Capítulo 27

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Jamás hubiera podido imaginar que un dolor tan inmenso e insoportable se iba a arraigar en su alma. Los días se sucedían uno tras otro, sin ningún aliciente, sin ninguna virtud, sin ninguna alegría… Se había resignado a pensar, después de dos meses a que aquella sería su vida de ahora en adelante, que jamás volvería a sonreír, que nunca recuperaría la vitalidad que una vez poseyó. Ni siquiera la llegada de su vigesimosegundo cumpleaños fue capaz de alterar ni un ápice la tristeza que sentía, y aquello estaba destrozando a Faith.

 La sirvienta había recogido innumerables pañuelos cada mañana, repletos de las más amargas lágrimas derramadas, y que no parecía disminuir con el paso del tiempo. Violet estaba muriendo a cada respiración sin John y eso era algo imposible de soportar para la anciana mujer. No sabía qué hacer para ayudarla, ni qué decir, las palabras de consuelo que pudiera encontrar no servirían para traerle la paz que ella necesitaba, porque solo podía encontrarla al lado de John Darrow.

Maldijo por lo bajo su existencia mientras terminaba de limpiar el polvo de una de las estancias, y se maldijo a sí misma por no haberla sabido prevenir sobre los peligros del amor. Sabía que era el sentimiento más grandioso y sensacional que jamás podría sentir, pero también sabía que era un arma de doble filo, y que si las cosas se torcían podía causar el mayor de los males, un herida que ni siquiera el tiempo era capaz de sanar, y que empeoraba noche tras noche.

La piel de la joven había languidecido, su peso había disminuido considerablemente y no quedaba rastro de aquella sonrisa jovial que siempre mostraba. Era imposible cambiar su rutina, solo se dedicaba a trabajar y encerrarse en su habitación cuando llegaba, y ahí se quedaba, escondida entre las lágrimas, suplicando a Dios por que acabase con su sufrimiento o la dejase morir. Ella era consciente de que la decisión que tomó era la correcta, que su vida no podía estar al lado de alguien que había cometido semejante crimen, pero no podía evitar pensar que aunque John fuese el hombre más sanguinario del planeta, le había robado el corazón meses antes y ya no volvería a recuperarlo.

Le amaba. Era algo que ni siquiera se atrevía a negar, porque era una verdad tan evidente como el respirar. Y ese era el mayor problema, que John se había convertido en un pedazo de su alma, de su vida, y ocupaba un lugar tan importante que incluso respirar resultaba doloroso si no estaba él. Recordaba sus besos, sus caricias, cada suspiro que había dejado escapar entre sus brazos mientras la colmaba de los mayores placeres, de la suavidad de sus labios, de sus ojos fríos y penetrantes, que la desnudaban sin impedimento alguno. Cómo seguir adelante si nada tenía sentido sin él. El mundo era un lugar más oscuro y siniestro sin él. Tan oscuro y siniestro como lo que en verdad él era. Un asesino.

No podía creer que aquello pudiera ser real, jamás se habría imaginado que John pudiese matar a alguien, y mucho menos al que quería tratarlo como a un hijo. Una muerte sangrienta y dolorosa para un hombre que lo único que había pretendido era darle un hogar… ¿Cómo pudo Helen hacer algo así? Entendía que era imposible controlar los sentimientos, y que si su corazón le pertenecía a ese hombre no tenía más remedio que intentar ser feliz con él…, pero ¿por qué albergar ese odio hacia Desmond Steel? ¿Por qué no buscó la manera de llegar a un concilio con él? ¿Por qué impedirle que viera al hijo que con tanto amor Desmond nombró como suyo?

Eran demasiadas preguntas que sabía que no tendrían respuesta, y cada nueva duda se sumaba a la anterior, convirtiéndose en un lastre que la hundía todos los días un poco más.

****

Cuando por fin llegó la hora de salir del hospital, decidió que aquella mañana cambiaría su rumbo. Desde que los Darrow se habían marchado, su recorrido hasta el hospital era más largo, pues daba un rodeo absurdo para evitar para por el centro de la ciudad. Pero aquel día algo en su interior la obligó a coger el camino que solía recorrer cuando aún sonreía. Con el pulso acelerado y sin estar del todo segura de que aquello fuese la mejor decisión, caminó por las calles hasta llegar al bulevar, donde en una esquina arbolada, descansaba bajo las flores un cartel descuidado. Sonrió con nostalgia y acarició la puerta de cristal, dejando la marca de sus dedos en su superficie cubierta de polvo. Nadie diría que aquel lugar había sido una grandiosa pastelería, ni que en su interior había compartido tantas risas con una de las personas que consideraba amiga suya. El Moulin Chocolat había quedado reducido a polvo y ceniza, sin que nadie supiera el motivo, tan solo ella.

Violetas en las Cenizas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora