277. Ni Lo Intentes

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Amanecía lentamente en el horizonte de la inmensa Polis cuando otra intensa punzada cruzó el bajo vientre de Lexa que permanecía tumbada sobre su inmensa cama en las estancias privadas que compartía con el Príncipe Roan de Azgeda, su consorte. 

Una de las más ancianas y experimentadas sanadoras de la Torre le había dado una especie de infusión para dormir y que el dolor no la acuciase con tanta saña.

No podía creer que Clarke se hubiese dado la vuelta y se hubiese marchado así, abandonándola a su suerte en los pasillos por muy fuera de si que estuviese.

Estaba tan enfadada con ella...

Clarke la odiaba, podía advertirlo en su cara, en sus duras palabras, en el irritado tono de su voz, Clarke odiaba a Lexa. No solo lo que representaba o lo que era, la odiaba a ella en si.

Odiaba al niño que llevaba dentro, odiaba todo en aquel inexpugnable lugar, odiaba sentirse indefensa...

Lexa cerro los ojos una vez más mientras que Luna sostenía aún la humeante taza entre sus manos a medio beber y se inclinaba para dejarla sobre su mesilla.

—Exaltarte no te hará ningún bien, debes mantener la serenidad, Lexa —le recordó Luna cubriéndola mejor con las pieles antes de llevar la mano a su estomago—. Este bebé necesitará a su madre cuando llegue al mundo para que le proteja.

Lexa que apartó la cara apoyando la mejilla de la almohada intentó calmarse. No había podido proteger a Halena. Al parecer, tampoco había protegido a Clarke y mucho menos reconfortado por todo lo que le había ocurrido.

Clarke le había ocultado lo que ocurrió en aquellos bosques con Lincoln y esa era una herida que ninguna infusión iba a poder sanar.

—Intenta dormir algo —murmuró Luna levantándose intuyendo la clase de pensamientos que la estarían atormentando en aquellos instantes—. Estaré ahí fuera si me necesitas.

Lexa que no dijo absolutamente nada tan solo cerro sus ojos nuevamente con reprimida angustia.

Luna que la conocía demasiado bien se dispuso a dirigirse hacia la puerta pero se detuvo y acercándose a Lexa un instante le acarició el cabello antes de posar suavemente sus labios sobre su sien en un fraternal beso que hizo que Lexa temblase ligeramente antes de recostarse de lado cubierta por la manta dándole la espalda para que no la viese llorar así.

Luna que se la quedo mirando largamente finalmente se dirigió a la puerta y salió al pasillo cerrando tras de si.

Por primera vez en mucho tiempo sintió ganas de romper cosas, la impotencia que le atenazaba el estomago no la empujaba a hacer otra cosa al ver a la mujer más poderosa de los Catorce Clanes totalmente hundida por una pobre chiquilla Skykru que por lo que había visto no la merecía.

Le costaba mucho entender cómo era que Lexa había terminado tan enamorada de aquella niña como en su día pudo estarlo de Costia. Ninguna de las dos tenían nada que ver la una con la otra pero al mismo tiempo sospechaba que ambas eran demasiado iguales.

Entendía esa clase de amor, ella misma lo había vivido con Derrick pero jamás antepondría la vida de su pueblo a la suya tal como Lexa estaba haciendo al doblegarse por ella. Revelar aquellos sentimientos no era propio de Lexa, no era propio de una Comandante. Revelar esos sentimientos tan solo la pondría en una complicada tesitura a ojos de la Coalición y de sus aclamados clanes.

Para una Comandante de la Sangre, para una descendiente Pramheda el amor siempre sería debilidad. Se lo habían enseñado desde que eran lo bastante fuertes como para sostener una espada y poder utilizarla. Las habían endurecido a base de golpes y severos entrenamientos. Les habían enseñado fuerza, resistencia y lealtad. Sabiduría para afrontar decisiones futuras y hacer elecciones acertadas.

Asumamoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 2... (#TheWrites)Where stories live. Discover now