—Deje a Rick con Judith, puedo ir ahora mismo —dijo y se empezó a levantar, la tome del brazo, aunque casi me voy de lado por hacerlo.

     —Bueno, estoy segura de que no habrás hecho tantas cosas como para que termines como yo —le concedí, sonrió con victoria.

     Unos minutos más tarde, me preocupe de que sudara agua bendita, era una santa la señorita, prácticamente no había hecho muchas cosas, le habíamos dejado una cerveza a la mitad y ésta seguía intacta, la miramos con inquisición, empezamos a soltar preguntas al azar, pero nada, seguía sin beber.

     —Haber, ya —interrumpí sus preguntas—, yo nunca, nunca... no he tenido sexo —dije, una sonrisa cruzó por su rostro—, no me digas que...

    —Nunca pensé que la virginidad me serviría de algo, hasta ahora —respondió y tomó la botella.

     —¡Gracias, Dios! —grite, las chicas comenzaron a reír.

     —¡Vanessa! —ay, no... esa voz no.

     Las caras de todas se pusieron pálidas, rápidamente le arrebate la botella de las manos a Beth y se la di a otra de las chicas.

     —No la dejen salir de aquí, si voy, no vendrá ni vera... esto —dije señalando todo, me levanté, aunque me fui un poco de lado—. No le den alcohol, Beth, otro día lo retomamos, pero él si nos puede joder —ella asintió.

     Caminé sosteniéndome de las paredes hasta que llegue a la puerta de la celda, del otro extremo del corredor pude ver un chaleco con alas que se me hacía muy familiar.

     —¡Vanessa! —grito de nuevo.

     —¡Por aquí! —respondí, tarde me di cuenta de que le grite en español, aún así, reconoció mi voz, comenzó a caminar en mi dirección, yo me alejé de la celda, antes de dar cinco pasos, me tropecé con mis pies, tuve suerte de que me pudo sujetar antes de caerme.

     —¿Que tienes? —pregunto, yo me reí.

     —Nada, nada, no tengo nada —mentí

     —¿Bebiste? —pregunto con incredulidad.

     —¿Que?, no, yo nunca, nunca —demonios.

     —¿Sabes lo que hará Rick si te ve así?

     —Por favor, no le digas —le pedí, él río.

     —Pareces una adolescente —me reprendió.

     —Me siento como una —admití, me rodeó con un brazo y me ayudó a bajar las escaleras—. Bienvenido —lo salude y me recargue en su hombro, él rió.

     —Volvimos antes... tuvimos un inconveniente con los caminantes, uno mordió a uno del equipo.

     —¿Y que sucedió? —pregunte mientras me obligaba a ser consciente.

     —Nos tuvimos que deshacer de él después del cambio, lo están sepultando —me explico, yo asentí—. Pero, bueno, vayamos a tu celda, dormirás un poco y beberás mucha agua.

     —No es tu culpa —dije y le palmee la espalda, bajo la cabeza.

     —Me conoces bien —comento.

     —Te conozco bien —concorde.

     —¿Algún motivo en especial para beber? —pregunto cambiando de tema, me encogí de hombros.

     —Ninguno en específico —respondí, me miro mientras contenía su risa—, ¿que?

     —Asi que sí hablas español cuando estás ebria —dijo, me di cuenta de que lo había vuelto a hacer, le sonreí con inocencia.

El Arquero del Fin del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora