Capítulo 8

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      Había preparado junto con Faith el desayuno, quería que su padre encontrase la mesa llena de todo lo que pudiera necesitar, y decorada con gusto y elegancia. Llevaba despierta desde bien temprano para que todo pudiera estar organizado a la hora prevista, y Faith seguía intrigada por aquella actitud. Conocía a Violet bien, demasiado bien, sabía que había organizado todo aquello para pedirle algo a su padre y que no se lo negara.

       El señor Ford nunca había sido muy restrictivo en cuanto a caprichos a sus hijas, y menos a la mayor. Siempre se había sentido inseguro al mandar a Violet al extranjero. Su señor adoraba a su hija, y tenerla lejos fue un duro dilema para él, había llorado en silencio incontables veces cuando se despedía de ella y la dejaba en el internado. Y cuando la señora decidió prohibirle regresar hasta que acabase los estudios en la universidad, se sintió peor aún. Por eso no permitió que con Holly sucediese lo mismo, y la retuvo a su lado. Muchas discusiones habían surgido con su esposa después de aquello, y habían desencadenado que él ya no durmiese junto a la señora Ford.

       Por eso Faith sabía que Violet se traía algo entre manos, igual que sabía que el señor no le negaría nada. Pero la muchacha no había querido contarle lo que pretendía, y eso la preocupaba. Si tenía algo que esconder era porque no estaba segura de que fuera lo correcto, aunque Faith confiaba en que sí.

      Cuando el señor Ford apareció por el salón, su hija y la sirvienta le esperaban con una sonrisa. En la mesa había pan, tostadas francesas con canela, mantequilla, mermelada, cereales, una jarra de zumo de naranja exprimido, una fuente de frutas frescas, y una buena taza de café molido recién hecho.

—Mmmm, ¿qué es todo esto? Huele de maravilla —dijo él, mientras se sentaba en su habitual silla, presidiendo la gran mesa.

—Aquí tienes el periódico de hoy, padre —dijo Violet, poniéndoselo delante, y sirviéndole el café a continuación—, y también tienes las tortitas con sirope de arce que Faith prepara y que tanto te gustan.

—Muchas gracias, hija—dijo él con una sonrisa, dando un sorbo al café—, así da gusto despertarse por las mañanas.

—¿Necesitas algo más? —preguntó, devota, mientras le acariciaba los hombros por detrás.

 —Sí, una cosa más —respondió él, dejando la taza en la mesa y limpiándose con la servilleta—, dime qué es lo que quieres y cuánto me va a costar.

       Faith sonrió para sí misma. Violet podría haberse convertido en toda una mujer, pero sus estrategias seguían siendo las mismas que cuando era una niña, y el señor también lo sabía.

       Violet apretó los labios. ¿Por qué le había descubierto tan pronto su padre? Pretendía agasajarlo durante todo el desayuno, y para cuando terminase, entonces podría conseguir todo lo que necesitaba de él. Pero si la descubría tan pronto, quizá se negase.

       Apenas quedaba una semana para el baile de Ocean Village, y después de haber recorrido varias mueblerías, Helen y ella siguieron sin encontrar el menaje de sus sueños. La señora Darrow había quedado prendada de unas preciosas mesas de bronce labrado con una cubierta de mármol blanco, con las patas torneadas, con las sillas a juego y unas vitrinas de cristal y bronce blanco. En cuanto las vio en la tienda se le iluminaron los ojos y pudo imaginarse todo su negocio lleno de aquellos muebles, pero el presupuesto quedaba muy lejos de su alcance, y desde entonces, habían estado buscando algo similar, sin éxito.

       Violet se sintió afligida cuando apreció la cara de decepción de Helen. Ella nunca había tenido que renunciar a nada material que deseara. Todo lo que había querido, le fue concedido en el acto, y observar cómo los sueños de una persona se podían esfumar tan rápido por culpa del dinero, la hizo sentirse tremendamente avergonzada.

Violetas en las Cenizas ©Where stories live. Discover now