Capítulo 40

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Todos tenemos esos días en los que nos derrumbamos, en los que nuestros pensamientos nos guían hacía los rincones más oscuros de nuestro pasado y nuestros sentimientos sensibles nos juegan en contra.

Los días pasaron lentos y tortuosos para mí. Intenté distraerme con la universidad, con algunos ensayos, algunas cenas con mi padre pero nada funciona, nada me quita el dolor de no tener a Stefan conmigo. No puedo evitar ver un tatuaje y pensar en él.

— Señorita cálmese, me hará llorar a mi también —dice un anciano chino con un acento que me recuerda a Stefan cuando imitábamos de pésima manera a los chinos discutían en una de las tantas salidas que tuvimos.

— Lo siento, es que yo... —sollozo tratando de disipar mis lágrimas. El anciano me observa entre confundido y triste.

— Sacaremos esos carteles ahora mismo —dice con determinación girándose—. ¡Quítenlo ya, me recuerda a Stefan! —dice con una voz triste.

Lo observo confundida, había oído por ahí que los ellos sentían en profundidad los sentimientos de sus clientes pero esto es sorprenderte. Las lágrimas vuelven a atacar cuando escucho su nombre. El chino maldice en su idioma y golpea su cabeza con un menú.

— ¡Dios! no debería atender un restaurant, la gente llora y llora y ¡los jodidos tatuajes también le hacen llorar! —dice volviendo por donde vino, repitiendo una y otra vez que los tatuajes de Stefan le hacen llorar, pero él ni siquiera lo conoce.

Mi teléfono suena al mismo tiempo que limpio mis ojos con mis manos.

— Charlotte Woods —respondo dificultosamente.

¿Estás bien? —la voz de mi hermano se hace presente del otro lado del teléfono.

— Estoy bien ¿ocurre algo? —respondo.

Algo extraño está pasando —susurra y puedo apostar que se encuentra ceñudo y acariciando su mentón en plan detective.

— ¿Que está pasando? —cuestiono.

Tomo el pedido que al fin llega y saludo con la mano al anciano chino que se encuentra llorando en la cocina, rodeado de empleados.

— ¡Extraño a Stefan! —solloza con su acento chino.

Hago una mueca y salgo del lugar hacia mi auto—. ¿Quien extraña a Stefan? —cuestiona confundido mi hermano.

— No sé de qué hablas, me confundes hermano. ¿Puedes decirme que es lo extraño, que según tu, está pasando? —hablo encendiendo el motor, encendiendo las manos libres.

Que por lo que veo tú estás mal ¿no es así?

— No sé a qué te refieres con estar mal pero no, estoy excelente —miento mientras conduzco.

Estás mal, te conozco bien jovencita —su regaño me hace rodar los ojos—. Ahora bien, tú estás mal y sé de alguien está aún peor. Simplificaré las cosas haciendo preguntas y tú las responderás ¿ajá?

— Estás grande para jugar al psicólogo, Alek —digo divertida.

Responde sinceramente ¿hace cuánto que no comes? —cuestiona con voz firme.

— Como todas las comidas del día, querido —miento porque en realidad he estado durmiendo y llorando, salteándome algunas de las comidas diarias necesarias, pero él no tiene por qué enterarse.

— ¿Has dicho que sólo comes comida chatarra? Ajá, anotado —dice burlón, sorprendiéndome porque es exactamente lo que hago—. Ahora, ¿te has bañado con frecuencia?

Mi Dulce Destrucción |  Próximamente En Físico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora