Capítulo 15

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Daniel:
¿Por qué mi mamá se empeña en desenterrar un pasado que dejamos atrás para que dejara de doler? No lo sé, solo sé que la vida tiene caminos muy complejos y quiero creer que todo lo que pasa, incluso lo malo, es por una razón que es parte de algo major de lo que somos capaces de entender.

—¿Daniel?—me dice Vicenta—¿sigues aquí? ¿Por qué planeta andas, mijo? Te hice una pregunta.

—Y te la voy a responder—le digo sin mirarla—pero este no es el lugar indicado para hacerlo.

—Bien, entonces esperemos a que llegue la enfermera de turno de la noche.

No pasan ni cinco silenciosos minutos antes de que llegue la siguiente enfermera.

—Buenas noches—nos saluda—¿por qué está sedada la señora?

—Tuvo una crisis, un ataque de pánico y al parecer, desenterró algo doloroso de su pasado—le explica Vicenta—Por favor, si ella despierta y te empieza a confundir con alguien, síguele la corriente y trata de que se duerma de nuevo.

—Ok, señora—le responde amablemente.

—Vamos, Daniel—me dice Vicenta tomándome de la mano.

Camino guiado por ella hasta nuestro cuarto. Al llegar, ella cierra la puerta con seguro y cruza sus brazos.

—¿Por qué no me dijiste que tenías una hermana?—me pregunta Vicenta un poco decepcionada—Vicky se llama ¿cierto?

—Sí, tuve una hermana tres años menor que yo y sí, ella es la famosa Vicky—le digo con un nudo en la garganta.

—Pero le dijiste a tu mamá que ella murió.

—Y así fue, desgraciadamente. Para toda la familia fue muy duro perderla porque ella era la luz, la risa—suelto una melancólica risa al recordarla—un poco loca, rebelde y disparatada, pero a su manera, era un ángel lleno de amor.

—Se nota que la querías mucho—me dice Vicenta, dándome un fuerte abrazo de consuelo, lo cual, hace que rompa en llanto—siento mucho que la hayas perdido, amor—se despega de mí y me mira a los ojos, dejándome ver sus mejillas inundadas—Ya veo que esto te duele mucho y por eso no me habías dicho nada, si quieres déjalo así ¿sí? No debes desenterrar ese dolor.

—No, al contrario—le digo entre sollozos—necesito contártelo, necesito decírselo a alguien porque en su momento, casi me ahogó y ahora regresó mas fuerte, porque ese mismo dolor se quiere llevar a mi mamá.

—A ver, siéntate.

Toma mis manos y me guía hasta la cama, en donde me ayuda a sentarme, para luego sentarse ella a mi lado.

—Respira y di lo que tengas que decir—me dice Vicenta con la voz quebrada—saca todo eso que te está doliendo, déjalo ir.

—Vicky era mi mejor amiga desde que tengo uso de razón; le decíamos así de cariño porque en realidad se llamaba Victoria, como nuestra mamá. Vivíamos en McAllen, Texas. Éramos una familia demasiado feliz, hasta que llegó el día que me robó mi infancia para siempre.

—¿Qué sucedió ese día?—me pregunta y en su voz noto el miedo a saber la respuesta.

—Yo tenía ocho años, y ella tenía cinco. Íbamos en el carro con mamá y papá, pero de repente, un borracho, un IMBÉCIL—digo con rabia—nos chocó Justo por el lado del que estaba ella. Los médicos dijeron que murió al instante y que no sufrió nada. Al menos, me consuela saber que estaba riéndose antes del impacto. Mi hermanita murió feliz y en paz, no puedo decir lo mismo de mi hija. Mi vida está marcada por dos niñas a las que amé con locura, dos niñas con mi sangre corriendo por sus venas, dos niñas que murieron a la misma edad y en circunstancias parecidas. Annie y Vicky eran muy distintas, opuestas, pero a su manera, las dos hacían que cualquiera que las conociera, las amara.

A este punto, ya estoy llorando, mientras mi corazón está hecho polvo al recordar a ese par de angelitos que la maldad del mundo arrancó de mi lado. Siento que Vicenta me abraza bien fuerte y me aferro a ella.

—No podíamos aguantar vivir en la misma casa, no sin Vicky, tampoco queríamos seguir en la misma ciudad en donde todos nos iban a mirar con lástima por haber perdido al Sol de la familia, así que nos mudamos para El Paso. No quedamos en la misma casa después de la muerte de Annie, porque mi mamá se puso mal después del accidente y los doctores dijeron que moverla de casa en su condición, podría empeorar su salud.

—¿Nunca fuiste a terapia después de eso?

—No, de hecho, me quedé mudo por dos años. Luego de eso, mis padres guardaron todo lo que tenía que ver con Vicky, y dejaron de hablar de ella para protegerme de mi dolor. Con el tiempo, aprendí a ocultarlo de mí mismo, pero eso no significa que haya desaparecido. Luego de eso, vino la adolescencia y hubo un tiempo que estuve perdido entre las fiestas y las chicas, hasta que una me trató distinto, como un amigo.

—¿Jessica?

—Sí, ella fue mi mejor amiga y terminamos en algo más. Ella quedó embarazada, nos casamos, tuvimos a Annie, y mi hija murió justo a la misma edad que su tía. ¿Sabes? Hasta llegué a pensar que era una maldición que tenía mi apellido, como la de los Acero con las bodas.

—No entiendo.

—Que las niñas Philips—se me hace un nudo en la garganta al decirlo—están destinadas a morir pequeñas.

—No no no no no—me dice con más voz quebrada, pero haciéndose la fuerte—a ver, ¡cálmate! Eso no es una maldición que hay en tu familia o en la mía y lo vamos a demostrar porque si algún día nos casamos o tenemos alguna hija, nadie se va a morir, ¿me escuchaste? Tú y yo vamos a romper esos ciclos de tragedia porque tú mismo me lo dijiste esta mañana: "Nada es imposible cuando tú estás conmigo".

—¿Me abrazas?—le digo dejando escapar un sollozo mientras un puchero se forma en mi rostro.

—¡Ven acá!—me dice con su rostro empapado con pequeñas gotitas saladas. 

Dolió mucho desenterrar esa terrible experiencia, pero fue bonito recordar los buenos momentos. A diferencia de lo que yo creí, contarle todo a alguien sí me ayudó a sentirme mejor, sobre todo porque ese alguien fue Vicenta. Ella nos acuesta en la cama, de forma tal que ambos quedamos abrazados. Acomodo mi cabeza en su pecho y me aferro fuerte a ella, mientras me hace piojito.

—Eres la primera en saber esto—le digo a mi mujer—Nunca nadie me había hecho sentir con la confianza, y la fuerza de contarlo. Eres diferente, Vicenta; eres única. Me recuerdas mucho a Vicky en tu forma de ser.

—Yo sé que tanto ella, como tu hijita, te están viendo desde el cielo y nos están ayudando a cuidarte porque te quieren mucho mucho mucho. Te aman, mijo, igual que te amo yo—entonces siento un suave beso en mi frente, un beso que me transmite mucha paz, y mucho amor.

Mi mamá y mi mujer me necesitan. No puedo fallarles como le fallé a mi hermana y a mi hija. Entonces lo sé: no pude haber encontrado a una mejor mujer en el mundo y por eso es que ella se ha ganado conocer la parte más vulnerable de mí.

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now