Capítulo 104

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Vicenta:
Dóriga llama a un gringo que nos ayuda con el asunto, pero obviamente, no lo llevamos a la casa. A estas alturas, no está de más desconfiar de todos.

Nos reunimos con él en un punto que fijamos Dóriga y yo, en medio del desierto. El hombre abre el aparato y le saca una especie de chip, el cual, conecta a la computadora y aunque se tarda una hora, creo que lo consigue.

—¡Lo logré!—dice el técnico exaltado—el equipo estaba en muy mal estado, pero logré extraerle la información. Este aparato estaba conectado con otro y este emitió su última señal hace ocho meses.

—¿Y dónde fue su última señal?—pregunto intrigada.

¡Ahora sí estoy totalmente segura! Esto tiene algo que ver con Daniel porque fue justamente hace ocho meses que él murió.

—Fue emitida muy cerca de aquí, a unos trece kilómetros, en estas coordenadas—nos pasa un papel con las coordenadas—

—Muchas gracias, señor—le damos la mano y nos vamos.

Nos subimos a la camioneta y me quedo pensando. ¿Qué pueden ser estas coordenadas? ¿Qué significa ese lugar?

—Chenta—me dice Dóriga—sé lo que estás pensando.

—¿Y qué estoy pensando, mijo?—pregunto desganada.

—Quieres que mande a los hombres a las coordenadas para investigar lo que son, ¿verdad?

Me quedo en silencio, pero el que calla otorga.

—Sé lo importante que es esto para cerrar ese ciclo que te duele tanto, y cuentas con la familia, lo sabes, ¿no?

—Lo sé—digo, conteniendo mis lágrimas—y sí, eso es lo que quiero.

—Ahora mismo los mando.

Llegamos al rancho y Dóriga envía a unos guaruras a revisar la zona con mucho cuidado. Paso todo el día jugando con mis dos tesoros, pero no consigo sacar esas coordenadas de mi cabeza. Ya es de noche y veo que regresan los hombres que enviamos. Voy corriendo a recibir el reporte.

—¿Y bien?—pregunto bastante ansiosa—¿qué descubrieron?

—Es el rancho del Indio Amaro—me dice uno de los hombres—Este estaba lleno de guaruras y vestían como él, los de Romero se visten más formal.

El Indio Amaro en bandeja de plata, una idea demasiado tentadora. Entonces, una impulsiva, pero razonable idea cruza mi cabeza, y siento como un fuerte deseo de venganza empieza a consumir cada parte de mi ser.

—¡Ahora sí los tenemos!—digo con más fuerza que nunca, fuerza que proviene de un enorme dolor, y de una rabia incontrolable—vamos a vengar todas las muertes de esta familia.

—Vicenta—me dice Chava preocupado—no vamos a hacer nada. No tenemos información suficiente como para montar un operativo.

—Disculpe, patrón—dice uno de los hombres—pero la verdad es que tenemos toda la información necesaria para darles en su madre. Si quiere, podemos discutir sobre el operativo.

—Hágale—dice Chava, bastante sorprendido.

Planeamos un operativo y yo diría que es el plan perfecto, pero uno nunca se debe confiar, porque en la confianza, está el peligro. Decidimos atacar al amanecer.

La mañana siguiente...

Son las 8:00 de la mañana y ya estoy lista para salir en busca de una venganza. ¿Está bien o está mal? No lo sé, y a este punto, no me importa. Me miro en el espejo y veo alrededor de mi cuello, por encima de mi chaleco anti-balas, una cadena muy especial.

Una cadena que, junto con mi anillo de compromiso, simbolizan este amor tan grande e inmortal que siento por Daniel, aunque él haya muerto. Cierro mis ojos y dejo salir un sollozo que tenia atorado en el orgullo.

—Hoy te haré justicia, mi amor—digo con mi voz quebrada y derramando dos lágrimas, aún sin abrir los ojos.

Casi puedo sentirlo abrazarme, como siempre hacia cuando me veía triste y ¿quién sabe? Quizás lo siga haciendo y yo no me doy cuenta. Casi puedo sentir su triste mirada sobre mí, triste al ver en lo que me he convertido: un despojo humano que solo vive por sus hijos, una máquina de odio en contra del mundo, porque todos quieren quitarme lo que más amo y no los dejaré.

—Tú descansa en paz, mi vida—digo, besando el dije de la cadena—que yo los protegeré.

Le doy un beso a los niños y me dirijo hacia la puerta, en donde me encuentro a una Rosario muy asustada que me mira con mucha pena.

—¿Qué pasa, mija?—pregunto confundida.

—Vicenta, no vayas—me dice y toma mis manos—por favor, piensa en tus hijos. Ellos ya perdieron a su padre, no les quites a su madre también.

—Lo sé y es justamente por ellos que lo hago. Tengo que tengo que darme de madrazos con asesino de su padre, preguntarle en la cara ¿por que lo hizo? Y ¿qué gana con eso?

—No gana nada, Vicenta, y lo hizo porque quiso vengarse de que Daniel lo metió preso por salvarte a ti. Es un ciclo de violencia que ustedes no empezaron, pero en el que están involucrados sin querer.

—Y del que no podemos escapar.

—Vicenta, ¿te estás escuchando?

—¡Necesito vengar su muerte!

—No estás pensando con claridad, estás respirando por la herida.

—Herida que aún duele y no dejará de doler. Chayo, mis hijos no estarán seguros sólo si yo acabo con él.

—Ya—me dice mirándome como si yo estuviese loca—pero no sólo el Indio es una amenaza para tus hijos.

Sé a quién se refiere, un nombre viene a mi cabeza cuando el miedo y mis inseguridades se apoderan de mí, y vienen muchos amargos recuerdos. Hasta ahora, había manejado bien esa horrible marca que dejó Romero en mi alma, fingiendo que no existe, pero la verdad es que sí, pasó, y no fue un mal sueño. Respiro hondo para calmarme, necesito tener la cabeza fría en este operativo.

—Chava me dijo que se encargaría de ese animal—digo con mis ojos cerrados y luchando para no llorar.

—Chenta, no dejes que el dolor que sientes te consuma, no vayas. Los niños te necesitan, y Daniel no hubiese querido esto.

—Lo sé, Chayo, créeme que lo tengo presente, pero esto lo hago por mis niños, ya te lo dije.

—Tía Chayo—dice la vocecita de Vicky caminando en pijamas hacia nosotras—deja que mi mami vaya.

Me quedo paralizada, ¿qué hace despierta a estas horas? Ella suele dormir hasta las diez, por lo menos.

—Quizás traiga a mi papá—mi hija completa su frase.

Mi primer impulso es tomarla entre mis brazos y abrazarla fuerte. No quiero que se haga esperanzas, pero tampoco quiero que piense que su mamá es una asesina que saldrá a matar.

—Corazón—le regalo una sonrisa y trato de sonar calmada—¿todavía crees que papá va a regresar?

—¡Sí!—me responde de una y sin pensarlo—¿tú no?

Me mira con sus ojitos tristes, unos ojitos que me parten el corazón y no soy capaz de decirle que no tengo fe porque eso sería mentirle. Admito que a veces, me invade la esperanza de que todo esto no sea más que un mal sueño.

—Te amo, mi niña—Le digo evadiendo su pregunta y beso su frente—nos vemos en la tarde, ¿sí?

—Sí, mami—me dice con una sonrisa.

—Te portas bien con la tía Chayo—le digo.

—Ella siempre se porta bien—dice Chayo y la toma entre sus brazos—buena suerte, Chenta, espero que encuentres esa paz que tanto buscas.

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now