De nuevo tú ©

Από Itssamleon

6.1M 612K 423K

«La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse.» -Oscar Wilde Περισσότερα

De nuevo tú
ADVERTENCIA
Prefacio
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
36
37
38
39
40
41
42
43
44
45
46
47
48
49
50
51
52
53
54
55
56
Epílogo
Agradecimientos

25

102K 9.9K 7.1K
Από Itssamleon

Estoy que me lleva el demonio, pero no sé, exactamente, por qué.

Hacía muchísimo tiempo que no me sentía así de enojado y la sensación me es tan incómoda, como desconcertante; es por eso que, cuando el agua fría me golpea de lleno en la nuca y la espalda, el alivio es inmediato.

Algo dentro de mí parece estar a punto de estallar y no sé qué hacer para detener el torrente de emociones abrumadoras que me embargan, mientras que, al mismo tiempo, recapitulo una y otra vez lo ocurrido las últimas horas.

Acabo de volver de encontrarme con Rebeca.

Tenía que hacerlo. No podía dejar las cosas así luego de saber que vino hasta aquí y habló con Andrea respecto a nuestra reunión de hoy.

Por supuesto que íbamos a vernos. Claro que sí. El asunto es que no era para lo que, seguramente, Andrea pensó que sería. La verdad de las cosas es que iba a verme con Rebeca para terminar de una vez por todas eso que teníamos. Lo había estado posponiendo tanto, que decidí que lo mejor que podía hacer, era citarla y terminarlo de la mejor manera posible.

No se lo dije a Andrea, porque... bueno... ¿Cómo demonios le explicas a la chica con la que tienes algo exclusivo que vas a verte con la mujer a la que te follabas para terminar de tajo con eso sin parecer un completo hijo de puta?

Ahora que lo veo en retrospectiva, creo que fue la decisión más estúpida que pude haber tomado jamás.

Por otro lado, no puedo dejar de sentirme descolocado por la forma en la que Andrea reaccionó. La sensación de asfixia que me provoca el mero pensamiento de ella tomándose las atribuciones de reclamarme algo, me provoca ansiedad y, al mismo tiempo, una sensación dulce. Todo esto aunado a la pequeña punzada de irritación que me hace sentir el hecho de darme cuenta de lo frágil que es su confianza en mí. En la promesa de exclusividad que le hice.

Es demasiado. Estoy tan ofuscado, que no soy capaz de pensar con claridad.

Un sonido frustrado se me escapa de la garganta y me froto la cara con fuerza para tratar de enfocarme en la metódica tarea de tomar una ducha. Mientras lo hago, vuelvo a darle vueltas al asunto.


Para cuando salgo de la ducha, me siento como un completo imbécil. Ahora que el agua fría ha hecho lo suyo, no dejo de pensar en cómo me habría sentido yo de haber estado en el lugar de Andrea. En lo furioso que me habría puesto de haberme encontrado con un fulano aquí abajo, esperando por ella, para luego enterarme que tenía un encuentro con él sabiendo que tenemos algo exclusivo.

Un suspiro cansado brota de mi garganta y me obligo a empujar lejos el hilo turbio que están tomando mis pensamientos al tiempo que me pongo unos shorts y me seco el cabello.

Para cuando termino de ponerme desodorante y algo de loción, me siento aún más culpable; es por eso que, luego de dejar la toalla extendida sobre un mueble dentro del baño, me encamino hacia la salida de la habitación.

La penumbra de todo el departamento hace que se sienta como si fuese muy, muy tarde pese a que apenas pasan de las diez y media, y subo las escaleras al teatro en casa con tanta lentitud, que mis pasos apenas hacen ruido.

La luz que refleja la luna en el ventanal con las cortinas abiertas, hace que toda la estancia se vea azulada. Como escenografía de video musical o algo por el estilo.

El único indicio de Andrea es un bulto cubierto por una frazada sobre el sofá-cama. Durante unos instantes, no me muevo, pero, finalmente, decido que debo enmendar las cosas —o, al menos, intentarlo— y me acerco hasta el lugar donde se encuentra.

Me siento, al borde de la cama —de espaldas a ella—, pero no sé muy bien qué decir; es por eso que, siguiendo el impulso primario que siento de envolverla entre mis brazos, me recuesto a su lado y, cierro uno de mis brazos a su alrededor para atraerla cerca.

Me doy cuenta de que no está dormida cuando noto cómo se tensa ante mi tacto; así que, luego de aspirar su aroma dulce unos instantes, susurro contra su oreja:

—Lamento mucho no habértelo dicho, pero las cosas no son como crees.

Guarda silencio, pero ha contenido su respiración unos segundos, a la espera de que yo continúe.

—Tuve algo con ella —digo—. Fue ocasional e impersonal, y duró hasta hace apenas unas semanas. —Hago una pequeña pausa—. Y, pese a que hace semanas que no nos vemos, todavía no había terminado con ello definitivamente. —Me siento como un verdadero imbécil mientras hablo, pero sé que no hay otra manera de decir algo como esto. Si quiero que Andrea me crea, tengo que ser tan transparente como sea necesario—. Necesitaba verla porque no quería posponerlo más y no me parecía correcto hacerlo por teléfono.

No responde.

—No sabía cómo decírtelo. ¿Cómo hacerlo sin parecer un imbécil? Por eso decidí que lo mejor era quedarme callado. —Suspiro, consciente de lo terrible que sueno—. Y ahora que lo pienso, no puedo creer que siquiera lo haya considerado. Es una reverenda estupidez.

—Fuiste a verla hace un rato... —dice, al cabo de unos instantes, con un hilo de voz y me sabe a reclamo. No la culpo.

—Para terminarlo todo de una buena vez y que deje de buscarme. —Asiento, incapaz de mentirle y suelto otro suspiro largo antes de mascullar—: Andrea, no quiero darte los detalles de mi relación con Rebeca porque no me hacen sentir orgulloso, pero quiero que sepas que se acabó mucho antes de que esto... —Mi voz se suaviza de manera inevitable—, lo que tenemos..., empezara. —Hago una pequeña pausa, temeroso de lo que voy a decir, pero, de todos modos, lo hago—: Y sé que probablemente no creerás una palabra de lo que voy a decirte, pero, Andy, no he estado con ninguna mujer desde la primera vez que nos besamos.

El peso de mis propias palabras cae sobre mí y me quedo quieto unos instantes mientras las analizo a detalle. Es cierto. No me había dado cuenta, pero es verdad. No he pensado —mucho menos tocado— en ninguna otra mujer que no sea Andrea en mucho tiempo.

La realización de este hecho me aterroriza.

Siento cómo se relaja un poco entre mis brazos, más receptiva a mi abrazo, así que aprovecho ese momento para acercarme hasta que no queda espacio alguno entre nuestros cuerpos. En el proceso, entrelazo nuestros dedos. Ella acepta el contacto y, pese a que no está abrazándome como tal, no se aparta.

—Pudiste haberme dicho todo esto hace un rato —musita, en voz baja y suave.

—Lo sé, pero estaba molesto.

—¿Con ella?

Asiento.

—Y contigo.

¿Conmigo? —Suena indignada ahora—. ¿Por qué conmigo?

—Porque se supone que teníamos un acuerdo —digo, y se gira para mirarme y, en el proceso, me regala un vistazo de su ceño fruncido en confusión. Por eso, explico—: Soy un hombre de palabra, Andrea. Si te digo que esto es exclusivo, es porque es así.

Algo cambia en su expresión y, de pronto, luce avergonzada.

No me gusta. Detesto ver ese gesto en su rostro, es por eso que alzo nuestras manos entrelazadas y deposito un beso suave en la suya. Su expresión se suaviza al instante.

—¿Qué habrías pensado tú estando en mi lugar? —dice, en un susurro bajo y sé que tiene un punto ahí.

—Probablemente, lo mismo que tú —admito—. Pero, de todos modos, te habría preguntado antes de asumir cualquier cosa.

—Te lo pregunté.

—No. Me avisaste que Rebeca había venido.

—Y tú te fuiste corriendo en cuanto lo hice —refuta—. Ni siquiera me diste tiempo de preguntar qué ocurría.

Muy a mi pesar, una sonrisa tira de las comisuras de mis labios. Tiene razón... Una vez más.

Suspiro.

—El punto es, Andrea Roldán, que necesitas confiar más en mí. —Trato de sonar sabiondo y chocante, pero sueno como un completo ridículo.

Ella suspira, al tiempo que clava la vista en el techo de la estancia.

—Y tú necesitas decirme las cosas antes de que me haga un drama en la cabeza —masculla y yo asiento en acuerdo.

—Prometo que no vuelve a pasar, preciosa —susurro, al tiempo que hundo el rostro en el hueco entre su hombro y su cuello para besarla ahí.

Ella deja escapar una respiración entrecortada y me aprovecho un poco de la situación para mordisquearle la piel.

—Prometo preguntar antes de hacerme conjeturas en la cabeza —replica, en un resuello y me las arreglo para torturarla un poco más.

Cuando me aparto de ella, tiene los ojos nublados de deseo y los labios entreabiertos.

—¿Tienes hambre? —inquiero, pese a que, ahora mismo, no puedo concentrarme en nada que no sea en la fantasía persistente en mi cabeza. Esa que nos involucra a ambos, desnudos y sudorosos.

Ella asiente y el cavernícola en mi interior se queja. Con todo y eso, me obligo a apartar de mi cabeza la posibilidad de seducirla y deposito un beso casto en su nariz.

—Ven —digo, al tiempo que me pongo de pie—. Vamos a calentar la cena.

Ella se levanta después de mí y, cuando comienzo a bajar las escaleras, me sigue de cerca.


***


El sonido de mi teléfono hace que despegue la vista de la pantalla del ordenador. La decepción que siento es inmediata cuando me percato que es Dante quien me llama por Facetime, pero, de todos modos tomo el teléfono y le respondo.

La imagen de mi mejor amigo me recibe del otro lado de la pantalla y, de manera inevitable, sonrío.

—¿Por qué demonios me tienes tan abandonado, Ranieri? —dice y mi sonrisa se ensancha.

—Yo sabía que no podías vivir sin mí, Barrueco —bromeo—. Dile a tu esposa que todavía me perteneces y vuelve a México.

Génesis, la esposa de mi mejor amigo, se asoma hacia la cámara cuando me escucha, y me dedica una mirada irritada y divertida en partes iguales antes de desaparecer de nuevo de mi vista.

Dante suelta una carcajada en el proceso y no puedo evitar imitarlo.

—¿Cómo has estado, Bruno? —inquiere, una vez superado el ataque de risa—. Hace muchísimo que no nos ponemos al día. ¿Cómo van las cosas en casa con Andrea? ¿Qué harás este fin de semana? ¿Cómo va lo de tu departamento? Quiero saberlo todo.

Suspiro.

—Veamos... Justo esta mañana hablé con Tania. Al parecer, el problema del agua en el departamento es en todo el edificio; lo que quiere decir que la dichosa remodelación se aplazará hasta sabrá-Dios-cuándo. —Ruedo los ojos al cielo—. En el trabajo, las cosas van de maravilla. En casa, con Andrea, todo está increíble. —Me mojo los labios, al tiempo que un recuerdo particular de esta mañana me llena el pensamiento, pero me obligo a continuar—: Y, este fin de semana, saldré con alguien.

—¿Rebeca?

Niego con la cabeza.

—Ya no me veo con Rebeca.

Sus cejas se disparan al cielo con incredulidad.

—¿Desde cuándo? —pregunta, con el ceño fruncido.

—Unas cuantas de semanas. Quizás más.

—¿Por qué?

Suspiro.

—Estaba tomándose atribuciones que no le correspondían —digo, a grandes rasgos—. Cruzando límites. —Hago una pequeña pausa, indeciso; pero, luego de unos segundos, añado—: Además, acabo de empezar algo exclusivo con alguien.

Esta vez, el pasmo en su expresión es tan grande, que toma todo de mí mantener mi expresión despreocupada y serena.

—¿Estás saliendo con alguien? —Dante suena más allá de lo asombrado.

Hago una mueca.

—No tanto como eso —digo—, pero, es lo suficientemente serio como para requerir exclusividad.

—¡Estás saliendo con alguien! —exclama, con una sonrisa tan grande que quiero golpearlo—. ¡No me lo puedo creer! ¡Tienes una novia!

—No es mi novia. Y tampoco estamos saliendo —refuto.

—Es exclusivo, imbécil. Solo los noviazgos son exclusivos.

Suspiro, medio irritado; medio fastidiado.

—No es un noviazgo —replico—. Hay un área gris muy grande entre una relación exclusiva y un noviazgo.

Dante entorna los ojos.

—Di lo que quieras, Ranieri, pero esa chica te gusta lo suficiente como para hacerte tener algo exclusivo. Eso ya es decir demasiado.

Sonrío. Esta vez, mi gesto es más suave. Honesto.

—Confórmate con saber que me gusta. Muchísimo. —Le concedo.

—¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿La conozco?

Mi sonrisa se ensancha.

—¿Quién te hizo tanto daño que crees que voy a decirte un carajo sobre ella? —Bromeo, pero sueno más despectivo de lo que espero.

—La conozco entonces. —Me mira con suspicacia.

Lo pienso unos instantes.

—No, realmente —digo, porque es cierto. Dante no la conoce. A lo sumo, la ha visto un par de veces en su vida, pero no tiene idea de que Andrea es una criatura fascinante y dulce.

—No te creo —dice, ahora con los ojos como rendijas.

Sonrío.

—Hagamos algo —digo, porque sé que solo de esta manera voy a quitármelo de encima—. Si dura, te digo su nombre. Aún es muy pronto para que sepas cómo se llama.

Él suspira.

—De acuerdo. ¿Al menos me dirás dónde la conociste?

El intercomunicador de mi teléfono suena y frunzo el ceño.

—Dame un momento —musito, hacia Dante, antes de presionar el botón que me comunica con Lorena, mi secretaria.

Ella, rápidamente, me dice que Julián —mi medio hermano— está esperándome afuera de mi oficina. No le respondo de inmediato. Me limito a mirar hacia el teléfono que tengo entre los dedos para decir:

—¿Te parece si te regreso la llamada en unos minutos? Me busca el consentido de papá. —Pongo los ojos en blanco—. Debo atender si no quiero tenerlo respirándome en el cuello el resto del mes.

Dante se ríe.

—Adelante, Bruno. Hablamos más tarde. Ni creas que olvidaré este asunto tan fácilmente —advierte a manera de broma y, entonces, finalizamos la llamada.

La sensación de incomodidad que me provoca la sola idea de mantener una conversación con Julián es tan grande que, por un segundo, considero en negarme a recibirlo, pero el remordimiento de consciencia es tan grande que no me lo permite. Es por eso que, en su lugar, suspiro, le digo a Lorena que lo haga pasar.

La imagen de medio hermano aparece frente a mis ojos y lo miro, aturdido, durante unos instantes. El torbellino de emociones que me provoca el parecido que tenemos me descoloca tanto, que tengo que apretar la mandíbula unos segundos antes de ponerme esa máscara de indiferencia que siempre uso frente a él.

Lleva las manos en los bolsillos del pantalón, la corbata deshecha y una sonrisa amable en los labios. Luce como si le hubiese tomado mucho el armarse de valor para venir aquí y no lo culpo. Siempre termino perdiendo los estribos sin realmente quererlo cuando estamos cerca.

—Espero no encontrarte muy ocupado —dice, para romper el hielo y fuerzo una sonrisa.

—Si estuviera ocupado no te habría recibido —digo y me arrepiento tan pronto las palabras terminan de abandonarme. Ha sonado como el culo y la verdad es que la intención era distinta.

De todos modos, me las arreglo para mantener mi gesto estoico.

Julián duda. Luego, se aclara la garganta.

—No te quito mucho tiempo —masculla, antes de erguirse un poco y empezar—: Mañana cumplo veinticuatro, es por eso que el sábado por la noche me voy a festejar con unos amigos. Será en el antro de la familia de un compañero de la escuela.

Silencio.

—Me gustaría que fueras.

No respondo. Me limito a mirarlo fijo, confundido.

No entiendo a qué viene esto. Nunca nos hemos frecuentado. Jamás hemos sido cercanos. Él es un extraño para mí así como yo lo soy para él. No sé por qué, de pronto, quiere que vaya.

—¿Por qué? —No me molesto en sonar amable. Lo suelto así: con recelo y brusquedad.

Otro silencio.

Entonces, en voz baja, ronca y temblorosa, dice:

—Porque eres mi hermano.

Algo dentro de mí se revuelve con violencia, pero sigo sin cambiar mi expresión aburrida.

Niego con la cabeza, aún sin comprenderlo del todo.

—Nunca hemos sido cercanos. —Puntualizo—. ¿Por qué ahora? ¿Por qué de pronto?

Él se encoge de hombros.

—Porque ya me cansé de que todo el mundo me diga que debo odiarte. No te odio, Bruno. —Me mira a los ojos—. Y no pretendo que me veas como tu hermano. Solo... Solo quiero que seamos amigos.

Aprieto la mandíbula.

Mi mente es una revolución, pero me niego a dejar que me vea vulnerable, así que me mantengo inexpresivo. Pese a eso —y pese a que no entiendo qué carajos está pasando—, me obligo a bajar la guardia un poco.

Julián está aquí, buscándome para invitarme al festejo de su cumpleaños, y yo no puedo dejar de pensar en que está tramando algo.

¿Qué carajos te pasa?

—¿Cuándo dices que será? —digo, yendo contra el repele que siempre me ha provocado la cercanía de mi hermano.

—El sábado después de las diez y media. El lugar se llama Spartacus. —Suena animado y, muy a mi pesar, eso me hace querer sonreír. De todos modos, lo reprimo.

Suspiro.

—Ahí estaré —digo, al cabo de unos largos instantes.

La sonrisa que Julián me dedica me hace regresarle el gesto. Entonces, luego de una extraña —y efusiva— despedida, se marcha de mi oficina.

Me deja con un regusto desconcertante en la punta de la lengua. Entre satisfactorio y aterrador. De todos modos, me obligo a empujar la revolución que tengo dentro para tomar mi teléfono.

Acto seguido, abro el chat que tengo con Andrea para escribirle un mensaje sugerente.

Ahora mismo, no quiero pensar en nadie más.





Συνέχεια Ανάγνωσης

Θα σας αρέσει επίσης

1.3M 96.4K 79
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...
4.2K 510 46
«¿Ella podrá perdonarme?» El libro está siendo editado de manera privada, por lo que los capitulos que estarán viendo por ahora van a ser unos pocos...
167K 12.4K 26
Escucho pasos detrás de mí y corro como nunca. -¡Déjenme! -les grito desesperada mientras me siguen. -Tienes que quedarte aquí, Iris. ¡Perteneces a e...
Dulce veneno | +18 | Από ratitavarz

Εφηβική Φαντασία

294K 13.8K 15
"El amor y el odio se sienten igual. Te quita la respiración de la misma forma. Te hace arder el pecho con vehemencia. Y mantiene tu cabeza pensando...