Capítulo 24

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Stefan Wells

— ¿Qué haces aquí? —pregunta bruscamente.

Es tan hermosa.

Desde aquí, recostado en la baranda puedo observarla perfectamente. Tanto para saber que ese vestido azul resalta todas y cada una de sus curvas, tan delicadamente que hasta da miedo que sea un sueño. Sus ojos y sus largas pestañas, son las dos cosas de ella que me vuelven loco. Su naturalidad es tan fina, sensual y adorable que duele mirarla.

— Es tu cumpleaños — susurro, encogiéndome de hombros cohibido ante esta mujer.

— ¿Y lo supiste cuando salí del taller o antes? —me acusa, suspiro derrotado.

Si, fue mi culpa. Mi terrible culpa pero no sé qué demonio del infierno me poseyó para querer matar a todos los que posaban sus ojos en ella. Con sólo imaginar las cosas que pudieron pensar con ella, me dan ganas de ir y exprimir sus cabezas.

— Lo siento ¿de acuerdo? Sé que no tendría que haberte tratado así pero no viste como te miraban todos y no me gustó que vayas al...

— Alto ahí ¿ahora me dirás que puedo hacer y qué no? —me interrumpe acercándose a mí.

— No es como si eso te impediría ir dónde quisieras y... —susurro.

— Sólo quería pasar la tarde contigo en mi nuevo regalo ¡No pensé en mis mejores amigos ni en mi hermano, pensé en ti! —grita mientras retrocede, negando con la cabeza—. No sé que me sorprende, no es como si hubiese algo serio entre nosotros.

Frunzo el ceño confundido, no me da tiempo a reaccionar cuando se gira y comienza a alejarse mezclándose entre los invitados. No logro ver su hermosa cabellera negra y comienzo a empujar lo menos brusco posible a las personas. Logro llegar a la salida pero cuando giro mi cabeza para buscarla a un costado, un auto rojo pasa a toda velocidad frente a mí, su auto.

— Char —susurro. Levanto la mano para parar un taxi que se encontraba dejando a una persona en la residencia de los Woods. Es un mal día para venir en el auto de mi mejor amigo.

Subo apresuradamente y levanto la mano para señalar al auto de mi fiera.

— Siga a ese auto —ordeno agitado.

— Siempre quise que me dijeran eso —dice el viejo taxista, se pone unas ray—ban aviadores y acelera haciendo rechinar las ruedas.

— Un placer, me llamo Stefan —digo divertido.

— Me llamo Joe ¿Qué hiciste con ella, jovencito? Maneja más rápido que Toretto —dice mientras pasa a un camión para mantenernos más cerca de ella.

— Es su cumpleaños y me porte como un imbécil —digo suspirando.

— Bueno, al menos no debo seguir a otro taxi que va directo al aeropuerto —dice aliviado.

Pero una opresión se siente en mi corazón. ¿Miedo?

Charlotte, desde un principio causó en mi, cosas raras que nunca creí llegar a sentir. Últimamente admitir mis sentimientos seguía costándome pero me dejaba atrapar por ellos ¿Pero miedo? Tal vez sí. Miedo a perderla, miedo a que otro imbécil se enamore de su sonrisa, el miedo a que se canse de mi y sé de cuenta que no valgo lo suficiente y que no la merezco. En mis planes jamás figuró el querer cambiar a ser alguien mejor, pero tampoco estaba Charlotte en él. Ella sólo llegó con su largo cabello negro, sus carnosos labios, sus radiantes ojos marrones, su carácter borde y su hermosa sonrisa a dar vuelta mi mundo.

— Está bajando la velocidad ¿Tienes un plan? —abro los ojos asustado, negando—. ¿No tienes un plan, hijo?

Decido pasar por alto la palabra hijo y negar con la cabeza.

Mi Dulce Destrucción |  Próximamente En Físico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora