Capítulo 9

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La ira se apoderó de ella de una forma que jamás había creído poder sentir hacia él, el cuerpo le temblaba cargado de adrenalina, que exigía ser liberada, y sin demora caminó a pasos acelerados hacia el exterior. John continuaba allí, con una actitud despreocupada y desafiante, y eso hizo acrecentar su rabia. Sin titubear, ni siquiera un ápice, alzó su mano y la estrelló en su mejilla con todas sus fuerzas.

       La cara de John se giró por completo debido al golpe, y sorprendido, miró a su madre. Pero ésta estaba con los dientes apretados y las manos temblorosas.

—Me avergüenzo de ti, John —masculló con voz ronca—. Jamás pensé que te convertirías en algo así.

—Esa mujer solo intenta…

—¡Esa mujer solo intenta ser una buena persona! —le interrumpió—. Y te aseguro que es mil veces mejor persona que tú. Eres un monstruo hijo, estás podrido por dentro.

       John la miró, incrédulo de escuchar esas palabras.

—¿Así que piensas que soy un monstruo, madre? Soy tu hijo, pero cualquiera diría que me consideras tu peor enemigo.

—Tú eres tu propio enemigo, John. Solo sabes guardar rencor y odio hacia las personas, y lo vuelcas con quien menos deberías. Esa muchacha es la persona con el corazón más grande que he conocido, que ha soportado tus desplantes y groserías y nos ha ayudado en todo lo que ha podido. Ha cumplido mi sueño, sin tener por qué… y tú… —lo miró con desprecio—, tú le has destrozado la ilusión. Algún día te arrepentirás de esto, John.

       Helen se dio la vuelta, dejando a su hijo allí solo, soportando las miradas curiosas de la gente que había visto toda la escena. Se sentía demasiado furioso para volver a su casa, y un terrible dolor de cabeza se le había metido en la sien, por lo que decidió ir a caminar y despejarse.

       Jamás había visto a su madre tan enfadada, y lo que era peor, tan decepcionada… Pero él no tenía la culpa, ella no se daba cuenta nunca de la realidad. Nadie regalaba nada sin pedir algo a cambio, siempre habría beneficios detrás de toda buena acción. Las personas como Violet Ford solo se regían por el dinero y el interés, y no quería que su madre cayera en sus redes. La estaba protegiendo, aunque ella no lo supiera ver, y se estaba protegiendo a sí mismo.

       Violet no le había pasado desapercibida en ningún momento, era la clase de mujeres por las que él pasaría noches en vela buscando la forma de conquistarla. Tenía una tez de porcelana, unos labios finos, una nariz recta, los ojos grandes y almendrados, las pestañas espesas, la sonrisa perfecta… Si fuera una simple enfermera del hospital, habría quedado prendado de ella en el primer momento en que la viera, y casi le ocurre la noche en que se conocieron.

       Cuando vio bajar a la muchacha por las escaleras con aquel vestido oscuro, le temblaron las piernas, y casi se le cae la bandeja de copas al suelo. Hacía tiempo que no se quedaba ensimismado de una mujer, y ella parecía ser un ángel caído. Pero tuvo que tropezar con ella, y mostrar su verdadera naturaleza, y la que poseían todas y cada una de las personas de su clase; la arrogancia del dinero.

       Y aun así, no pudo evitar que se acelerara su corazón al sentirla tan próxima mientras se escondía de su madre. En esos breves instantes donde la tuvo a pocos centímetros, su aroma a jazmín le embriagó y un escalofrío le recorrió la espalda. Pudo apreciar la estrechez de su cintura, el contorno de su busto, su estilizado cuello y su figura esbelta. Un sentimiento primitivo le invadió, y sintió deseos de besarla y arrancarle el vestido, pero su estatus social le hizo volver a la tierra, y darse cuenta de la realidad. Ella era lo que era. Era quien era. La hija mayor de Graham Ford, el millonario empresario, dueño de fábricas de siderurgia y metalurgia, así como distintas acciones en la bolsa.

Violetas en las Cenizas ©Where stories live. Discover now