Capítulo 114

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Un mes después...

Vicenta:
Todo ha ido de maravilla entre Daniel y yo. Las cosas han estado tranquilas desde que Indira y el Indio no están ya que podemos hacer los cruces más fácilmente.

Estamos Daniel y yo jugando con los niños en el patio de la casa. Tenemos a Danny en su cochecito jugando con sus juguetitos de goma, mientras Vicky es impulsada por Daniel en su columpio y yo los observo, me encanta verlos felices.

Todo va bien, pero de repente, empiezo a ver medio borroso. Trato de controlarme para no arruinarles el día a los niños, pero llega un momento que el mareo es tanto que me veo obligada a sentarme en un banco. Como si no bastara con eso, empiezo a sentir un poco de dolor de estómago y ganas de vomitar. Cubro mi boca con una de mis manos y con la otra, me sobo el estómago. Cierro mis ojos y logro aliviarme un poco cuando siento las manos de Daniel sobando mi espalda y corriendo un mechón de mi cabello por detrás de mi oreja.

—¿Qué te pasa, amor?—me pregunta y suena preocupado.

Miro hacia los columpios y Vicky ya no se está meciendo porque se fue a jugar a la casa del árbol. Desde aquí puedo observarla por la ventanita que esta tiene.

—Nada—respondo devolviéndole la mirada a Daniel—solo estoy un poquito cansada. No te preocupes.

—¿De verdad?—me pregunta no muy convencido—¿es solo cansancio?

—¿Qué más puede ser?—le pregunto en busca de una respuesta, porque no se me ocurre qué pueda ser.

—No lo sé—toca mi frente a ver si tengo fiebre—quisiera que te viera un doctor.

No quiero preocupar a todos por nada, y esto puede ser que simplemente me cayó mal una comida o algún virus estomacal pasajero. Para ser sincera, secretamente amo la forma en la que Daniel se preocupa por mí, por eso, siempre que me quiere sobre proteger y que necesito mi espacio, trato de dejárselo saber de la forma más dulce posible.

—Mi vida, estoy bien—le digo, mientras acaricio su rostro y le regalo una sonrisa—es solo que a noche no dormí muy bien.

—¿Por qué no me dijiste? Hubiéramos dejado el pícnic para otro día.

—¿Y perderme la carita de Vicky jugando con su papá y si hermanito?—le hago un puchero—¡Ni de broma! Ve a jugar con ellos, yo de aquí los observo.

—¿No te vas a sentir solita?—me hace un puchero.

—¡No!—le digo riéndome de la expresión de su cara—estoy bien. Cualquier cosa, los llamo ¿va?

—Va—me dice, luego de dejar un cálido beso en mis labios.

Daniel se va a jugar con los niños mientras yo los observo orgullosa y feliz por mi familia, pero el malestar físico no se va.

Dos semanas después...

Mi estómago está como loco y estoy empezando a pensar que soy alérgica a algo de lo que cocinan aquí. No quiero preocupar a Daniel, así que me he estado escondiendo de él cada vez que vomito. Hoy es un día importante: cruzamos a un grupo grande de migrantes y venimos de regreso en la camioneta. Bebote viene manejando, Daniel va en el asiento del copiloto y yo voy detrás.

—¡Lo logramos!—celebra Daniel.

—Sí, fue un gran reto, pero lo logramos—digo contenta.

—¿Romero?—pregunta Bebote de pronto.

El solo escuchar ese nombre me da náuseas, más de las que ya tengo.

—¡Es Romero!—dice Daniel mirando por la ventanilla—es su camioneta la que viene detrás de nosotros.

¿Qué? Pensé que había sido una confusión de ellos, pero ¿de verdad Romero está detrás de nosotros? Miro por el cristal trasero de la camioneta y veo ese rostro que arruinó mi vida y que tanto odio. Entonces, el aire me empieza a faltar.

¿Es en serio, Vicenta? Se supone que a estas alturas ya hayas superado eso. Es cierto, lo superé, pero ver la cara del hombre que abusó de mí hace años es... simplemente, desagradable y muy muy incómodo, y también aterrador. La simple idea de que algo pueda salirnos mal, de que pueda perder a Daniel y esta vez para siempre, y de que todo el horror que viví a manos de Romero se repita, es simplemente aterradora y taladra mi mente.

—¡Vámonos rápido!—les digo, controlando mi pánico lo más que puedo—con un poco de suerte, no nos ve.

—No, señora—me dice Daniel y veo en sus ojos algo que me asusta: veo un fuerte deseo de venganza, veo mucho dolor transformado en furia que puede llevarlo hasta su propia muerte—solo viene con dos guaruras, la pelea es justa: tres contra tres—toma mi mano—yo confió en ti.

Esas ultimas cuatro palabras que dijo me dan valor, pero no el suficiente como para enfrentarme a Romero. De repente, en unos pocos segundos, ocurre lo peor: la camioneta del colombiano se nos atraviesa en frente, obligándonos a frenar de golpe.

—No nos va a hacer nada—dice Daniel y suena muy seguro.

—¿Todos tienen su pistola?—pregunta Bebote.

—Yo... t-tengo la mía—les digo con mi voz temblorosa.

—Yo también—dice Daniel y toma mi mano—no estás sola, no voy a dejar que te lleve, es más, no lo voy a dejar ir con vida.

—¿Qué pasa si eres tú quien no sale con vida de esta?—le pregunto con mis ojos aguados.

—Vamos a salir con vida de esta, te lo juro—me dice Daniel.

Nos bajamos de la camioneta al mismo tiempo que ellos lo hacen, así que quedamos empatados: tres personas de un lado, tres personas del otro, un arma por persona.

—¿Qué pasó, perro?—le dice Daniel y noto mucha rabia en su voz, yo tengo miedo, más bien, estoy aterrada—¿nos tienes miedo o qué?

—No, mijo, a usted no—dice Romero con tono burlón—lo que no quiero es darle a esa mamasita deliciosa que tienes al lado.

—¡A MI MUJER NO LE HABLAS ASÍ, PENDEJO!—le grita Daniel furioso y siento que en cualquier momento abre fuego y con eso, solo logrará que nos maten a todos.

—Daniel, cálmate—le digo desesperada—solo quiere provocarte pa que abras fuego. ¡Este animal está loco!

Entonces, me doy cuenta de algo: miro con detenimiento el rostro de uno de los guaruras y lo reconozco bien: es el que nos ayudó a escapar a Andrea y a mí. Entiendo que esté en esta posición ahora, ya saldó su deuda conmigo, y necesita servirle a este monstruo para mantener viva a su familia.

—Si pro oírme hablarle así te pones bravo—Romero sigue provocando a Daniel—imagínate cuando te enteres de todas las cositas ricas que le hice. La pobre no podía ni caminar cuando acababa de cogérmela, ¿no te contó cuánto le gustaba?—Entonces me mira y me tira un beso—delicia, cuando quieras, repetimos.

Su voz, su forma de hablar, su rostro, las cochinadas que dice, siento que me transportan a un pasado que me costó mucho enterrar, y desenterrarlo traerá un dolor que no sé si podré superar una segunda vez.

No puedo respirar, y dos lágrimas ya se escaparon de mis ojos. Trato de hacerme la fuerte, pero simplemente, no puedo.

—¡CÁLLATE, PERRO!—le grito con rabia y cierro mis ojos por un segundo.

—Precisamente porque sé lo que le hiciste, maldito perro desgraciados—le dice Daniel controlándose, y yo abro mis ojos—es que te voy a matar y te vas a morir como el pedazo de mierda que eres. Te voy a enseñar una lección que jamás en tu vida, o en tu muerte, vas a olvidar: cuando una mujer dice que no, ¡es que NO!

¡BASTA! No aguanto más esto. ¡No lo soportó! Lo único que quiero es salir corriendo a donde sea que pueda estar bien lejos de Romero, lo más lejos posible de él. Sin darme cuenta, rompo a llorar de desesperación, de miedo y de dolor. Entonces, algo inesperado ocurre.

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon