Cierra la puerta y me congelo porque eso no es posible.

—Hay un problema. —me da su atención—. Vendí mi apartamento, mi... y casi todo lo mío.

Me mira raro.

—¿No pensabas volver?

—Tengo mi hospital en México, si iba a volver, lo que pasa es que necesitaba deshacerme de ellos para invertir en otros negocios.

No hace más preguntas al saber de qué negocios hablo, no hemos tocado el tema, pero en su momento lo haremos y no será bonito.

—No podemos ir a la mía porque Rustam llevo a Montserrat y no se me apetece verla. —arrugo las cejas.

—¿Quién demonios es Montserrat?

—Una inútil que rescate de una banda de criminales. —mi mente empieza a trabajar con la idea de una mujer en su casa—. Un hotel ni siquiera es una opción, así que elige. —continúa sin dejarme protestar.

Me tiende su móvil que desde hace unos minutos manejaba y ahora sé el motivo.

Hay varias casas en venta por las zonas más apartadas de la ciudad y eso me gusta.

No hay nada barato ni pequeño, todo se resume a mansiones con enormes espacios y ni se diga de los alrededores. Me decido por una que se parece a la suya en Rusia y cuando se la muestro asiente.

—¿No la iremos a ver y si no nos gusta vemos otras opciones? —me recuesto en el asiento para verlo de perfil—. Eso hacen las parejas que buscan comenzar de cero. —me paralizo.

Tras mi declaración nos quedamos en silencio que para mí se ha vuelto angustiantes. Mierda. Pareja, casa, cero... familia.

Oleg carraspea y no sé a donde fueron sus pensamientos, pero hay algo diferente, o quizás soy yo la paranoica que todo lo asocia con las desgracias.

—No, si no te gusta compramos otra. —le resta importancia.

—Bien, pero aportaré para la mitad. —niega como si mis palabras fueran lo peor que ha escuchado—. No está a discusión, quiero mi nombre en las escrituras.

—¿Qué te hace pensar que no lo estará? —no respondo—. Será nuestra, fin del tema.

—No eres el único rico en este auto. —me molesto—. Mis cuentas de banco tienen muchos ceros, porque si lo olvidas, soy propietaria de una...

—Esto no se trata de dinero, sino de algo que quiero hacer, ni tus cuentas ni las mías sentirán cosquillas por comprar una casa, no es necesario que lo demuestres.

Seguimos discutiendo por otro rato más hasta que se queda callado y cuando veo que su móvil alumbra lo tomo para ver que es la mujer de bienes y raíces diciendo que por el dinero extra que pagó podemos hacer uso de la propiedad de inmediato.

—¿En qué momento que no me di cuenta? —pregunto sorprendida.

—Cuando creíste que sería buena idea amenazarme con los perros, que también son nuestros, por si lo olvidas. —suelta entre enojado e indignado.

—Lo acepto, pero que sepas que me ofende mucho y que compraré algo para ambos, y tampoco recibiré protestas. —finjo molestarme, pero la idea no está mal.

Aunque necesito saber qué demonios es eso.

Pasamos por una gasolinera y debo ocupar el baño cuando mi estómago se revuelve ante el bocadillo que comí.

Estos son efectos secundaros de los medicamentos que tomo y lo detesto.

—¡Un minuto! —grito cuando la puerta es azotada.

Ambición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora