Capítulo 78

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Vicenta:
Despierto, deseando que todo haya sido una pesadilla, deseando ver a Daniel a mi lado a la hora de abrir los ojos, deseando poder levantarme de la cama e ir a ver a mi hija. Siento algo que me lastima los brazos, algo metálico. Trato de moverlos y, al igual que mis piernas, están sujetos a algo que me tiene casi inmóvil. Abro mis ojos para terminar de darme cuenta de que nada fue un sueño, todo fue real. Veo que mis manos están esposadas a la cabecera de la cama, mientras que mis piernas, están agarradas con soga a los pies de la cama. También, noto que estoy en mi ropa interior.

No,no,no,no,no,no,no,no,no,no.

Miro hacia el frente y veo a Romero sentado en una silla, aguardando el momento en que yo despierte.

—¿A donde me trajiste?—pregunto, tratando de sacar información.

—Al paraíso—me dice cínicamente y supongo que se refiere a su rancho. ¿Estoy en Colombia o en México?

—Más bien, al infierno—lo corrijo—¿y ahora qué? ¿me vas a violar?—Pregunto tratando de que parezca que no me importa, y rezando por escuchar una negativa como respuesta.

—Si no cooperas, lo haré porque no me dejas otra elección—me dice y veo que desabrocha su cinturón y se lo quita—¡hoy vas a ser mía lo quieras o no!

Se sienta en la cama al lado mío y  empieza a tocar desde mis pechos, hasta mi zona. Siento como si por dónde pasan sus manos, se pudriera instantáneamente.

—¡Eres una diosa!—me dice y se saborea.

Su aparente modo de verme como si fuera un bocadillo me produce aún más náuseas. Él se pone encima de mí, listo para empezar a destrozarme la vida, pero antes de que me roce de nuevo, decido jugar mi ultima carta.

—¡Ya suéltame, cabrón!—le digo, pretendiendo que no estoy muerta de miedo, cuando en verdad lo estoy—¿qué no entiendes que me das asco o te tengo que vomitar en la cara?

Romero comienza a besarme en la boca y aparecen las ganas de vomitar. Estoy indefensa, sí, pero aún tengo mis mañas y voy a agotar todos mis recursos para librarme de esto. Finjo que me dejaré besar y después de un segundo, lo muerdo con todas mis fuerzas, lo cual, lo hace retroceder

—¡PERRA!—me grita furioso.

Escupo la sangre que quedó en mi boca y no lo aguanto más. Levanto mi cabeza hasta un costado de la cama y vomito. Romero me amordaza y cubre mi cuerpo con una sábana.

—A ver a quién vas a morder ahora—me dice furioso.

Entra una señora y limpia el desastre que hice a la orilla de la cama. Luego, se va y cierra la puerta.

—Ahora sí, no quiero más sorpresitas, Vicenta—me dice molesto.

Quisiera gritarle sus verdades en la cara, pero la mordaza no me deja. Para mi mala suerte, el brazier que traigo puesto, es de los que se abren por delante, así que Romero lo abre, dejando mi pecho al descubierto.

Piensa, Vicenta, piensa. ¡Algo se me tiene que ocurrir! Esto no me puede pasar a mí, no me puede pasar, no puede...

Mi mente se bloquea y solo puedo pensar en el asco que siento cuando ese hombre empieza a jugar con sus manos, su boca, y mis pechos. Trato de buscar una solución a esto, pero no encuentro ninguna, NINGUNA. Ante tanta desesperación, optó por cerrar mis ojos y esperar a que todo termine rápido. Romero se deshace de mi panty y una frase se repite en mi mente una y otra vez: "Te pudrirás, Vicenta Acero, ya no serás digna del amor".

Mil reacciones se desencadenan en mi mente al mismo tiempo, mientras mi cuerpo repele todo contacto con quien lo está tocando ahora. Lloro lágrimas de dolor y desesperación, ese que solo sientes cuando estás a punto de morir, pero esto es peor que la muerte, y ni siquiera he llegad a la peor parte.

Los dedos de Romero empiezan a jugar con mi zona, como si yo fuera nada. Así me siento ahora, como nada. Perdí mi valor como mujer y como persona, dejé de ser la formidable Vicenta Acero, para convertirme en este despojo humano.

Entonces pasa lo peor: él introduce abruptamente su miembro en mí e instantáneamente, empieza a moverse, siendo demasiado brusco y quiero correr, pero a penas puedo moverme. Entonces, me doy cuenta de que lo que quiero es morir.

Siento un fuerte ardor y una punzada en mi parte sensible, pero peor es el dolor que siento en mi alma. Siento como si acabara de caer al vacío de un pozo sin fondo; esa sensación de estar cayendo y de no ver el fondo nunca, esa impotencia de saber que no puedes hacer nada para frenar tu propio dolor. Algo me impide respirar y no son mis sollozos, es mi alma rota.

Vicenta Acero acaba de morir, y ni yo misma sé qué rayos es lo que se quedó ocupando su lugar.

Escucho que suena un celular y reconozco que es el tono de llamadas del mío. Miro hacia un costado y veo que está en la mesita de noche. Romero agarra mi teléfono y mira quién es, ¿qué pretende?

—Alguien tiene muchas ganas de localizarte—me dice respirando agitado.

—¡Muérete!—le digo con rabia.

En estos momentos, lo menos que me importa es quién esté llamándome por teléfono.

Siento su puño golpear mi mejilla derecha, pero el dolor es mínimo, cuando se compara con el que me hacen sentir otras cosas.

—Es tu amorcito—me dice Romero con tono burlón—¿le contestamos?

—Muérete—es lo único que logro decir, mientras su abuso no se detiene.

Veo que Romero responde a la llamada de Daniel. ¡Mierda! No quiero que mi gringo sufra por lo que este animal me está haciendo, pero al mismo tiempo, quiero que venga por mí.

—¿Aló?—se burla Romero y pone el altavoz—¿Gringo cornudo?

—¿Quién habla?—pregunta Daniel desesperado—Pásame a Vicenta.

—Pues fíjese usted, que me encantaría pasársela—le dice Romero y gime a propósito—pero creo que la dejé sin aliento.

Tengo miedo, asco, angustia, dolor, y unas ganas horribles de morirme. Romero me lanzó a un abismo cuando empezó a violarme, y solo Daniel puede sacarme de este.

—¡Daniel, sálvame!—le grito desesperada y sin pensar bien en lo que estoy diciendo—¡Ven por mí!—se quiebra mi voz—por favor.

—Pero si la estamos pasando rico, mamita—miente Romero para provocar a Daniel—hace nada, estabas gritando mi nombre, preciosa.

—¡Ya sé quién eres—grita Daniel enojado—pinche Romero! ¿EN DÓNDE CHINGADOS TIENES A MI MUJER?

—En el único lugar en donde una mujer se siente mujer, en una cama—se burla Romero—ahora ¿en cuál? eso te lo dejo de tarea.

—¡No lo escuches, Philips!—grito aún más desesperada, no quiero que piense que lo estoy traicionando o algo parecido—Este perro me está violando!—alzo mi voz y luego, se quiebra—¡Ya ven por mi, amor!

—¡Ya cállese, perra!—me grita Romero furioso y me da una bofetada.

—¡DÉJALA!—le grita Daniel—¿qué quieres pa devolvérmela? ¿Eh? ¿Dinero? Te doy todo el que quieras, pero ¡déjala tranquila! ¡No la lastimes!

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang