Capítulo 27

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Al llegar a casa, corro escaleras arriba hacia el laboratorio de mi madre. Pero antes, paso por el despacho de mi padre.

— ¿Papá? —murmuro temerosa, asomando mi cabeza por la puerta.

Mi padre baja el periódico y saluda con una sonrisa. Suspiro más tranquila, entro y beso su frente para luego volver hacia la puerta.

— ¿Ocurre algo, chiquita? —cuestiona confundido, niego con la cabeza y me dispongo a seguir mi camino.

— Sólo tengo prisa para ver a mamá —murmuro en respuesta.

— De acuerdo, tengo una reunión en unos minutos pero antes de irte pásate por aquí —asiento y cierro la puerta detrás de mí.

Continúo mi camino con la vista puesta en la puerta que da al final del pasillo, una puerta de madera color marrón desgastada donde la luz del día no llega. Abro lentamente la puerta, viendo un hilo de luz en el cuarto que provoca al abrir la puerta. Mi madre se encuentra con sus ojos en el microscopio.

— Ven aquí, Charlotte. Conoces el procedimiento, siéntate —dice sin ver a mi dirección. Y lo prefiero así, ya que su oscura mirada es capaz de helarme en el lugar.

Me siento en la silla de madera y ato mi brazo izquierdo al mango de ésta. Mi madre se gira hacía mi y revisa los latidos de mi corazón con el estetoscopio para luego hincar una aguja en mi antebrazo, provocando un fuerte dolor. La aguja es muy gruesa casi puedo sentir que desgarra mi piel.

— Cállate Charlotte —sisea entre dientes.

Mete un trapo en mi boca para callar los pequeños gritos de dolor que salen del fondo de mi garganta. Camina hacia una esquina, donde tiene los recipientes de muestras, pone en una aguja diferente para luego caminar hacia mí y pinchar en una de las venas sobresalientes de mi muñeca. Vuelvo a gritar de dolor, cerrando fuertemente mis ojos.

— Madura un poco, Charlotte, es solo un poquito de dolor, nada más —dice riendo.

Deja una de las jeringas en mi vena para alterar mi ritmo cardíaco. De repente mi respiración comienza a fallar y casi duele al respirar por la nariz y comienzo a hacerlo por la boca. Mi madre se sienta en mi frente en su silla giratoria con un anotador para tomar nota de mis cambios.

— Lo que estamos viendo hoy es un adelanto de lo que puede suceder en un obeso con problemas de cardiopatía —frunzo el ceño de dolor mientras oigo cuando deja su grabadora en la mesa. Se levanta hasta dar con la pizarra, donde plasma todas y cada una de las ideas sobre las enfermedades.

En esa pizarra de dos metros de ancho y cuatro de largo están plasmados todos y cada unos de los experimentos que mi madre realizó en mi, desde hace diez años.

— Te apliqué la cantidad exacta de grasa y colesterol que una persona con sobrepeso es capaz de poseer y seguido de eso, en tu muñeca, inyecté la cantidad de lo que creo yo, es la solución —finaliza con una sonrisa victoriosa, mientras siento dolor en todo mi interior—. ¿Sabes lo genial que sería? En lugar de horas exhaustivas para adelgazar, te aplicas esto y ya está.

Mientras ella sonríe orgullosa, siento mi corazón latir con dificultad, en mis piernas siento unos fuertes hormigueos y cuando siento unas fuertes punzadas en mi cabeza, comienzo a desesperarme y gritos salen de mi garganta. Aún con el trapo tratando de sofocar mis gritos, éstos retumban en todo el lugar.

— Cállate —sisea sin poder lograr callarme—. ¡Charlotte calla! —grita mi madre.

Pero aún el dolor sigue, lagrimas corren por mis mejillas junto a mis desgarradores gritos. Mi madre me inyecta una aguja en el antebrazo contrario, pero mis gritos siguen. Mi respiración falla al intentar coger aire desesperadamente, siento una fuerte presión en el pecho y mis ojos se cierran al sentir un fuerte pitido en mi oído.

De un momento a otro, la puerta se abre de golpe pero aunque mis ojos ven negro, mi audición sigue intacta.

— ¡Eline! —el grito de mi padre alerta a mi progenitora, quien me quita el trapo de golpe.

— ¡Charlotte! — ¿Stefan? ¡Stefan! Siento sus ásperas manos tirar de la muñequera de cuero que ataba al mango de la silla.

— ¡Por Dios! ¿Qué ocurrió? —pregunta preocupado, mi padre.

— No lo sé, vino a hablar sobre la gira que le organicé y de repente comenzó a gritar y... —la voz de mi madre se corta por un falso llanto.

— ¿Como que comenzó a gritar? —escucho la voz incrédula de mi padre. Por su bien, espero que le crea, es mejor así.

— Despierta mi amor —ruega Stefan, con voz entrecortada— Haré justicia, lo haré mi amor pero despierta, por favor —es lo último que escucho salir de la boca de mi bestia.

Lo único que sé es que no lo meteré en éste problema, en algo que es solo mío. No quiero que mi madre sepa que él es otra de mis debilidades, no le daré el pase libre a lastimarnos.

Porque si lastima a Stefan, me lastima a mí. Si él sufre, yo lo hago. Y no quiero que mi madre lo sepa. No dejaré que nada le ocurra, lo cuidaré.

Cuidaré de él.

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