Te propongo un desliz

By N_Jairi

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Amanda acaba de salir de una relación de años por un error que cometió. Ahora, a sus 25 años, debe afrontar q... More

UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DÍEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
TREINTA Y TRES
TREINTA Y CUATRO
TREINTA Y CINCO
TREINTA Y SEIS
TREINTA Y SIETE
TREINTA Y OCHO
TREINTA Y NUEVE
CUARENTA
CUARENTA Y UNO
CUARENTA Y DOS
CUARENTA Y TRES
CUARENTA Y CUATRO
CUARENTA Y CINCO
CUARENTA Y SEIS
CUARENTA Y OCHO
CUARENTA Y NUEVE
CINCUENTA [Final]
EPÍLOGO
Extra #1

CUARENTA Y SIETE

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By N_Jairi

*Cuidado, antes hay un capítulo nuevo*

:= Amanda =:

¿Qué necesidad tengo de pagarle a alguien para solo hacerme llorar en cada cita? Para eso mejor me pongo a cortar cebollas.

Ni siquiera puedo retirarme al terminar la sesión porque mi chófer no ha llegado y no me apetece tomar un taxi para que me vea lagrimear.

Con dos tuve suficiente.

Inhalé y exhalé varias veces, intentando menguar el llanto, pero mi visión se volvía a nublar a cada nada. Ni siquiera puedo abrazar mis piernas para hacerme un ovillo.

—Conozco esa expresión de desesperación. —Levanté la mirada, encontrándome con la misma chica de la primera vez que vine. Se sentó en la silla a mi lado—. Tranquila, yo te abrazaré.

Y lo hace. El calor que trasmite logro sentirlo con el primer toque. Apretó más mis brazos, subiendo y bajando una de sus manos.

—No deberías venir sola. Las catarsis pueden ponerte mal —menciona en voz baja. El conocerla poco me valió cuando apoyé la cabeza en su cuello.

—Tú vienes sola —repliqué.

—Sí, pero no soy yo la que está embarazada.

Mi celular vibra en mi bolsa al tiempo que la puerta del consultorio del doctor se abría. La chica se alejó de mí, poniéndose de pie con los brazos sobre las caderas.

—No puede dejar a un paciente así —le reclamó—, puede ponerse mal.

—Christina, por favor, pasa y toma asiento.

Resopló, pero obedeció. Se giró a medio camino y me señaló.

—No vengas sola la próxima vez. Así traigas a tu abuelo, necesitas que te cuiden y sostengan tu mano.

—Sería bueno que siguieras tus consejos, Christina.

—Sabe que yo no tengo nadie —repuso adentrándose al consultorio. El doctor suspiró y negó con la cabeza. Se fijó en mí.

—¿Ya te encuentras mejor?

Asentí poniéndome de pie.

—Sí, gracias.

El trayecto a casa fue en completo silencio; mi mente estaba en blanco y por suerte ya no habían más lágrimas por derramar. Podría considerar para la próxima traer a mi papá, incluso hasta el chófer podría funcionar. Pagarle un poco más para que me dejara abrazarlo como un oso de peluche no suena tan mal.

O quizás podría comprar un oso de peluche enorme y traerlo en el auto para cuando necesite un abrazo.

Ojalá Sally estuviera también fuera de casa y me cuidara a cualquier lugar a dónde vaya. Podría mandar esa sugerencia a sus creadores para la siguiente versión. No me molestaría traer dos relojes inteligentes o habla como loca con una computadora cuando empiece a llorar.

No sabía cuánto tiempo llevábamos en la calle, pero estoy segura que es demasiado para el tramo de la clínica hasta mi edificio. Aparté la mirada de mi celular, donde chateaba con Lucrecia, y observé por la ventana.

—¿Dónde estamos? —le pregunté al chófer.

—Varias calles atrás nos empezó a seguir un auto blanco. No volteé —obedezco, pero mis músculos se tensaron—. Intento dar vueltas para perderlo.

—Adivino que no importa a dónde vayamos, vuelve aparecer, ¿no? —murmuré controlando mi respiración. En definitiva le enviaré esa sugerencia a los creadores de Sally; la necesito aquí.

—Iremos a una estación de policía. ¿Le ha pasado esto antes?

Me desinflé en el asiento. Echó un vistazo sobre su hombro y asentí cuando me miró.

—Solo que ahora le cambió el color al auto. Antes era gris.

—Lo comentaré con su padre. Escuché de una red de trata de personas embarazadas activa que se dedican a robar bebés para venderlos por completo o en partes —informó. Me llevé las manos al vientre, sintiendo un sudor frío deslizarse por mi espalda. ¿Entonces no es el primo de Adán quien me sigue? ¿Es una red de blancas? Necesito algo de azúcar. Parpadeé varias veces para estabilizar mi visión, pero cada vez que cerraba mis ojos, más la perdía.






La cabeza me da vueltas. Todo sigue borroso en mi mente, solo sé que alguien sostiene mi mano, manteniéndola caliente. Puedo escuchar voces a la lejanía; me obligo a abrir mis ojos para ser consiente de mi alrededor.

Por los candelabros en el techo, puedo decir que no estoy en un hospital. Incluso el olor es diferente. Conozco este lugar. Es la casa de mis padres; ¿qué hago aquí?

Intenté enderezarme, pero quien sostenía mi mano me detuvo, haciendo presión en el esternón para volverme a mi lugar.

—Es mejor que guardes reposo. Tuviste una baja de azúcar.

Busqué sus ojos, verificando que no se tratase de una mala jugada de mis oídos, pero no es así, quien sostenía mi mano era Eder. Al diablo el diagnóstico del doctor Castillo; el latido de mi corazón no se aceleraría si no sintiera nada por él más que cariño.

—Posiblemente la vuelva a tener —susurré al percatarme que mi voz no dará para más. ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Para eso te traje este té —dijo otra voz. Giré la cabeza al otro lado del diván, por dónde Tobías se acercaba con una taza en sus manos.

Eder seguía sosteniendo la mía y noté como los ojos de su amigo se desviaban hacia ese lugar. Siguió su camino hasta nosotros, arrodillándose a mi lado, acercando la taza a mis labios.

—Ya no está tan caliente —avisó. Levanté solo un poco el cuello para beber y el líquido fue un grito de gloria en mi garganta reseca.

Fue una suerte haber tragado el líquido antes de que sintiera un pinchazo en la parte baja de mi vientre. Me encogí en mi lugar, sintiendo también las manos de Tobías sobre mi derecha.

Solté un jadeo; inhalé y exhalé, esperando a que el dolor que fuera. Se siente como si fuera uno menstrual. Y no sé si es normal. Apreté las manos que me sostenían, conteniendo las lágrimas.

Regresé mi espalda al respaldo, soltando un suspiro entrecortado cuando todo pasó. Algo me dice que esto no fue normal y que los dolores de parto serán similares, solo que más fuertes. Me voy a morir sin la epidural.

—¿Estás bien?

—Traeré al médico —informó Tobías poniéndose de pie.

—No lo sé —contesté a la pregunta de Eder. Tocó mi frente en busca de fiebre, supongo. Bajó sus dedos por mis mejillas, ocasionándome cosquillas; rodeó mis labios, hasta detenerse en mi barbilla.

—¿Por qué no nos dijiste que estabas en peligro?

—No lo sabía —admití. Abrí mis ojos, encontrándome con los suyos. Había preocupación tiñendo sus facciones y quería echarle los brazos al cuello para que me abrazara y sentir que todo estaba en orden, que en sus brazos nada malo nos iba a pasar—. Pase lo que pase —susurré—, sea cual sea el resultado, si yo no estoy, prométeme que lo cuidarás.

—Nada malo pasará, Amanda. Tu padre y yo conversamos, lo mejor es ponerte un círculo de seguridad. Gastar dinero en ti nunca me ha pesado.

Me aferré a sus palabras; necesitaba hacerlo, por el bien de mi salud física y mental. Tenía que tranquilizarme, más cuando el médico de la familia mencionó que mi embarazo pasó de estar bien, a ser de alto riesgo. Contracciones en el sexto mes no es normal. Al menos no las que duelen como mil infiernos.

Al menos en casa tengo a Sally para protegerme. Ahora también estarán dos guardias en la puerta del apartamento, y eso me hace sentir más segura.

«Todo estará bien, estaremos bien», me convencí de eso mientras cerraba mis ojos, permitiendo a mi mente relajarse.






:= Adán =:

Nunca fui una persona con ansiedad, pero desde que las decisiones de mi vida se dividieron entre proteger a Amanda o a Bruno, necesito mantenerme activo para no entrar en un colapso.

A mi lado corre Bruno. El sol aún no sale y él ya se encuentra despierto para ir a la escuela, pero antes me acompañó a hacer un poco de ejercicio.

—Algo te preocupa —dice manteniendo el paso.

—No es la gran cosa —le resté importancia. Giramos en la pista vacía, iniciando la última vuelta.

—Si te preocupa, es la gran cosa.

Reí aminorando el paso, él se adelantó un poco más, frenado para caminar a mi lado antes de irnos. Picky, agitada, se recuesta en una banca del parque a descansar el largo ejercicio que también hizo.

—¿Cuándo te volviste un experto en Adánlogía? —pregunté son sorna. Se volvió a adelantar unos pasos para caminar frente a mí, de espaldas. Abrió sus brazos.

—No es difícil aprender tus patrones de comportamiento, Adán. Eres demasiado transparente.

—En verdad que no es nada. ¿Estás listo para un nuevo ciclo?

—No, pero debo ir a la escuela si quiero tener dinero para comprar miles de funkos.

—Claro, solo por los funkos.

Seguíamos con una conversación ligera de camino a casa. Nos metimos a bañar y preparé algo rápido de desayunar para seguir manteniendo mi mente ocupada mientas Bruno se terminaba de poner el uniforme escolar.

Las imágenes de Amanda siendo perseguida por Tyler Pegraso no me las puedo sacar de la cabeza ni ignorar su existencia. Ahora menos que me enteré que perdió el conocimiento cuando un auto blanco seguía el suyo. Fue una suerte que no estuviera sola.

Tobías ha sido un buen informante sobre su estado físico. Tiene a varias personas cuidando de ella; no puedo darle la espalda porque no la buscan para quitarle el bebé —o eso espero—, sino porque creen que es mi debilidad cuando no es así.

No puedo volver al caso porque ya tengo a alguien por quien debo preocuparme. Volver a una guerra con los Pegraso sería decirle adiós a Bruno. Perder todo el avance que tuvimos y tendrá que volver a las casa de acogidas, sintiéndose rechazado.

Suspiré, ocultando el rostro con mis manos. Jamás debí haberme metido con los Pegraso sabiendo lo peligrosos que pueden llegar a ser. ¿En qué estaba pensando? No puedo ser un justiciero; en la vida real, ellos terminan muertos y nadie nunca sabe de su existencia.

El sonido del celular me sacó de mi regaño mental. Contesté al ver que era Jesús.

—¿Tan temprano andas despierto?

—Lo estuve pensando y, de ahora en adelante, seré yo quien lleve el caso de los Pegraso —dictaminó. Enderecé mi espalda.

—¿Qué? No puedes hacer eso.

—Puedo porque tengo la llave de las pruebas; las saqué anoche y ahora no tienes oportunidad de regresar a la guerra. Ocúpate de la custodia de Bruno, que de los Pegraso lo haré yo.

Y colgó, como si él fuera el jefe mayoritario del despacho. Sin embargo, sentí un poco menos de presión sobre mis hombros.

Ordené los alimentos de Bruno, le serví el desayuno a Picky y me marché a arreglarme para ir a la oficina; aunque antes me gustaría hacer una parada para ver el estado de Amanda. Según sé, hace su trabajo en casa desde que su jefe se enteró del embarazo. Una medida de seguridad bastante necesaria si mi primo y Tyler van a buscarla allí también.

Al menos en su casa está segura.

Después de dejar a Bruno en su primer día de clases, hablar con sus profesores, con Maggie presente al seguir siendo su representante legal, me encaminé al edificio de Amanda sin ninguna preocupación de que alguien me estuviera siguiendo. Ya no tiene caso estar revisando mis espaldas cuando claramente eso no funcionó antes. Encontraron donde trabaja y ahora saben la dirección de su vivienda.

Toqué la puerta, esperando pacientemente a que alguien abriera. Escuché el golpeteó de unas sandalias contra el piso, y abrieron. Amanda usaba un vestido rosado, con sus rizos cayendo por su espalda. Sonrió al verme.

—¡Bienvenido al campamento de Amanda! —me saludó de una manera extraña. Asomó la cabeza al pasillo, observando ambos lados—. ¿Y los guardias?

—No había nadie cuando llegué —le avisé.

Se metió por completo a la casa, andando hacia la cocina. Entré y cerré la puerta. Escuché el cerrojo, asustándome; yo no moví nada.

—Adán, te presento a Sally. Sally, saluda a Adán.

—Adán, qué alegría me da conocerte al fin.

—¡¿De él sí le hablaste?! —escuché un grito masculino de la sala—. Me siento ofendido, Amy

—Amanda también me habló de ti, Eder —Sally la delató. Amanda se giró hacia dónde estoy lanzando una mala mirada. Seguí sus ojos, encontrando el panel de control—; pero he leído que sí no tienes nada bueno por decir de las personas, es mejor quedarse callado.

Me reí de la expresión de Amanda.

—No creo que sienta tu mirada fulminante —le avisé, haciendo que su odio pase de Sally a mí. Levanté los brazos en rendición—. Así que... Eder está aquí.

—Sí, y Tobías. Ya sabes, el campamento de Amanda abrió sus puertas —murmuró entre dientes, sirviendo moras en un cuenco.

—¿Campamento?

No contestó, solo señaló hacia la puerta que da al resto del apartamento. Me acerqué y pude apreciar una camilla doblada, con las dos playas sentadas en el sofá, viendo un partido de fútbol por la televisión.

Volví sobre mis pasos, girándome a ella.

—¿Duermen aquí?

—En el único lugar donde tengo privacidad, es en el baño.

—Creí que no se llevaban —miré sobre mi hombro cuando festejaron un gol.

—No lo hacen. Sus conversaciones son escasas sino que inexistentes; pero solo hay un televisor, ambos le van al mismo equipo y ninguno se quiere ir.

Me fue inevitable no reír por su tono de desgracia y amargura. Se giró hacia mí con el cuenco de moras entre sus manos, formando un mohín con sus labios. Suspiré acercándome a ella para rodearla con mis brazos.

—Nada te pasará, Amanda. Lo prometo.

—Me aferro al estrés que me da tenerlos aquí día y noche porque no quiero pensar en que alguien podría entrar al apartamento en cualquier momento —confesó con voz temblorosa.

—¿Quieres que hable con ellos? Quizás pueda convencerlos de que se vayan a sus casas.

—¿Lo harías? —se separó de mí, levantando la cabeza para mirarme.

—¡Claro! Además, tienes guardias cuidando tu puerta, ¿no?

Amanda miró hacia el lugar, frunciendo el ceño.

—Le diré a mi papá que los cambie por no estar en su puesto de trabajo.






Las cortinas de su oficina están cerradas; no contesta a mis llamadas ni mensaje, así como tampoco me abre cuando toco la puerta.

Cuando dijo que se encargaría del caso Pegraso, no pensé que me excluiría por completo. Ni siquiera fue a mi oficina a tomar el café matutino. Llegó y se encerró.

Bostecé estirando todos los músculos de mi cuerpo por estar en sentado tanto tiempo redactando contestaciones. La espalda me duele, los ojos me arden y el estómago me gruñe. Es tiempo de un descanso.

Me levanté de la silla en la biblioteca común al tiempo en que la puerta se abría. Mis ojos se desviaron allí y no fui capaz de moverme cuando chocaron con los de Zoey. Llevaba el cabello recogido y usaba un vestido negro que de adhería a la forma de su cuerpo. Sus piernas lucían espectaculares sobre las zapatillas de tacón negro que adornaban sus pies.

—Volviste.

Cerró la puerta al entrar a una sala completamente vacía donde solo estábamos los dos. Mi corazón latió desbocado; mis piernas querían acercarse para que mis brazos la abrazaran y mis... «Solo fue una última locura».

—No me iba a ir toda la vida.

—Lo hiciste ya —murmuré. Cerré la tapa de mi computadora, tomé todas mis cosas y anduve hasta la puerta, pero no le fue muy difícil interponerse en mi camino. Con los tacones estábamos a la misma altura, me era fácil poder observar sus ojos.

—Lo qué pasó antes de la boda...

—Lo entiendo —la interrumpí—. No diré nada. Fue un desliz mutuo que solo duró ese día. No volverá a pasar.

La rodeé para salir. Sus dedos sosteniendo mi brazo detuvieron mi huida. No me giré; no quería volver a ser un muro de hielo con ella, pero ahora es una mujer casada, con nada menos que con mi primo. Técnicamente es mi prima. Política.

—¿Y si yo quiero que vuelva a pasar?

Mi fuerza de voluntad no era mucha comparada con las ganas que tenía de girarme y mandar todo al diablo con tal de volverla a tener entre mis brazos. Pude mantenerme en control con el pensamiento de que ahora es familia.

—Entonces tendrás que decirme porqué estás con José y te casaste con él —condicioné. Su agarre abandonó mi brazo; no me giré ni le eché un vistazo, solo seguí de largo.

La amaba, pero no iba a jugar a las escondidas con ella. Al menos no sin saber sus sentimientos por mí, porque una cosa es endulzarme el oído al decir que solo me amará a mí, pero otra son la acciones que lo demuestren.

Y si me dice que está con José porque, de alguna manera, me estaba protegiendo de las amenazas, le creería, porque esa es la Zoey que conocí toda la vida. Sé que sigue ahí. Sé que volverá a mí y...

Mis cosas cayeron al suelo cuando me volteó con brusquedad. Tomó mis hombros, estrellando mi espalda en la madera de la puerta.

—Dejarte rompió mi corazón, pero más lo haría si te perdiera porque alguien atentó contra tu vida. José me ofreció un trato para sacarte del ojo de los Pegraso. —Sus ojos se cristalizaron, inyectándose en sangre—. Si podía evitar que te mataran, haría cualquier cosa, Adán. Incluso casarme con un ser despreciable como él.

—¿Despreciable porque te mintió y sigo dentro del radar de los Pegraso? —indagué, notando cómo se acercaba cada vez más. Ni siquiera me importó el golpe que se llevó mi computadora. Estaba muy concentrado en todo lo que decía. Seguía siendo mi Zoey. Siempre lo fue. Golpeó mi brazo, sonriendo.

—Su trato tenía caducidad. De alguna manera se enteraron de las pruebas que tenías contra ellos y sabían que sí cometían un error, los acabarías. He estado todo este tiempo atrasando su ejecución.

Fue mi turno de colocar mis manos sobre sus hombros, manteniendo distancia o no me podré concentrar en el trasfondo de sus palabras.

—¿Ganando tiempo de qué forma?

Me soltó, pero yo no a ella. Desvió la mirada cuando empezó a derramar sus lágrimas.

—Estaba muy celosa; no pensé cuando les dije que te debilitaran por donde más te dolía.

Ahora sí la solté.

—¿Los mandaste por Amanda? —jadeé la pregunta, no pudiendo creer eso. ¡Zoey es bondadosa! ¡Ella jamás haría eso!, pero que apretara los labios me dijo lo contrario.

—No directamente —admitió—; les dije que lastimando a las personas importantes para ti, sería más fácil que bajaras la guardia. ¡Te juro que no les conté nada de ella! ¡Incluso oculté el hecho de que estaba embarazada para que no la tomaran en cuenta!

—¿Sabes que ahora tiene a Tyler detrás de sus talones por "intentar ganar tiempo"? —realicé comillas con mis dedos. Ella bajó la cabeza—. Condenaste a dos personas inocentes, Zoey.

Sus ojos irritados me miraron. Había desesperación en su rostro.

—Y lo estoy tratando de arreglar, créeme. Hice que José convenciera a Uriel de patrocinar la campaña del esposo de Bárbara porque sabía que ella no permitiría que atentaran contra su prima. De esa manera Uriel mantendría a Tyler bajo control.

—Eres una ilusa si crees que está funcionando.

—No lo soy, Tyler está trabajando por su cuenta. Acabarte es la última tarea que tienen qué hacer para poder subir al poder.

Fruncí el ceño, sin entender.

—¿De qué hablas?

Soltó un suspiro lastimero.

—Tyler y José están compitiendo por la cabeza de la familia Pegraso. Quien logre matarte, será el sucesor de Uriel cuando se retiren, siendo dueño tanto del imperio empresarial como criminal.

Mis piernas me fallaron. Mi propio primo me quiere matar por el poder en una familia que nos siquiera es la suya.









***
A qué no se lo esperaban. Jajajaja sigan leyendo, si es que aún no se les baja la presión.
Recuerden comentar y votar, que así veré si quieren el epílogo el sábado o el lunes 👀

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