Epílogo

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Me sumergí en la oscuridad del pozo sin salida en el que había caído con intención, intenté salir, pero no pude, era preso de mi propia decisión, estaba condenado a ser parte de esta penumbra por mucho tiempo.

Me mantuve caminando en la delgada línea entre la vida y la muerte, tratando de no caer en el río de sangre y ahogarme en él. Me encuentro profundamente atrapado en la oscuridad, donde mis demonios me gritan todo lo que no quería escuchar, hay demasiado ruido en el interior de mi cabeza, tienen poder sobre mí.

Tirado en las tinieblas de el pozo de mi mísera me encuentro, hasta que de pronto ya no me encontraba solo, ella me observó por horas sin decir nada, se acercó a mi sonriente y tan solo con mirar su sonrisa olvidé lo dañado que estaba, su brillo era tan hermoso como el de la luna y las estrellas.

Solo éramos nosotros dos en la delgada línea de nuestro deseo por salir del pozo. Ella me conoció tanto como me conozco a mí mismo, me entendió, me dio fuerzas cuando la necesitaba, me sostuvo en sus brazos y a pesar de la sangre que cubrían mis manos, me besó y me amó, me vio en la oscuridad cuando nadie más lo hacía y se quedó.

Entonces se fue, se perdió en la oscuridad, perdió su brillo por toda mi penumbra. Me dejó lleno de miedo y con los demonios alrededor de mi consumiendo mis pensamientos y acciones, perdí la cordura y me limpié las manos que llenas de sangre se encontraban.

Hasta que ella volvió a mí con miedo de acercarse, ensuciarse de la sangre debajo de mis pies y de perder su brillo. Con el miedo y el pánico impregnados en su ser, no me tenía miedo a mí, sino de lo que podía pasar estando a mi lado, sentía su mirada en mí, sabe que la amo tanto como ella a mí, ahí fue cuando el miedo desapareció.

—¿Cómo me ves? —pregunta.

—Eres un ángel, apenas y veo tu rostro, pero sé que me amas y eso es suficiente para mí —respondo.

—No sé qué eres tú, pero solo puedo ver una parte de ti —No digo nada.

Ella cura mis heridas, calma mi dolor y se queda a pesar del sufrimiento que le causo, aun conociendo los secretos de los que incluso yo temo, se queda. Curó mi corazón herido y yo cubrí el de ella para mantenerlo a salvo, la sujeté con fuerza y la mantuve a mi lado, esta vez no la dejé ir.

La penumbra nos atormentaba, no debía tener miedo porque en la oscuridad es cuando salen las estrellas, pero yo no veía nada más que tinieblas. Ella estuvo a punto de salir del pozo en el que la hundí, y volvió a caer a mi lado, gritó, lloró, esperó y se levantó, pero volvió a caer.

Luchó para salir y yo junto a ella, mi fuerza no era suficiente para poder salir, no fue tan fácil como entrar. Ella me vio tirado, débil. Podía ver su cuerpo iluminado y su rostro era lo único que podía apreciar, se levantó una y otra vez. Mis alas negras siguieron sus alas blancas resplandecientes, y yo volví a caer, casi muero.

Nos dimos cuenta que permanecer juntos era lo que nos iba a salvar de mi oscuridad, ayudarnos el uno con el otro, luchar juntos. Ella fue mi guía y mi soporte. Aunque los demonios de afuera nos golpearan tan fuerte como para quedar inconsciente, aun así, supimos cómo enfrentarnos a ellos, a nuestro tormento, estando juntos.

Escapar de un mundo donde solo era oscuridad, la poca luz que se filtraba desaparecía en un abrir y cerrar de ojos, en ocasiones nos cegaba por completo y volvíamos a la oscuridad.

En la opacidad de mi vida nos encontrábamos, pendiendo de un hilo. Grito para callar a los dominios de mi cabeza, y me aferro a los brazos de la mujer que amo para mantenerme a flote y no ahogarme en la sangre debajo de nosotros. Me sostiene y no pretende dejarme, yo tampoco a ella.

Atrapados en la oscuridad de mi miseria ella se queda cuando las razones para irse son infinitas, me ha amado cuando ni yo mismo me quería, es mi ángel entre las tinieblas, me cubre con sus blancas alas y me lleva a la superficie.

—Dime que hemos salido —pregunto con los ojos cerrados.

—Míralo por tu cuenta, ya no tienes alas negras —susurra. Puedo sentir su aliento cerca de mí. Abro los ojos y me doy cuenta de que ahora puedo verla completamente. Mis alas son como las de ella, mis heridas a no están, solo quedan las cicatrices. Verla fue darme cuenta de que el dolor se había ido, es tan hermosa como lo imaginé que sería.

El dolor y el miedo se habían ido. Éramos ella y yo fuera del pozo, siendo deslumbrados por la luz y la paz.

—Si pudimos escapar —respondo sonriente, tomo su mano con la mía y caminamos juntos, dejando atrás la lobreguez que nos rodeaba. La miro como ella lo hizo cuando llegó a mi lado y la amo con la misma intensidad de la primera vez, sintiendo el calor de su azul mirar.

Mirarla es como escapar de todo lo malo, donde lo único que nos rodea es el amor.

Escape: Zack ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora