26 ~ Pistas y una promesa

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Levanté la mirada hacia el cielo. El ambiente era frío y apenas había personas en la calle, todo estaba muy callado y ya había oscurecido bastante.

–Vamos, no es tan lejos, iremos caminando ¿Te parece? –preguntó Seba, llamando mi atención.

–Claro, no hay problema –sonreí y él me imitó.

Seba me extendió su brazo para entrelazarlo con el mío y mientras lo veía a los ojos, enganché mi brazo con el suyo.

NARRA HAYES

–¿Adónde vamos? –pregunté una vez que subíamos a una van negra, que era lo suficientemente grande para que todos cupiéramos.

Nadie se molestó en contestar mi simple pregunta. Aunque no los culpaba, acabábamos de bajar de un vuelo extremadamente largo. Todos estábamos cansados y con todo lo que ha estado pasando, apenas y hablábamos con nosotros mismos, incluyéndome, pero aun así quería una respuesta.

–¿Adónde vamos? –volví a preguntar, esta vez obteniendo una respuesta de parte de Nash.

–A casa –contestó, recostando su cabeza en la ventana y mirado hacia fuera, a lo que yo fruncí el ceño.

–¿A casa? ¿Cómo que a casa? –pregunté, sin entender.

Honestamente, pensé que una vez que llegáramos a Los Ángeles, iríamos directo a un departamento de policía a denunciar la desaparición, pero, aparentemente me equivoqué.

–Lo que escuchaste, iremos a casa.

–No podemos ir a casa así nada más –me rehusé y escuché como Nash suspiraba frustrado.

–Sí, sí podemos y lo haremos –contestó en un tono rudo.

–No, no podemos –repetí, haciendo que Nash levantara la cabeza para mirarme con el ceño fruncido y ganándome varias miradas de los demás.

–Te lo he dicho antes Hayes, no podemos hacer nada...

–¿Y el plan de Gilinsky? –pregunté y ante la mención de su nombre, levantó levemente la cabeza hacia nosotros.

Antes, no estaba tan de acuerdo con el plan, pero si es lo único que quedaba por hacer, no me molestaba en lo absoluto ir ahora mismo a prepararnos.

–Eso tomará tiempo –dijo, como si fuera lo más obvio del mundo. –Debes ser paciente, Hayes.

Pasé mi mano por mi cabello, cansado de escuchar lo mismo una y otra vez.

–No lo entiendes ¿Verdad? –negué con la cabeza y él me miró confundido. –Si de verdad te importara...

–¡¿Qué?! ¿Si de verdad me importara, qué, Hayes? ¿Ah? ¿Acaso te parece poco mi sufrimiento? –alzó notablemente el tono de su voz, claramente molesto.

–El que estés sufriendo, no hará que regrese –comenté, mirándolo con odio.

–Tu inmadurez tampoco.

Nash me miraba de la misma forma en la que yo a él, con furia. Aparté mi mirada de la suya y mantuve la vista al frente.

Siempre habíamos peleado y discutido, por alguna razón, nunca me lleve al cien por ciento con Nash, hasta que la conocimos a ella y luego ellos comenzaron a salir.

Ella era lo único que nos mantenía unidos y si discutíamos por alguna razón, ella siempre encontraba la manera de arreglarlo. Pero no solo con Nash y conmigo, sino con todos.

Ella nos mantenía a todos unidos, como una familia. Eso era lo que ella siempre decía, que éramos como una enorme familia disfuncional, pero que aun así nos amaba.

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