Capítulo 4

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       Holly la llevaba por toda la ciudad enseñándole los nuevos comercios e instalaciones que habían aparecido desde que se fue a Cambridge. Su hermana parecía encantada con el retorno de Violet, y su semblante era el de una niña el día de Navidad, tenía los ojos brillantes y una sonrisa perpetua dibujada en sus labios.

       Violet comprendía lo sola y perdida que podía haberse llegado a sentir su hermana pequeña. Ella no fue enviada a Suiza, continuaba sus estudios en Southampton, y no sabía si tenía aspiraciones de ir a la universidad. Y aunque quedarse en su ciudad natal podía parecer un privilegio, también podía ser interpretado como un deprecio por parte de sus padres hacia ella. La joven no tenía ninguna duda de la capacidad intelectual de su hermana, sabía que era inteligente y trabajadora, pero quizás las continuas batallas que mantuvo ella para regresar de Suiza, le hicieron preferir quedarse en Southampton.

       Su hermana se parecía mucho a ella, aunque no todo el mundo supiera verlo. Tenían ambas los mismos ojos azules, profundos, de un color tan intenso que parecían un zafiro. Sus pieles eran claras, suaves y delicadas como un pétalo. El cabello de ambas era largo y liso, con algunas ondulaciones, pero la diferencia principal radicaba en el color de éste. Holly poseía una melena rojiza, similar a la de su madre, y que brillaba más que el sol con la luz del día, y Violet poseía el pelo de su padre, castaño oscuro, que cuando recibía los rayos del sol veraniego, adoptaba unos reflejos ligeramente cobrizos.

       Violet quería recuperar el tiempo perdido con su hermana. Cuando ella se marchó a Suiza, Holly solo tenía siete años, y solo la volvía a ver en los períodos vacacionales. Pero desde los últimos años en Cambridge, había cambiado totalmente. Ya no era una niña, se estaba convirtiendo en una mujer preciosa, llena de vida y alegría, y eso la enorgullecía. Se alegraba de poder ver que a pesar de su ausencia, Holly había sabido seguir adelante y ser la joven que estaba hecha.

—Mira hermana, aquí van a abrir un nuevo negocio. Aún no sabemos quién es el propietario, ni qué van a vender exactamente, pero está teniendo muy buena acogida. Tiene mucho misterio —Holly señalaba un establecimiento, cerrado y con paneles de madera cubriendo las ventanas, que se encontraba al final de la calle.

—¿Misterio por qué? —preguntó sin comprender.

—Sólo sabemos que se va a llamar Moulin Chocolat. ¿No te parece un nombre adorable?

—Bueno Holly, a ti todo te parece adorable —bromeó. Su hermana le miró con reproche y después sonrió. Siguieron caminando por un tiempo más, llegando a alejarse levemente del centro de la ciudad, y alcanzando las afueras, cerca de los bosques, donde se encontraban los aserraderos. Y entre el polvo y las maderas, Violet distinguió una figura que le resultaba familiar. Un joven desaliñado y lleno de virutas que caminaba trasladando maderas junto a varios compañeros.

—¿A quién miras? —Holly siguió su mirada hasta toparse con lo que había captado la atención de su hermana—. Son los obreros del aserradero, trabajan para un socio de nuestro padre.

—¿Cuándo abrieron un aserradero aquí? —preguntó ella, sin dejar de mirar a aquel joven.

—Pues hace ya bastantes años, creo que ya estaba cuando tú aun vivías aquí… Pero ¿Por qué tienes tanto interés en eso? ¿Qué estás mirando? —su hermana pequeña sabía que había algo más allá de la simple curiosidad— ¡Será posible! Te he pillado.

—¿A qué te refieres? —preguntó ella, apartando la mirada breves instantes.

—¡Estás mirando a un obrero! —la acusó, riendo—. Me alegro de que seas tan espabilada.

—Cállate Holly, se más discreta por Dios. Sí, estoy mirando a un obrero, pero es que me resulta muy familiar…

—¿Quién de todos es?

Violetas en las Cenizas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora