiciones. Lo más probable es que tropezara en la nieve, pero Jack deseo que alguien lo hubiera golpeado. Se lo merecía, la reacción de la gente venía acompañada del apoyo de ese estúpido. Cuando pasó por su lado tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no empujarlo. Tenía cosas más importantes que hacer.

Salió al patio principal. Ya no había nadie fuera, él no podía calcular el frío que hacía, su cuerpo estaba demasiado acostumbrado, pero por el blanco y el grosor de la nieve dedujo que aquella helada terminaría con el reino tarde o temprano. No podía saber con exactitud hasta donde se extendía el poder de Elsa, hasta donde alcanzaba a ver, todo estaba congelado. Suspiró hondo, y aun sospechando el resultado decidió intentar lo que hacía con la reina cuando apenas era una princesita: neutralizar su poder. Alzó su cayado con ambas manos y golpeó con la punta el suelo. Sintió como su cuerpo comenzaba a absorber el frío con dificultad y extrema lentitud. Alrededor de él se formó un halo de luz, sus piernas se volvieron temblorosas, una punzada le perforaba las manos. Cerró los ojos con fuerza, aferrándose a lo que podía sentir de Elsa, el deseo por devolver todo a su estado original. Pero había algo más, algo mucho más fuerte que impedía su interferencia. Cuando sintió que su cayado no resistiría lo separó del suelo con un gruñido. Lo que había absorbido volvió a su sitio, la luz desapareció y él perdió las molestias. Elsa era demasiado poderosa, mucho más que él. Siempre lo había sido, pero antes se dejaba ayudar. Tenía que encontrarla, pero de nada serviría si no podía verla.

Suspiró sabiendo que en ese momento sólo podía buscar apoyo en dónde todo había comenzado. Seguro que Pabbie no lo había olvidado. Tomó aire, se agachó y con un brinco salió volando. Se tomó la molestia de mirar por el bosque para evaluar el poder de la que fue su amiga. Aquello, si no estuviera causando tanto desastre, podía considerarse como maravilloso. Algo dentro de él se sentía orgulloso y también, un poco malvado. No podía evitar pensar que Arendelle merecía un poco de caos después de tantos años de secretos y dolor. Y no sólo por la familia real, también por lo que les habían hecho a ellos, seres inmortales que protegían al mundo. Si Elsa había terminado de esa forma y ahora el reino perecía, no era por un accidente solamente, estaba cargado de karma.

Aun así, iba ayudarla a revocarlo. Si Elsa seguía teniendo dentro a la pequeña que había conocido hace años, entonces ese sería su deseo.

Tenía que encontrar la manera de enseñarles que el poder de Elsa era bueno.

❅❅❅

Anna estaba gritando de nuevo. Con una patada le voló la cabeza al muñeco de nieve parlante que se les había aparecido por detrás, interrumpiendo su admiración a la belleza del invierno. Kristoff cachó el rostro del extraño.

—¡Hola! —lo saludó el muñeco.

—Me das miedo—le contestó antes de lanzárselo de nuevo a Anna que por acto reflejo lo sostuvo.

Trilogía: A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora