Epílogo

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Observaban con las manos entrelazadas la piedra desgastada sobre la que reposaban las violetas frescas. El viento envolvía sus cuerpos con suaves susurros que lejos de parecerles siniestros, les reconfortaban. Sentían que de alguna manera aquella brisa era su caricia invisible, dichosa por volverlos a tener en su tierra.

La lluvia había hecho crecer a su alrededor algunas plantas que trepaban por la piedra, abrazándola y recordándole el lugar al que pertenecía ahora. Dejó que sus pulmones se llenaran del aire húmedo que invadía la atmósfera y cogió en brazos a aquella niña de cabello oscuro y ojos tan azules como el cielo. Le dio una de las flores y se agachó junto a ella sobre la lápida para que pudiera dejarla encima.

La pequeña depositó un inocente beso sobre la lápida y siguió jugando con las plantas que encontraba a su alrededor, bajo la atenta mirada de sus padres.

—Al fin hemos vuelto —susurró Violet rodeando con un brazo la cintura de su esposo—. Estoy segura de que a tu madre le habría encantado que fuera así.

—Sí, yo también lo creo... —dijo él con una sonrisa melancólica—. Ojalá hubiera podido conocer a Ellen.

—Y la conoce cariño, su amor siempre nos acompañará y crecerá dentro del corazón de nuestra hija —la enfermera acarició su rostro con ternura y le sonrió—. Resulta increíble que después de tanto tiempo hayamos vuelto aquí, donde todo comenzó, donde nuestros destinos quedaron unidos para siempre...

—Lo importante es que jamás habríamos podido renacer sin haber sido primero reducidos a cenizas —dijo él sin apartar la mirada de la lápida de su madre.

Violet le sonrió y él depositó un suave beso en su frente mientras acariciaba su vientre redondeado. Cogieron de la mano a la pequeña Ellen y juntos emprendieron una vez más el camino que les llevaba de vuelta al que siempre fue su hogar.

Violetas en las Cenizas ©Where stories live. Discover now