—Oh, Elsa —oyó que le decía, llena de cariño y alivio. Tuvo que separarse para vera de nuevo, tomándole la cara con las manos, incapaz de creer lo que acaba de pasar.

—¿Tú te sacrificaste por mí?

Anna le sostuvo las manos y la miró a los ojos por dos largos segundos. Parecía que comprendía algo por fin. Le sonrió con dulzura.

—Te amo —le dijo, exponiendo todas las razones que necesitaba para hacer lo que hizo.

Olaf ahogó un grito de felicidad detrás de ellas.

—¡Un acto de amor de verdad descongela el corazón!

—El amor descongela... —Elsa no comprendía de qué hablaban exactamente, pero aquella frase viajó hasta su propio corazón, hacia su propias inseguridades e inexperiencias. Cuando mejor control había tenido sobre sus poderes fue cuando era pequeña y jugaba con Anna, cuando estaba con Jack, cuando se creyó libre en la montaña. Cuando amaba y se amaba. —¡Amor! ¡Es verdad! —dijo mirando a Anna. Luego se miró a sí misma, a sus manos, a su vestido. No podía dejar de sonreír.

—¿Elsa? —la llamó Anna confundida.

—¡Amor!

A su alrededor los copos de nieve comenzaron a volar hacia arriba, primero unos cuantos y después miles y miles. Se iluminó el suelo debajo de ellos y asombrados todos los presentes admiraron como el invierno se alzaba y descongelaba todo a su alrededor. Arendelle comenzó a brillar en azules. La luz viajó por todas partes. Las fuentes volvieron a fluir, los caminos se limpiaron, los árboles volvieron a lucir verdes y las nubes se apartaron del cielo.

Un hombre con un reno, Olaf, Anna y Elsa se movieron un poco cuando el mar comenzó a revolverse de nuevo. Parados sobre un barco vieron desaparecer los últimos rastros de hielo en el suelo mientras que Elsa, con los brazos extendidos sobre su cabeza llevaba todo su poder al cielo formando un copo de nieve gigante. Separó las manos con gracia y delicadeza y el copo se deshizo con el aire.

El invierno había terminado.

—Sabía que podías hacerlo.

Elsa miró a su hermana agradecida.

—¡Este es el mejor día de mi vida! Y al parecer también el último...

Elsa volteó a tiempo para ver a Olaf sudar, sus facciones ya no eran tan perfectas. Soltó una risita culpable.

—Descuida amiguito. —Movió la mano en formas circulares y lo devolvió a su tamaño normal. Con su poder concentrado en él no debería ser ningún problema mantener a Olaf en una sola pieza. Y no lo era.

Volvió a sonreírle a Anna, quien se sostenía de su brazo y no dejaba de mirarla. Más allá vio al muchacho que fue hasta su castillo con su hermana, acariciando a su reno. Estaba por preguntar por él cuando escucharon un quejido y vieron al borde del barco a Hans sobándose la cara y poniéndose de pie. Elsa apenas estaba frunciendo el ceño cuando vio al otro hombre ir furioso hacia el príncipe. Anna lo detuvo con un brazo, y con una mirada lo hizo calmarse. Ella fue hasta Hans, estaba en su derecho, era a quien más daño había hecho.

Hans la vio con gran sorpresa.

—¿Anna? Pero, congeló tu corazón —le dijo molesto, en reclamo.

—Aquí el único corazón de hielo es el tuyo —le dijo y dio media vuelta.

Elsa alzó una ceja al momento que Anna volvía a darse vuelta, tomaba a Hans del cuello de su ropa con una mano y con la otra le plantaba un puñetazo en toda la nariz. La calma no era lo suyo. Hans cayó por la borda con un grito y Anna volvió a darle un abrazo a su hermana.

Trilogía: A Través Del TiempoWhere stories live. Discover now