—¡Oh! Entonces, no importa que haga te enojarás conmigo—exclamó con sarcasmo, aprendido del muchacho que observaba la pelea con la boca completamente abierta.

­—Eso no es cierto, Elsa—le respondió con más calma, herido.

—¿No? ¿Por qué no puedo salir? ¿Por qué cada que veo a mi hermana siento como nos vigilas? ¿Por qué no confías en mí? ¿No crees que esté aprendiendo?

El hielo comenzó a formarse a pesar de los guantes. Pero no era azul, ni blanco, su color no era como ninguno que los tres presentes hubieran visto antes. Era dorado, intenso y amenazante, punzante. Las formas suaves y bellas no se formaron, en su lugar surgieron una amenazantes y puntiagudas, dirigidas hacia el rey.

—Elsa...

—¡No puedo hacer nada contigo sin sentirme terrible! Sin sentirme presionada o peligrosa... Sin sentirme un- un...

—¡Elsa! —la llamó su padre para impedir aquella horrible idea.

—Claro—susurró, apretando los puños—, eso es. Supongo que ni tú ni yo podemos evitarlo.

Jack salió de la oscuridad, pero Elsa no lo estaba mirando a él.

—¡Somos horribles y peligrosos mons-

—¡ELSA!

Una corriente escapó del rey. Se sintió como un golpe. En un momento todos los caballos retrocedieron asustados, Elsa cayó de espaldas, Jack se golpeó contra la pared y todo el hielo se volvió líquido. Un segundo después se escuchó toda el agua caer al suelo sonoramente. La nieve que había debajo de la princesa se transformó en un charco que le empapó el vestido.

El único intacto fue Agnarr.

Fue al sentir en sus manos mojadas que se dio cuenta de lo que había hecho, de lo que había estado gritando, de la molestia que se escondía debajo de su tristeza. El calor desapareció de las mejillas de la princesita. Apenas fue consiente de los brazos de su padre alzándola, hincado frente a ella. Cuando sus pies volvieron a estar firmes sobre el suelo se atrevió a alzar la vista. Parpadeó varias veces para poder aclarar su vista, pronto sus lágrimas escaparon y pudo distinguir la cara del rey frente a la suya. Se veía lastimado, hecho polvo.

Elsa se sintió terrible, sabiendo perfectamente que no era la única enfrentándose a un infierno. Sin embargo, había estado muy ciega como para pensar en su padre.

—Lo siento mucho—lloró—. Lo siento mucho, papá.

—Está bien, Elsa—le dijo conteniendo las lágrimas—. Tienes razón. No lo he hecho todo bien.

—No, no—le contestó entre sollozos, tomándole la cara con ambas manos—. No llores por favor.

Ya era tarde. El rey apretó sus manitas con las suyas y cerró los ojos, llorando en silencio. El agua a su alrededor por fin comenzó a desaparecer, a retraerse hasta volver al par de Arendelle.

Jack seguía contra la pared, procesando todo lo que acababa de pasar. El alma se le caía a los pies al enterarse de una verdad que lo cambiaba todo. Absolutamente todo.

Se escuchó un sorbo y el rey miró a su hija. Le sonrió y sin previo aviso comenzó a reír. Elsa, nerviosa y temblorosa hasta los huesos lo imitó. Rieron con tristeza, con dolor, con ironía y con complicidad. Por fin los caballos se atrevieron a asomarse y parecieron relajarse ante tan extraña escena.

Elsa volvió a llorar entre risas, sin poder parar las carcajadas o las lágrimas. Trató de callar tapándose la boca, logrando intensificar sus opuestos síntomas.

Trilogía: A Través Del TiempoWhere stories live. Discover now