Violetas en las Cenizas ©

Capítulo 18

Los días se sucedieron tras la partida de John de una forma tan automática y veloz que hasta a la misma Violet le sorprendió. El verano ya se encontraba despidiéndose de ellos y las noticias sobre el hijo de la señora Darrow seguían sin llegar, lo cual hizo que la joven enfermera aceptase que tal vez, jamás regresaría.

A pesar del dolor que sintió al enterarse de la huida de John, había decidido enterrar sus sentimientos y ocultarle al mundo entero su pena. No quería que nadie supiera lo estúpida que había sido al pensar que ese tunante sentía algo por ella, y se lamentaba de haber aceptado que ella también sentía algo por él. Pero por gracia del destino, él había decidido huir, dejándola sola y perdida, y Violet quiso aprovechar la oportunidad para hacerse a la idea de que entre ellos jamás habría algo parecido al amor, y que debía deshacerse de esos sentimientos que sentía por él. Terminó por confesar a su padre, su hermana y a Faith, que se encontraba trabajando en el hospital general, pero prefirió que Charlotte continuase sin saberlo, a lo que nadie opuso queja alguna.

Graham Ford sabía que su esposa podía resultar bastante insidiosa cuando se lo proponía, y no estaba seguro de que aprobase el hecho de que su hija trabajase como enfermera en un hospital de poca alcurnia. Ella aspiraba a ver a Violet trabajando con ilustres doctores en importantes y prestigiosos hospitales, pero él solo deseaba ver a su pequeña feliz, y aunque sabía que algo la estaba atormentando, cada vez que la escuchaba hablar sobre su día en el trabajo se le iluminaba la cara. Eso era lo único que a él le importaba.

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Aquel domingo no fue a tomar el té como acostumbraba, Cameron por fin le había citado en las afueras de New Forest, y ella estaba ansiosa por conocer sus últimas averiguaciones. Notaba que todos en su casa estaban conspirando contra ella y sentía repulsión hacia todos y cada uno de sus habitantes, pero eso solo duraría el tiempo que tardase en llegar hasta el parque y obtener las respuestas que esperaba.

Cameron Pickett era un inculto paleto de pueblo, se había criado en una aldea dejada de la mano de Dios y lo único que había aprendido en la vida era el noble arte del pillaje, pero sus casi dos metros de altura y su mal carácter le habían otorgado una buena fama entre sus camaradas, y de los pequeños hurtos pasó a los robos y asesinatos a sueldo. Tenía amigos hasta en el mismísimo infierno, y por eso no le cupo la menor duda de que él era el hombre adecuado para averiguar quién era John Darrow.

Su fiel secuaz estaba esperándola cuando ella llegó, e hizo un amago de estrecharle la mano que Charlotte rechazó con repugnancia.

-Dime qué es lo que has averiguado, y más te vale que sea algo suculento para haberme hecho venir a este lugar. Odio la naturaleza.

-Por supuesto señora. Me ha llevado más tiempo de lo habitual encontrar algo sobre ese mequetrefe, ha estado huyendo de varios países y ciudades hasta aterrizar en Southampton.

-Eso ya lo sabía imbécil, ¿para eso me has hecho venir? -dijo crispada.

-No señora, creo que por fin tengo algo que le gustará saber.

-¿Me va a permitir echar a ese menesteroso de la ciudad? -preguntó con desdén.

-Le va a permitir mucho más, señora... -respondió Cameron, mostrando los dientes manchados en una siniestra sonrisa.

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Pasó toda la mañana en el Moulin Chocolat junto a Mal. Helen les pidió ayuda para elaborar mil pastelitos que le habían encargado para un bautizo, y los cuales creía que no podría finalizar sin un poco de colaboración. La pastelería estaba empezando a recoger sus frutos pero todavía no le permitía a Helen la soltura económica para contratar a una ayudante, de modo que aquel domingo lo pasaron entre harinas, chocolates y delantales. Violet jamás había cocinado nada, tanto en el internado como en la universidad, la comida la servían en el comedor y en su casa Faith se encargaba de que todo estuviera a punto a la hora prevista, pero la repostería siempre le había fascinado.